«Por un problema de corazón el médico me mandó no hacer esfuerzos, y, como no valgo para estar parado, empecé a tallar piedra para hacer a escala las iglesias de Asturias». Benigno Runza, de 83 años y vecino de Quintueles, abandonó en 2001 el oficio de ganadero y de herrador para volcarse en la pasión de reproducir a escala iglesias prerrománicas y otros templos de la región. La primera fue San Salvador de Valdediós. Luego, a razón de una por año, levantó Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo, Santa Cristina de Lena, Santa María de la Oliva, en Villaviciosa; San Juan de Amandi, la basílica de Covadonga y, finalmente, Santa Eulalia de Selorio, finalizada hace tres meses. Y aún tuvo tiempo para el «puente romano» de Cangas de Onís, que expone en el vivero familiar.

Runza considera este trabajo «una buena terapia para mi enfermedad. La piedra la recojo al lado de casa, porque es buena para trabajarla. La pizarra me la regaló un amigo, que la quitó de un piso. La teja es lo único que compro, en Tarragona. De herramienta utilizo el motor de una lavadora al que le acoplé un disco de cortar y limar, y con ello trabajo y tallo la piedra. Aparte del pegamento de carpintero. Normalmente trabajo de 9 a 12 y de 16 a 19 horas».

Cada obra tiene un gran peso. La basílica de Covadonga alcanza los 300 kilos, entre su numerosa piedra y un forjado de hierro para aguantarla. Benigno explica que este templo emblemático «me dio "mucha guerra". Primero me equivoqué en un centímetro en una puerta lateral y la tuve que tirar toda. No tenía planos y tuve que ir a Covadonga a tomarle medidas por fuera y hacerle fotos. Normalmente, me guío por libros como la Enciclopedia Asturiana y del Románico y saco los planos del solar que tenía».

Otros problemas de salud, como una inflamación de ganglios y las posteriores sesiones de quimioterapia, pusieron al veterano artista al borde del KO. «Hubo un momento en que me puse tan malo que tuve que dejar la basílica. Creía que ya no la iba a acabar, pero me recuperé y lo logré. Fue una gran alegría».

Benigno Runza recibió numerosas felicitaciones por estas reproducciones y hasta le quiso comprar la basílica de Covadonga una persona de Madrid «de mucho dinero». Pero no accedió: «No me desprendo de esto porque es un legado para mis descendientes y si fuera por horas tendría un precio muy alto. En principio, pensaba regalar una a cada uno de los cuatro hijos, pero como ya construí siete se las dejaré a los nietos y a los bisnietos», explica.

Runza planea nuevos retos, como «una mariñana, que era una casa antigua que había por aquí hace 400 años y de las que ya no quedan. Hay una en Cabueñes, la de Piñole, pero está muy retocada. También miré de hacer la iglesia de San Julián de los Prados, pero no me gustó el estado en que se encuentra. Me gusta hacer cosas antiguas, pero algunas ya están muy cambiadas. Muchas las modifico para mostrar su imagen primigenia. De lo que más me encapriché fue de cómo quedó la de Amandi, pero ahora me quedo con la basílica de Covadonga. Los defectos se ven al acabar».