R. VALLE

Jorge Vargas lucía ayer orgulloso en el salón de recepciones del Ayuntamiento de Gijón el fajín verde que le distingue como el mejor escanciador de la ciudad. No muy lejos de este joven ecuatoriano de 29 años que ejerce su sabiduría en El Otru Mallu, un establecimiento que ya sabe de premios y más premios a sus escanciadores, se paseaba Amador Barrero con el trofeo que distingue a la sidrería Uría como la mejor barra de chigre de Gijón. Uno y otro fueron dos de los muchos protagonistas de la gala de entrega de premios de «Gijón de sidra», el evento gastronómico que desde el pasado día 7 ha movilizado a 34 sidrerías y otros tantos llagares en favor de una nueva apuesta por la hostelería local basada en la bebida autóctona asturiana.

«Mucho se debate sobre la calidad y el precio pero mi reflexión es que, para nosotros, el ambiente que se respira en las sidrerías no tiene precio», sentenciaba como remate al acto el edil de Desarrollo Económico y Empleo, Fernando Couto, quien también ejerció de mano inocente para seleccionar el boletón ganador de un crucero, premio que se fue a manos de Santos Nieto.

El listado de premios incluyó, además, el reconocimiento a Parrilla Antonio y Llagar Castañón como el mejor equipo sidrería-llagar con 490 cajas de sidra vendida; a Sidra Acebal, como la sidra más prestosa según los internautas en una votación que dio la plata y el bronce, respectivamente, a Trabanco y Menéndez y un empate en la categoría de mejor cazuela entre las verdinas amariscadas de Casa Fede y el congrio marinero de Casa Justo.

«Gijón de sidra» ha cerrado su edición de este año con 67.000 botellas vendidas frente a las 42.000 del año pasado y una media de venta de 200 cajas por sidrería. Unas cifras nada desdeñables en estos tiempos de recortes y crisis en el mundo de la hostelería.