John Phillipson Brown es licenciado en Bellas Artes por la Universidad John Moores de Liverpool. Empezó su carrera artística en el Reino Unido, ya durante su época universitaria en 1991, exponiendo en Manchester, Brighton y Londres en los años noventa. Se dedicó luego a la dirección escénica y el cierre del teatro en que trabajaba lo trajo a Asturias en 2003. Vive en Pola de Siero con su familia y se presenta a concursos en localidades como Sariego, Villaviciosa y Siero. En 2009 su obra es seleccionada en el XL Certamen Nacional de Arte de Luarca, lo que supone un aval importante en su carrera. En 2010 expone en París y pronto lo hará en la galería Costa Diego, de Oviedo. La actual muestra de Cajastur ha estado antes en Mieres y Avilés, para terminar aquí su periplo.

Mantiene Phillipson Brown una presencia activa en internet dando a conocer figura y obra dentro de su manera de entender el arte de pintar. Manera curiosa, pues defiende que no se siente ligado a un estilo concreto, que esa idea es romántica y trasnochada. Por el contrario, afirma que escoge estilo y manera según las necesidades del tema y las expectativas del cliente. Vemos, en efecto, que pinta paisajes asturianos (capillas, manzanos, montañas y mar) con pincelada suelta y color «Turner», mientras se dedica minuciosamente a obtener reflejos plateados en la piel de los peces. O retrata a una niña vestida de asturiana con pincelada paciente de pincel fino.

Las quince obras de Muralla Romana versan acerca de la pared, ese lugar cuyas manchas y desconchados permiten ver tantas figuras como en las nubes, que decía Leonardo da Vinci. Aquí emplea una manera casi hiperrealista, sirviéndose de la fotografía proyectada sobre el lienzo para trabajar en directo. Así medita y escoge, centra su observación y descarta motivos. Un trabajo lento, de muchas horas. Pinta mientras medita y medita mientras pinta. Contrapone pintura y fotografía. Niega la foto cuando pinta, mientras la usa como soporte inicial. En la fotografía, como en la vida, hay muchas posibilidades y no todas pueden ser escogidas y desarrolladas. Y este pintor de oficio consumado se identifica con el grafiti insurgente o ilícito rebelde, y lo incorpora a la pared para contraponer el vuelo ancestral de la mano al trabajo lento del pincel académico. Lo mismo hace con el espacio en el cuadro. No hay por supuesto perspectiva alguna en estas paredes ni puede haberla. Pero hay un espacio cierto y sutil que te hace sentir la vibración anhelante de la hiedra trepadora o la torpeza y el carácter grotesco de la higuera. Fascinan las hojas caídas del avellano, tan desprotegido de cultivo amplio y moderno en este paraíso natural. Estamos también ante un pintor culto. Escribe bien, analiza su trabajo y cita a William Blake. Una pared roja lleva pintados con tiza los cuatro primeros números enteros, el tetraktys pitagórico cuya suma es 10, el número de la perfección y del triunfo. No parece casualidad. Donde hay gusto y perfección, el triunfo espera.