Cónsul de Chile y presidente del Rotary Club

-Defínase, por favor.

-Soy un hombre normal, con un coeficiente de inteligencia normal. Admiro mucho a las personas dotadas de talento y generosidad. Me encuentro en una fase de mi vida en la que estoy trabajando mucho sobre mi interior, intentando mejorar mi sentido de la solidaridad. He nacido en Gijón, 1962, hice el Bachillerato a mitad de camino entre la escuela de Cabueñes, un lugar idílico del que guardo un entrañable recuerdo, y el Colegio de la Inmaculada, de los Jesuitas.

-¿Dónde vive?

-Desde hace cinco años, en Somió, en la Colonia del Piles. Un sitio precioso; pero yo soy feliz en todas partes.

-No ha dicho nada de su carácter. ¿Es usted pacífico?

-Veamos... Un día me fui a Madrid a estudiar Farmacia, y un veterano de la Facultad me dijo: «¡Hombre, uno más de las tres emes!». No le entendí, así que explicó: «Es proverbial que los estudiantes de Farmacia sean mujeres, maricones o minusválidos. ¿Tú, a qué clase perteneces?». Le di un puñetazo por toda respuesta, pero hoy hubiera dado la vuelta. La vida me ha enseñado que es más inteligente callarse.

-¿Qué don le hubiera gustado poseer?

-Cualquiera relacionado con el arte. La música, la pintura... Haber nacido con el oído de mis primos, Felipe del Campo, por el ejemplo. Somos herederos de Carolina del Castillo, pero yo no tengo la misma disposición artística. Ser un buen científico también sería interesante.

-¿Y vivir en qué época de la Historia?

-Me gusta hacer de todo, así que trasladaría el pensamiento del Renacimiento a la actualidad para continuar disfrutando de todas las comodidades de hoy.

-Si le propusieran un viaje espacial, ser astronauta...

-Para reconocer nuestra pequeñez no es necesaria la perspectiva del espacio; en el desierto de Atacama, al norte de Chile, puedes sentir cómo te caen las estrellas encima, y entonces te das cuenta de la insignificancia humana.

-A propósito, vaya lección de orden y eficacia que acaba de darnos Chile...

-Es un país genial que puede ofrecer lecciones de muchas cosas. Si los chilenos estuvieran ubicados en el Mediterráneo, serían una potencia mundial. Debemos considerar su situación geográfica, aislados entre el océano Pacífico y la Cordillera de los Andes, y con dos desiertos, uno de arena, Atacama, y otro de hielo, en la Antártida, de los más duros del mundo.

-¿Qué le liga a usted a Chile para ser cónsul?

-Lo fue mi padre durante veinte años, luego hubo un vacío y yo asumí el relevo en el año 2000. He viajado varias veces a Chile.

-Tiene usted una urraca domesticada. ¿Acaso sueña con la cetrería?

-No, sé que el halcón sufre en el proceso de doma. Pasa hambre y por eso vuelve. No me gustaría ser cetrero. El sentimiento hacia los animales también forma parte de la compasión.

-¿Y del racismo qué me dice?

-Soy clasista, pero no racista. Y el que diga lo contrario miente. Supongamos que en el edificio en el que usted vive, el piso de arriba está ocupado por Noemí Campbell y el de abajo por un jeque árabe, por supuesto, musulmán. Nada que decir, aunque si ambos fueran gitanos la cosa cambia, ¿no? Nos gusta estar rodeados de personas con criterios morales y de buena educación.

-¿A qué tiene miedo?

-Puede que sea un defecto, pero no tengo miedo a nada, ni a la muerte; cuantos más años cumplo, menos la temo. Creo en el más allá firmemente. Mi espíritu religioso es ecuménico, pienso que Dios está en todas las confesiones.

-¿A quién le sacaría tarjeta roja?

-¡Uf...! Iba a necesitar muchas. Las primeras, para la clase política española. Las segundas las destinaría a la sociedad en que vivimos. A Zapatero ni se la saco, es como una broma pesada, y no puedo perder ni un minuto en pensar en él.

«Soy clasista, pero no racista. Y quien diga lo contrario miente. Nos gusta estar rodeados de gente con criterios morales y de buena educación»

-¿Qué no le gusta de esta sociedad?

-El modelo. Que mil millones de personas vivamos bien a costa de que otros cuatro mil millones se mueran de hambre es horrible. Y no entiendo que haya sensibilidad para rescatar un delfín varado, mientras se permite que se mueran en nuestras costas tantos seres humanos que intentan llegar a bordo de pateras.

-Respecto a la política regional, ¿tiene arreglo el PP asturiano?

-Pienso que en una autonomía es bueno que quien gobierne tenga enfrente una oposición a su nivel, pero lamentablemente no es el caso. Tini Areces nunca ha tenido oposición. Y no me gusta el comportamiento actual del PP. Lo malo de los políticos es que se rodean de imbéciles para seguir siendo los reyes del mambo.

-¿Hay algo que intelectualmente le impida ser de izquierdas?

-Siempre he sido de derechas, pero últimamente me lo estoy empezando a cuestionar. No sé qué es uno y otro, y no encuentro a nadie que me lo sepa explicar con claridad.

-¿Cuál es su pecado capital?

-Los conozco porque ahora mismo he vuelto a estudiarlos con mi hijo. Puedo decir los que no soporto: la envidia, la avaricia y la soberbia. Tal vez tengamos todos algo de todos, pero, sinceramente, yo, del que menos me acuso es de envidia.

-Suena usted como candidato a la presidencia del Real Club de Regatas...

-Al tener noticia de la próxima renuncia de Fernando González Landa y su directiva, hubo socios que me propusieron presentarme, pero para mi sorpresa ahora parece que desean seguir. Yo había elaborado un proyecto sobre mi idea del Club de Regatas, pero lo que nunca haré es competir con mis propios amigos. Si uno quiere ser un señor, también ha de parecerlo.

-¿En qué emplea el ocio?

-En jugar al golf; es el único deporte que a los 48 años puedo permitirme. También me gusta la fotografía, tocar algo el piano, la batería...

-Dígame una película, un libro...

-«Lo que el viento se llevó» es un buen ejemplo de superación ante los vaivenes de la vida. Entre las españolas, dos de Berlanga, «El verdugo» y «Bienvenido, míster Marshall». Un libro, «El mundo como voluntad y representación», de Arthur Schopenhauer.

-¿Una mujer? No vale la propia para quedar bien.

-Grace Kelly.