Pertenece a la que algunos de sus más ocurrentes miembros llama, entre la ironía y la resignación, «xeneración boarding» (xb). Tiene que ver, claro, con que sus mayores sólo les ofrecemos salarios tercermundistas después de estar repitiéndoles machaconamente, durante años, que deberían cursar dos o tres licenciaturas, hacer algún máster y hablar un par de idiomas, además del castellano y el asturiano de andar por casa, para convertirse en jóvenes «sobradamente preparados». Pero el marbete guarda más relación, según me han explicado, con la necesidad creciente de frecuentar las salas aeroportuarias de los cinco continentes en busca de las lentejas que ofrece el capitalismo globalizado, ahora que España se consume entre el desempleo, la austeridad y lo que disponga Luis de Guindos. Aunque, dejémoslo claro ya de entrada, Marcos Tamargo es un «xb» más por convencimiento que por necesidad. La diferencia es notable. Queremos decir que podría ganarse la vida a este lado del Pajares pintando cuadros para burgueses posmodernos. Y, sin embargo, ha dicho «no» a todo eso para ir a la cocina principal del arte que se hace ahora mismo, donde se ha puesto, desde la humildad, el mandil del pinche que quiere aprenderlo todo, rápido y bien, muy cerca de los fogones.

El pintor gijonés Marcos Tamargo (1982) se fue a Nueva York a finales de 2007, influido quizás por la exitosa aventura de otro joven artista asturiano: Hugo Fontela. Lo cierto es que su crecimiento plástico ha sido espectacular en estos últimos cuatros años, como pudimos comprobar en algunas de las obras de «Realidad subyacente», la exposición que colgó en la galería Van Dyck el pasado octubre. No ha sido un camino de rosas. Se ha visto obligado a vivir en sótanos desapacibles y ha aceptado con franciscana resignación modestos trabajos con los que poder comprar el lienzo, el óleo con el que seguir pintando.

«Fue muy duro, pero estoy enamorado de la ciudad, y estoy haciendo lo que quiero, no lo que me han enseñado», ha confesado a este periodista. Nueva York es hoy para los pintores lo que fue París en los tiempos de las vanguardias, cuando Picasso y otros obligaban al arte a hacer marchas forzadas en busca del lenguaje nuevo. Aunque se engañará quien piense en Marcos Tamargo como en un alocado bohemio. Al contrario, es un tipo con los pies en el suelo, como muchos otros «xb». Él dice que, antes de lanzarse a pintar y pintar en Nueva York, siguió el buen consejo paterno de concluir sus estudios de Empresariales. Aprovechó bien las clases: además de firmar obras magníficas, demuestra un afinado sentido comercial.

Pese a su juventud, es un pintor que empieza a estar de moda. Aurora Vigil-Escalera, que tiene excelente olfato para estas cosas, apuesta por él. Igual que la galería neoyorquina Art Angler, por la que acaba de fichar. Hasta la Unión de Comerciantes de Gijón y Carreño ha pensado en una obra de Marcos Tamargo para su cartel navideño. Se trata de una pieza en la que el artista, que ha aprendido de Marcus la técnica de la «luz negra», ha introducido un temporizador con el que el cuadro va transformándose y revelándose en función de la luz. Coincidiendo con la entrega de los premios «Príncipe de Asturias», también el pasado octubre, mostró en el ovetense hotel Barceló los retratos que ha hecho con «luz negra» de los galardonados. Está a todas.

Muchas cosas en muy poco tiempo, pensarán algunos lectores. Aunque Marcos Tamargo pinta desde los 11 años y ha recorrido, bajo la atención de maestros a los que siempre recuerda (José Ramón Rodríguez Cuevas o Javier Martínez Solar), el exigente camino de la pintura académica: realismo, impresionismo? Quizás, a mi juicio, lo menos interesante del artista gijonés sean esas obras por las que en los últimos meses ha sido jaleado y sujeto de titulares elogiosos. Lo que a mí me gusta, sin embargo, y por lo creo que es ya un excelente pintor merecedor de toda la atención, es por sus imágenes más personales, aquellas que parten del expresionismo abstracto para alcanzar, conquistar un estilo. Sigan la pista de este gijonés, aquí y en Nueva York.