Después de una brillante hoja de servicios, quién iba a decirle a este cántabro, sociable, culto, e inteligente, que su último destino le atraparía sin remedio. La jubilación ha llamado a su puerta, y se va, pero se queda en Asturias, su tierra de promisión descubierta en la postrer etapa de su actividad castrense. Siempre ameno, su charla es como un manantial de ideas, ingenio, información, y gracia. Podríamos hallarnos ante la entrevista interminable. En la actualidad es director de la Residencia Militar «Coronel Gallegos»

-Por favor, defínase

-Soy Rafa, un soldado de España feliz y orgulloso de serlo. He tenido la suerte de cumplir 44 años de servicio ininterrumpidos, hasta el próximo 3 de febrero en que me jubilo; la mitad de mis compañeros de promoción se quedaron en el camino, muchos a causa del terrorismo, otros por los avatares de la vida.

-¿De pequeño jugaba a las guerras?

-Pertenezco a una generación en cuyas casas no se hablaba ni de política ni de guerra. Creo que mi padre había quedado harto de ambas; tenía dos cruces rojas ganadas en combate, pero no era un militar al uso. Le atrapó la guerra siendo músico y luego se quedó en el Ejército. Yo no jugué a las guerras pero siempre quise ser militar.

-Así que vino al mundo en 1947...

-Sí, en Santander, la única ciudad del Norte de España que está orientada al Sur. Donde las obras de un visionario llamado Juan Hormaechea son hoy la base del Santander y Cantabria modernos, dando grandes frutos de todo tipo. Desde Cabárceno a las grandes infraestructuras, todo lleva la firma de este ex presidente.

-¿Alguna vez pensó en Asturias como plaza definitiva?

-No, hice la carrera en la Academia Militar de Zaragoza, y posteriormente tuve varios destinos, Burgos, Vitoria, Navarra, Madrid... En 2000 me nombraron Delegado de Defensa del Principado de Asturias, de rebote. Digo esto porque me habían prometido otro puesto y de pronto me vi en el BOE, con destino a Oviedo. Así que algo que en principio me sorprendió fue el inicio de la mejor época de mi vida, en lo profesional y en lo personal.

-¿Está felizmente casado?

-Sí, tengo dos hijos, chico y chica, que han contraído matrimonio con asturianos. Luego, mis dos nietos también lo son. Ambos me llaman colega.

-¿Cómo explica que pese a la proximidad geográfica, cantabros y asturianos seamos tan diferentes, según se comenta?

-Yo diría que nos parecemos más de lo se nos reconoce. Hace siglos, las Asturias de Santillana formaban parte del Principado, pero alguien decidió trazar una línea y separarnos. ¿Esa línea nos hace diferentes?

-Es usted un experto en historia y cultura rusas, incluso habla su idioma, ¿qué le hizo aproximarse a este pueblo?

-Inicialmente las aventuras de Miguel Strogoff que leí en la adolescencia. Luego se dieron una serie de circunstancias, como encontrarme en Elizondo con un oficial que tenía un método para aprender ruso, sin esfuerzo, decía. Al principio lo tomamos a risa, pero luego lo estudiamos en serio. He trabajado cuatro años en una ONG cerca de Chernovyl, tengo muchos amigos rusos y he viajado infinidad de veces a Rusia; estoy loco por volver, la última vez fue en 2004.

-¿Qué le atrae de ese país?

-El gran parecido con nosotros, como si fuéramos primos hermanos. Rusia en un pueblo meridional que vive en el Norte. Son muy latinos; caóticos, informales, juerguistas, de gran sentido del humor, como los españoles. Y prácticos. Los científicos norteamericanos investigaron el porqué los bolígrafos no funcionaban en las naves espaciales; los rusos llevaron lápices. De otro modo, San Petersburgo quizá sea la ciudad más bonita del mundo, aunque yo me siento más cómodo en Moscú. Moscú en Rusia; San Petersburgo recuerda más a Francia.

-¿Y de Asturias, qué le seduce?

-Todo. Asturias es España y lo demás tierra conquistada. Es un tópico, pero obedece a la realidad. Aquí he tenido realizaciones de todo tipo que me han hecho absolutamente feliz, como la gestión del primer convenio que se firmó en España, entre el Ejercito y el empresariado, para recolocar a los soldados que dejaban las armas. Hemos tenido una actividad universitaria importante, que aún sigue. El estand del Ministerio de Defensa en la Feria de Muestras nos dio días inolvidables; era precioso. Iniciamos las exhibiciones aéreas en la playa de san Lorenzo el día de Begoña... Y respecto a lo que no se ve he puesto mi granito de arena para desalojar los viejos atavismos referentes a los militares; hoy se nos considera como personas normales y cercanas.

-Llega el día de su jubilación, 3 de febrero, ¿qué hará?

-Es difícil vivir con el cuerpo en un sitio y el corazón en otro; aquí están mis hijos y mis nietos. Mis amigos, mis gratitudes, mis querencias... Esta tierra me enganchó. Asturias engancha. Así que me voy temporalmente, pero mi propósito es vivir en Asturias.

-¿Qué le supone abandonar la dirección de la Residencia Militar «Coronel Gallegos»?

-Desde un punto de vista práctico, nada. Desde el punto de vista emocional es mi última trinchera.

-¿Cómo será la ceremonia de su despedida?

-Sencilla. Un acto castrense íntimo que deseo no dure más de cinco minutos, para que las emociones sean llevaderas. Asistirán cuatro generales, amigos míos.

-¿Piensa que España tiene arreglo?

-España, sí; los españoles más difícil.

-¿Qué no puede soportar?

-La traición. Llevo varias navajas cachicuernas clavadas en la espalda, pero..., lo olvidaré mañana mismo. Digo, como José Martí, que «Cultivo la rosa blanca, / para el amigo sincero que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo / cardo ni ortiga cultivo; cultivo la rosa blanca».

-¿Con qué pecado es más indulgente?

-Con la ira, dados mis propios cabreos.

-¿Se atreve a calibrar los últimos siete años de Gobierno?

-Un militar no debe hacerlo, pero sí puedo decir que los perfiles políticos de esos años quizá han sido muy bajitos.

-¿Qué hará con tanto tiempo libre, acaso seguir publicando libros?

-Si, y leer... Rajoy ha suprimido ministerios, el puesto de inspector de nubes ya está ocupado, no sé... Seguiré escribiendo.

-¿Desea despedirse?

-Sí, quiero enviar un abrazo al incontable grupo de amigos, ya que no puedo hacerlo de un modo individual. Pero no es un adiós, sino un hasta pronto.