Aurelio ARGEL

Alberto Fernández Velasco, luthier de referencia en la historia de la gaita asturiana de las últimas tres décadas, fallecía ayer a los 68 años de edad. Su funeral se celebrará hoy en la iglesia gijonesa de Santurio (parroquia en la que vivía y tenía su taller el artesano), a las cinco de la tarde. Por la sala 6 del tanatorio gijonés ya pasaron ayer numerosos amigos y cuantos reconocieron la dedicación que en vida tuvo Alberto Fernández a la música asturiana. Todos querían trasladar su pésame tanto a la viuda y gran colaboradora-artesana de Fernández Velasco, María del Carmen Varillas, como a su hijo, Alberto Fernández Varillas, uno de los grandes maestros gaiteros de la región («Asturiana Mining Company», «Ástura») surgidos en la llamada «Quinta del biberón» que hizo acelerar exponencialmente con las gaitas de su padre la evolución del instrumento en Asturias.

Alberto Fernández Velasco nació en L'Acebal (L'Entregu) en 1942 (en Gijón llevaba algo más de cuatro décadas) y en los años de juventud decidió probar suerte en el mundo de la gaita. Pasando de los 17 desistió del empeño de ser gaitero «porque no congeniaba con los sonidos entresacados con cierto esfuerzo» -según declaraba el respetado luthier- y se propuso entonces retos mayores, los que marcarían toda una vida de labor luthier: «lograr el mejor sonido que pudiera brotar de una gaita asturiana, de la mejor posible». Su profesión de ebanista facilitó el comienzo; construye un primer torno, diseña herramientas apropiadas para la talla, realiza esbozos y hace análisis minuciosos de todas las gaitas activas o dormidas en aquellos años.

Gaitas de gaiteros hábiles en el toque y en la construcción, con firma propia, como Solares, Cogollu, Marcelo Fresno, Manolín de la Carrera, Margolles y otros legendarios de la tradición asturiana marcarían los primeros pasos del luthier Fernández Velasco. Tiempos aquellos donde predominaba el gusto por el toque de los gaiteros de antaño, o de Remis y su escuela, por ejemplo. Unos años complejos en los que la gaita asturiana era folclóricamente respetable pero que, organológicamente, estaba en estado crítico o en transición dudosa. Alberto Fernández Velasco estudia al detalle lo más apropiado de todas y cada una de las gaitas, el estilo de todos y cada uno de los gaiteros y artesanos. Sabe que con observación y trabajo duro las mejores payuelas o punteros de unas y los roncones de otras podrían configurar el modelo ideal, ese instrumento que pudiera alcanzar el papel musical que siempre mereció y que tantas veces se le negó, por ser gaita -precisamente- y por sus propias y conocidas limitaciones.

Velasco construye entonces punteros de igual sonoridad hacia 1981, trata de atemperar los instrumentos para que muestren una escala diatónica con punteros grilleros de 32 centímetros afianzada más tarde con punteros en DO de 33 centímetros. Años después surge el puntero cromático, para llegar a esa perfección tan deseada que trataría de contentar a los gaiteros veteranos y a los que vendrían después haciendo resurgir la gaita asturiana desde entonces.

Su gaita cromática pasa «tribunales científicos y musicales» y llega hasta la Orquesta Sinfónica para que fuera grabado el disco «Día de Fiesta en Asturias» con fusión naturalizada de lo clásico y el folclore. Con este instrumento y otros tantos nacidos de los tornos sabios de Fernández Velasco irían llegando «la leyenda y la mítica» de sus construcciones.

El mayor nivel temperado de la afinación hermana a su gaita con otros instrumentos y se enriquece el folk inicial de Asturias con grupos como «Ubiña», «Llan de Cubel» y «Lliberdón», así hasta nuestros días. Las bandas de gaitas cobran vida nueva: «Noega», «Villaviciosa», «Fonte Fuécara», «Naranco», «Villa de Mieres», y ahí están. El secreto (el trato «especial» de Velasco) empieza a ser reconocido y demandado dentro y fuera de Asturias y como bien señalaba este maestro luthier poco antes de recibir el pasado día 4 de marzo de este año en el teatro Filarmónica de Oviedo el Premio AMAS (Anuario de la Música en Asturias) Honorífico: «El gaitero, más que un tocador de instrumentos, ha de ser uno con la gaita; hay que saber escuchar a quien sabe bien qué quiere extraer de una gaita y por qué y para qué lo pide». Alberto Fernández Velasco subía al escenario del teatro Filarmónica con el auditorio puesto en pie y recibiendo la mayor ovación que se recuerda en todas las ediciones de este evento tras ofrecer un sentido discurso donde hablaba de «tornear y moldear a la enfermedad como se tornearía la gaita más compleja». Estaba acompañado por su hijo y su mujer, de quien el maestro indicó que sus gaitas les debían a las manos de ésta el mayor porcentaje de su éxito.

Como ejemplo de tal afirmación puede valer la memoria del Concurso Internacional de Gaiteros del Festival Intercéltico de Lorient. En los veinticinco años de competición de este certamen los gaiteros asturianos lograron triunfo absoluto en la Bretaña francesa en dieciséis ocasiones. Los abrió el maestro Xuacu Amieva en la primera edición con «una gaita de Velasco» y en 2010 lo logró, con otra de estas gaitas la joven Andrea Joglar. Exceptuando un pequeño número de estos triunfos más sonados, el resto de éxito y buenas posiciones -allá en Bretaña y en tantos otros concursos locales- debe un porcentaje muy notable de tales logros a la labor del luthier que los hizo, en buena parte, posibles.

Alberto Fernández Velasco, galardonado ya con el «Urogallo de bronce» y el Premio «Memorial Fini Suárez a la Investigación Folclórica» en la Folixa de Mieres, recibió el último gran homenaje público en Oviedo con la entrega del AMAS de Honor de este año 2011. Fernández Velasco era representante cimero de un buen número de luthiers gaiteros de Asturias que, como él, hicieron prevalecer sobre el vértigo de la industria la labor del artesano. Miles de gaitas talladas sobre el torno, herramienta en mano, para seguir vistiendo la esencia musical de Asturias con notas artesanas.