J. M. CEINOS

El año 1918 pasó a la historia por ser el que vio el final de la Gran Guerra (la I Guerra Mundial), que había comenzado en agosto de 1914 y que dejó alrededor de diez millones de muertos. Pero también por la gran epidemia de gripe, la llamada «gripe española», que acabó en todo el mundo con la vida de entre cuarenta y cien millones de personas (nunca se sabrá la cifra real). Se dice en las enciclopedias que fue una de las pandemias más letales de la historia de la Humanidad.

En Gijón, como no podía ser de otra manera, la gripe de 1918 causó una gran mortandad, hasta el punto de que a mediados de octubre, poco menos de un mes antes de que se firmara el armisticio que puso punto final a la Gran Guerra (el 11 de noviembre, a las 11 de la mañana) la situación era de extraordinaria gravedad. Desde el 1 de octubre hasta el día 16 del mismo mes «ocurrieron 2.837 invasiones, falleciendo 157 atacados» en Gijón, relató el diario local «El Noroeste» en su edición del 19 de octubre. Entonces, la población del concejo no llegaba a los 60.000 habitantes.

Ya en su número del jueves 17 de octubre, en «El Noroeste» no se andaban con paños calientes y publicaban que «una relación de defunciones que dio ayer un periódico de la capital demuestra con números los estragos que en quince días ha hecho la epidemia en Gijón». Desde las páginas del diario republicano consideraban: «asombra realmente que las autoridades permaneciesen en una casi indiferencia ante la creciente invasión de la terrible gripe, sin recurrir a disposiciones extraordinarias contra su desarrollo».

Antes de llegar a Europa, la enfermedad fue detectada por primera vez a principios de 1918 en una base militar del Ejército de los Estados Unidos situada en Kansas, y su origen en las bostas (excrementos) de los caballos de los regimientos de la US Cavalry acantonados allí. En el verano, la gripe ya estaba en Europa, «trasladada» a través del océano Atlántico por los soldados estadounidenses enviados a luchar en los campos de batalla europeos.

Pero como los países beligerantes observaban una estricta censura informativa, los periódicos que se hicieron eco abiertamente de la pandemia fueron los españoles, por ello la gran gripe fue bautizada, injustamente, como la «gripe española». Y en Gijón, tras un verano sin grandes contratiempos ciudadanos, como correspondía a un país neutral, la llegada del otoño también fue el del arribo del virus, que, casi de inmediato, se cebó en la población.

Así, mientras que en su primera página del jueves 17 de octubre de 1918 «El Noroeste» daba cuenta de que «se asegura que el Káiser ya abdicó la corona», en el principio del fin del Imperio alemán, y que ya había «movimientos revolucionarios en Austria y Alemania», mientras que «los aliados avanzan victoriosos en todos los frentes», la mortandad causada por la gripe hacía que en el diario republicano se publicase que «en otra parte, a estas horas, estarían desinfectadas todas las viviendas, hubiera o no hubiera epidemia; se hubiesen establecido servicios de fumigación en las estaciones de ferrocarril y en los muelles; se ejercería una escrupulosa vigilancia sobre los buques que arriban a puerto; se hubiesen organizado numerosas brigadas de obreros para el saneamiento general de la población; se hubiesen habilitado hospitales provisionales en todos los distritos; se hubiese distribuido el personal médico de modo que la asistencia fuese regular y rápida, y se hubiese acudido a cuantos medios se estimasen necesarios para combatir y extinguir la infecciosa enfermedad. Pero de todo lo apuntado aquí o se hace muy poco o no se hace nada».

Como, al parecer, las autoridades hacían muy poco para atajar la pandemia, el Ayuntamiento se veía obligado, lo contaba «El Noroeste», a ampliar el cementerio de El Sucu para dar sepultura a los muertos de la gripe: «Se ofició al presidente de la Comisión municipal de Cementerios y al señor arquitecto municipal para que con toda urgencia vean los terrenos colindantes con el cementerio general de Ceares e informen inmediatamente sobre las condiciones en que podrían adquirirse los que se encontraran aceptables para la ampliación de dicho cementerio».

Mientras tanto, «para que, a pesar del mal tiempo, puedan trabajar los obreros en el cementerio, la Alcaldía ha adquirido unas lonas embreadas a fin de hacer una especie de tendejones transportables y trabajen los jornaleros bajo cubierto» («El Noroeste», 18 de octubre de 1918).

La población obrera de Gijón fue la más afectada por la pandemia de gripe, y desde la Alcaldía se puso en marcha una suscripción «para socorrer a los pobres afectados por la epidemia reinante», e industriales de ramo, como Sacramento Lafuente, facilitaban «cajas gratuitas para los fallecidos pobres» («El Noroeste», 19 de octubre de 1918).

Tampoco faltaban ciudadanos con «remedios preservativos de la gripe» como el publicado en «El Noroeste» el 17 de octubre de hace 92 años. Era Miguel Gil el autor, quien afirmaba que «en estos momentos de angustias y tribulaciones por que estamos atravesando y que raya en los límites de un pánico más o menos justificado, mando insertar estas líneas en los periódicos locales (...) El contagio de la gripe puede evitarse, y tengo la seguridad de que el que siga mis consejos se hará inmune y evitará así el correr los riesgos de tan traidora enfermedad».

La clave estaba, aseguraba Miguel Gil, en que «la puerta de entrada de la gripe es el aparato respiratorio, y teniendo en cuenta que los lavatorios, instilaciones, gargarismos y demás no son sino medios inocentes de limpieza (...) pensé en buscar una sustancia de efecto antiséptico persistente y que constantemente se eliminara por la mucosa respiratoria para que pusiera a ésta en condiciones favorables de resistir el ataque y de defenderse del microbio productor de la dolencia».

La fórmula es la siguiente: «Especie de elixir que se puede adquirir en cualquier farmacia: creosota de brea de haya, 3 gramos; alcohol de vino, 100 gramos; y jarabe de azúcar, 100 gramos. Disuélvase y añádase vino blanco o jerez (300 gramos). Los adultos y jóvenes tomarán una cucharada grande en dos de agua común después del desayuno y de la cena, y los niños una cucharadita en dos de agua azucarada a las mismas horas».

Se desconoce si el elixir tuvo el éxito anunciado y si en el Servicio de Salud del Principado serán proclives a recetarlo en cuenta de las vacunas antigripales.