J. MORÁN

Unos veintisiete siglos antes de que Gijón destacara como ciudad siderúrgica -con Ensidesa o la Fábrica de Moreda-, o de que fuera lugar de caldereros aplicados a la construcción naval y otras industrias, el pueblo cilúrnigo ya había echado raíces en una privilegiada atalaya del concejo, resguardada por un istmo, defendida por foso y muralla, y en la que se fundían y acrisolaban bronce, oro, plata y hierro.

La Campa Torres de Gijón, en el homónimo cabo que preside el puerto de El Musel, fue hace unos 2.700 años el lugar denominado Noega, el castro de Asturias que más publicaciones científicas ha reunido y que hace justo ahora una década contaba con el libro que fue la memoria de toda su excavación arqueológica durante más de veinte años, de 1978 a 2001. En efecto, ese último año se publicaba la obra «El castro de la Campa Torres. Período prerromano», cuyos autores eran los dos arqueólogos principales de las investigaciones: José Luis Maya (fallecido ese mismo año) y Francisco Cuesta.

La obra fue entregada a la entonces alcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso, como culminación de las exploraciones científicas. Además del copioso elenco de publicaciones sobre el castro de Noega, las investigaciones arqueológicas habían tenido otras particularidades, como la utilización de procedimientos tecnológicos (carbono 14, fitolitos, etcétera) facilitados por tratarse del proyecto piloto de los entonces nacientes parques arqueológicos de España.

Un gijonés, Manuel Fernández Miranda, catedrático de Prehistoria y director general de Bellas Artes del Ministerio de Cultura entre 1982 y 1984, fue el primero en vislumbrar la trascendencia de que Gijón recuperase a fondo su pasado más remoto.

Anteriormente, la Campa Torres ya había estado en el punto de mira de estudiosos de la historia asturiana y gijonesa como Luis Alfonso de Carvallo, Jovellanos, Rendueles Llanos o Julio Somoza. El emplazamiento en ese lugar de una Ara Sextiana -que mandó construir el general romano Sextius en torno al año19 a.C., como monumento al emperador César Augusto tras las guerras contra los astures- delataba la romanización de la antigua Noega. En 1783, Jovellanos pide a Manuel Reguera González que indague en el yacimiento, pero tendrán que pasar casi doscientos años para que en 1972 el profesor José Manuel González y Fernández-Valles determine que en la Campa Torres existía un castro con dos etapas de ocupación, una prerromana, seguida de la romana.

Fernández-Valles es quien identifica el lugar como el Oppidum Noega citado por los historiadores clásicos Estrabón, Pomponio Mela y Plinio. El mismo profesor localiza otros dos castros en el concejo de Gijón, en Serín y en Castiello de Bernueces, esté último todavía no investigado hasta la fecha.

Por su parte, Fernández Miranda será el impulsor en 1982 del «Proyecto Gijón de Excavaciones Arqueológicas», con el apoyo del Ayuntamiento y del Ministerio de Cultura. Dicho plan sistemático de arqueología se encuadraba en la ciudad de servicios que entonces se planteaba en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de Gijón. Fernández Miranda aspiraba a que los propios gijoneses, más que los turistas, conociesen su historia, una vez descubierto y expuesto el patrimonio.

De este modo, la investigación en la Campa Torres se encomendaba a José Luis Maya (Autónoma de Barcelona), la muralla romana y la termas a Carmen Fernández Ochoa (Autónoma de Madrid) y la villa de Veranes a Lauro Olmo (Alcalá). Francisco Cuesta llevará la codirección del proyecto de Noega desde 1984.

Tras las primeras campañas arqueológicas, se comprobará que la Campa Torres encaja en el proyecto de parques arqueológicos de España, que entonces se alumbraba. Las condiciones paisajísticas del enclave gijonés lo convertirán en Parque Arqueológico-Natural, resultando ser el más interesante y novedoso de cuantos aspiraban a la nueva categoría oficial.

El equipo de investigadores recibirá entonces la calificación de excelencia, lo que propició el acceso a métodos muy costosos, como la datación por carbono 14 o el de los fitolitos, que permite averiguar lo que habían contenido las cerámicas halladas en Noega.

Dicha cerámica, de tipo griego, atestigua los intercambios comerciales de Noega, probablemente mediante un flujo de exportación de metales a cambio de cereales y ciertos alimentos provenientes de otros castros interiores. También existieron los intercambios marítimos de cabotaje, a partir de la ensenada que hoy es el puerto de El Musel.

Pero la evidencia arqueológica más destacable fue la metalúrgica, bien con vestigios de objetos como pendientes, pasadores, agujas y anzuelos, o bien con los medios de producción, consistentes en crisoles, toberas, moldes de fundición, o lingoteras. Era la primera siderurgia gijonesa y los habitantes de Noega se denominaban a sí mismos cilúrnigos, término celta que podría traducirse por caldereros. Esta actividad hizo de Noega el enclave más próspero y preponderante con respecto a otros asentamientos castreños. Su nombre era conocido en el Cantábrico, como después iban a atestiguar los antiguos historiadores.