Pablo TUÑÓN

«Por la crisis: no se vende, no ganar y muy mal el comercio». Así se expresa, en un castellano achinado, Lin Lin; dueña de una tienda que luce en sus escaparates dos carteles bien grandes que rezan: «Liquidación por cierre». La nefasta coyuntura económica también ha golpeado al comercio chino, que se levantó floreciente en la ciudad como una gran muralla pero que ahora se ve golpeado por los avatares de la economía.

Raro es encontrar un comercio regentado por chinos que no se queje de un descenso abrupto de las ventas. Xiao Chun, conocido por sus clientes como Fernando, resiste a duras penas capeando el temporal. Se queja en un español casi perfecto. «Jolín que si se nota... Casi no vendemos nada y no podemos aguantar», se lamenta. Su comercio, Híper Euro, se encuentra en la calle Marqués de Casa Valdés y, en los alrededores, ha visto cómo cerraban los negocios de varios compatriotas.

«Cerraron muchos chinos. En la calle Uría, antes había tres tiendas y ahora sólo queda una», asegura. Sus familiares también han sufrido las inevitables consecuencias de la crisis. «Mi primo cerró su último comercio, en la Carretera de la Costa, esta misma semana. Antes tenía tres y ahora ninguno. Está muy triste y quiere volver a China», cuenta Chun con rostro serio, que añade: «Muchos se están volviendo a nuestro país».

Dentro de unos días, el local de Lin Lin, en la calle Menéndez Pelayo, también sufrirá el mismo crudo destino del cierre. Aunque en su caso no regresará a su país natal, al menos de momento, ya que tiene otro negocio en Marqués de Casa Valdés, con el mismo nombre: Hua Fu. Tras más de diez años en Gijón, volver a China sería un varapalo para ella. Se encuentra completamente integrada, algo que se nota en su forma de vender. No pierde el humor ni con la que le está cayendo. «Igual tendré que pedir en la calle», bromea imitando con las manos el gesto mendigar, mientras una cliente habitual se ríe: «Esta mujer es la leche... Y yo el café», proclama, y añade que «es para echarle de comer aparte».

Lin Lin está tratando de liquidar todos los artículos, desde ropa a utensilios de cocina, que vende en su tienda. Para ello oferta descuentos de hasta el 50%. No le queda otra. El cierre es obligado. «Vendo menos de la mitad de lo que vendía antes», asegura. Algo que corrobora su empleada, Leila Tocto, a la que contrató hace nueve meses para tener a alguien que supiese español. «Desde que entré, se ha notado mucho la diferencia. En verano había más gente, pero en invierno ha bajado bastante», cuenta Tocto, que tendrá que buscarse otro empleo al ser una víctima más de la crisis. Lin Lin continuará de momento con su otra tienda. «No va bien, pero todavía no tiene que cerrar», afirma.

Chun, por su parte, todavía no se rinde. Ha bajado los precios para tratar de atraer a más clientela. Dos chicas le preguntan por esa especie de «chicle» que se utiliza para pegar papeles en la pared. Les señala dónde está. «Eso antes lo vendía a dos euros y ahora su precio es de 75 céntimos», cuenta. Lo mismo con las zapatillas: «Antes a ocho euros, ahora a cinco euros», asegura.

Pero la bajada de precios tampoco da demasiado resultado. «La gente no compra ni así. Parece que no necesita cosas. Entran y miran mucho los precios, pero no compran», asegura Chun, que ya es como un español más y opina de política. «No sé si Rajoy nos levantará. Espero que sea mejor para nosotros», proclama. Dada la situación, Xiao Chun no dudaría en agarrarse a un clavo ardiendo. No quiere hacer los bártulos con su familia y volver a China. A sus 32 años, tiene dos hijas: una de un año y otra de cuatro, que ya está escolarizada en Gijón. «Si tengo que cerrar, tendré que volver», se lamenta.

Lin Lin asegura que varios comercios chinos cerraron en la avenida de Schultz, donde sigue vendiendo artículos de todo tipo Zhou Jun Yong, propietario de la tienda Meirisen. Pero no lo hace igual que antaño. «Vendo menos de la mitad. Hace dos o tres años todo estaba mejor», asegura Jun Yong, que se queja de su situación. «Tengo que pagar el piso y la renta, pero gano menos», señala. Sin embargo, él no cree que muchos de sus compatriotas estén volviendo a China. «Cierran, pero abren otro negocio en otro lugar», asegura. Seguramente el comerciante chino, trabajador hasta la saciedad, no se dé por vencido pese a la grave crisis.