R. VALLE

Una pequeña puerta en el arranque de la calle de Claudio Alvargonzález da paso a un almacén donde, desde hace años, guarda su lancha un vecino de Cimavilla. Antes lo hacía el equipo de salvamento de Cruz Roja. Pero antes, mucho antes, esa puerta era uno de los caminos a la salvación que tenían los gijoneses que huían de los bombardeos que sufrió la ciudad entre 1936 y 1937. Un refugio de 500 metros cuadrados con capacidad para unas 1.200 personas y al que se podía acceder también desde los actuales entornos de la Colegiata de San Juan y la plaza de Arturo Arias.

Este refugio de Cimavilla es mucho más que uno de los 154 sótanos, portales y refugios que ha localizado el geógrafo Antonio Huerta Nuño dentro de su trabajo de «Catalogación y puesta en valor de los refugios antiaéreos de Gijón», que ayer presentó oficialmente en el salón de recepciones del Ayuntamiento de Gijón de la mano de Jesús Montes Estrada, como responsable político del área de Memoria Social del gobierno local. El refugio de Cimavilla es, sobre todo, el eje central de todo un trabajo que tiene en este catálogo su punto de arranque.

Una vez conocidos los espacios, a partir de los 193 registrados en fuentes documentales de los archivos históricos y la hemeroteca, y su estado de conservación la intención más inmediata es señalizar una serie de itinerarios de la defensa republicana para, ya con más tiempo, intentar recuperar el espacio de Cimavilla para convertirlo en un refugio visitable y aprovechar la conversión de la Fábrica de Tabacos en el Museo de Gijón para ejecutar un proyecto museístico sobre el patrimonio de la Guerra Civil en Gijón. El estudio de las posibilidades de recuperación del refugio de Cimavilla ya tienen adjudicado un presupuesto de 30.000 euros pero, antes de tomar cualquier decisión, es necesario saltar el tabique interior que ahora impide entrar al corazón del refugio y ver sus condiciones reales de conservación y manipulación a futuro.

Los sótanos de la Tabacalera también ejercieron de refugio contra las bombas. Al igual que el salón de actos de la actual Biblioteca Jovellanos (que antes fuera Banco de España) o una parte de un paseo de Begoña que prefirió cambiar el refugio por un amplio aparcamiento bajo tierra. Precisamente estos espacios, junto al túnel de El Musel y del emisario del Piles, estuvieron en la lista de refugios recuperables cuando en 1943 la Junta de Defensa Pasiva impuso este tipo de construcción en poblaciones de más de 20.000 habitantes. Ahora mismo sólo se mantienen los de Claudio Alvargonzález y la Fábrica de Tabacos. Todos los demás, muchos de ellos vinculados a grandes fábricas del siglo pasado, han desaparecido en el proceso de transformación de la ciudad.

La historia que recupera Huerta Nuño como complemento de su catálogo se remonta a 1936 y a la necesidad que vio el propio Ayuntamiento de proteger a sus ciudadanos, sobre todo tras el primer bombardeo aéreo de la ciudad el 14 de agosto de 1936. A partir del 31 de mayo de 1937 se encargará de impulsar esos refugios la Junta de Defensa Civil. A estos habitáculos perfectamente habilitados se van uniendo según las necesidades sótanos y portales protegidos simplemente con sacos terreros.

Todos ellos han sido visitados y catalogados por Huerta en un trabajo de campo que incluye, además, testimonios orales de vecinos de la época. «Todos han sido de gran ayuda; lo menos fueron quienes me dijeron que estas cosas era mejor dejarlas», explicaba ayer el geógrafo asturiano al tiempo que reivindicaba la cara de sorpresa de muchos gijoneses que le abrieron la puertas de sus inmuebles sin saber que, hace 75 años, esos portales o esos garajes de la comunidad eran un espacio de huida de las bombas para sus padres o abuelos.

Estos refugios también tendrán su protagonismo en la exposición «Gijón bajo las bombas» que se abrirá al público el próximo 9 de marzo en las dependencias de la actual Biblioteca Jovellanos. Una elección que tiene que ver con el pasado de ese inmueble como refugio antiaéreo. La muestra se complementa con un catálogo que recoge varias imágenes de la época que, hasta ahora, eran desconocidas para la mayoría de los gijoneses. El estudio de ese momento de la historia de la ciudad se completará con la publicación de una obra que está ultimando el historiador Héctor Blanco.

El geógrafo Antonio Huerta Nuño ha dedicado horas y horas a lograr el más actualizado, copioso y riguroso catálogo de refugios antiaéreos de Gijón. Arriba, el autor y el concejal Jesús Montes Estrada posan con las dos cajas que recogen los volúmenes, listados y referencias fotográficas de este trabajo de investigación.