M. C.

«Las asociaciones de vecinos fueron escuelas de democracia en el franquismo» en cuyas asambleas se debatía y se podían aprender las técnicas de hablar en público. Ésta fue una de las reflexiones que ayer hizo la historiadora gijonesa Claudia Cabrero Blanco, que disertó en el Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón sobre las mujeres y el movimiento vecinal durante el franquismo. La historiadora resaltó también el papel del movimiento vecinal como un «espacio fértil para que las mujeres adquirieran responsabilidades», algo que era más complicado en otros espacios en aquella época.

Claudia Cabrero repasó la etapa que transcurrió entre la constitución de las primeras asociaciones vecinales, en 1967 y el advenimiento de la democracia. Desde una primera etapa en la participación de las mujeres se restringía a las asambleas, al estar vetada en las juntas directivas de las asociaciones por las leyes franquistas y en la que los actos de protesta se gestaban de manera espontánea, se llegó a un movimiento con mujeres en las presidencias de asociaciones vecinales, la creación de vocalías de la mujer en las mismas y la participación organizada en la lucha contra el régimen franquista y por la igualdad de la mujer.

«Las mujeres siempre han sido el centro de las economías domésticas y de la vida diaria y familiar. En la posguerra cargaron sobre sus hombros con la supervivencia familiar y cuando tenían que protestar, protestaron», indicó la historiadora gijonesa. Unas protestas que se acentuaron en los años del desarrollismo franquista, en los que «proliferaron barrios obreros masificados, sin equipamientos sanitarios y sociales y las mujeres eran las que sufrían día a día esas carencias».

En los años 60 del siglo pasado tuvieron lugar las primeras movilizaciones vecinales con protagonismo de mujeres, que tuvieron su punto álgido en la manifestación de las velas, en 1969 en la que un grupo de mujeres de Barredos, encabezadas por Aida Fuentes Concheso logró congregar a 1.500 vecinos que se dirigieron, con velas encendidas, hacia el Ayuntamiento de Laviana. La Guardia Civil interceptó la protesta e hirió a una manifestante, pero al final consiguieron que el Ayuntamiento activase la luz eléctrica en el barrio, que permanecía a oscuras por una disputa entre el consistorio y la compañía eléctrica.

De esas primeras actividades reivindicativas espontáneas, se pasa en los años 70 a una «presión organizada», en la que las mujeres hacen recogidas de firmas, ocupan locales públicos y asisten a plenos para hacer oír sus demandas. También empiezan a incorporarse a las directivas de algunas asociaciones de vecinos en esta época, como la de Barredos y la de La Calzada.

Especial importancia tuvo la creación en Gijón, en 1965, del Movimiento Democrático de Mujeres, fundado por mujeres del PCE y en el que se integraron antifranquistas de distintas tendencias. El objetivo de este movimiento era ser un núcleo más de la lucha contra el régimen «introduciéndose en los barrios, llegando a las amas de casa con los problemas cotidianos para introducir después las reivindicaciones políticas y la problemática de género», señaló Claudia Cabrero. Mujeres jóvenes, vinculadas al movimiento estudiantil, se convirtieron en activistas de este Movimiento Democrático de Mujeres. Una de ellas, Marisa Castro, fue a la postre la primera presidenta vecinal de Asturias y la creadora de la primera vocalía de la mujer, en la asociación de vecinos de El Llano.

La mezcla de amas de casa, mujeres vinculados al movimiento obrero y partidos de izquierda, universitarias, católicas y feministas originó «tensiones», pero iniciaron juntas un camino que ya no tenía marcha atrás: «De protestas espontáneas por el alumbrado en Barredos se pasó a la conquista de espacios públicos y en las asociaciones».