Agudo, extrovertido, criticón, un pelín chuleta, amante de la buena mesa, incansable conversador con mucha retranca. Seguro que con esta carta de presentación, Javier Clemente se sentirá en Gijón como en su casa. Porque Javi, como le llaman sus amigos, pese a su escaso 1,60 es un grandón al estilo de Baracaldo. Esa confianza en sí mismo, que siempre intenta transmitir allá donde trabaja, le va a hacer mucha falta para salvar a Sporting. Hoy empieza su batalla contrarreloj para evitar el descenso. ¿Miedo? Esa palabra no existe en el diccionario de Clemente.

Javier Clemente ha aterrizado en Gijón después de más de treinta años de carrera como entrenador, que le ha llevado de acá para allá, primero como una garantía de éxito y últimamente con la vitola de reanimador para equipos en coma. El martes, cuando al otro lado del teléfono escuchó la voz de su amigo Manolo Vega-Arango, no lo dudó. En realidad estaba convencido de que su próximo destino sería Gijón desde que supo de la destitución de Manolo Preciado.

La vida de Javier Clemente Lázaro (Baracaldo, 12-3-50) daría para una de esas series plagadas de giros teatrales, en las que el protagonista alterna momentos de gloria con otros que dejarían a cualquiera hundido en la miseria. Y de todos ha salido adelante, como si no quisiera dar una satisfacción a su legión de enemigos. Porque con Javi no hay término medio: o le quieres o le odias.

Lo resume muy bien Ramiro Fernández, el conocido psicoesteta allerano: «Antes de conocerlo me parecía un tío chulo, prepotente y engreído. Cuando empecé a tratarlo me encontré con un paisano, como decimos en Asturias». Ramiro concreta esas virtudes: «Es una persona que te mira de frente, que te habla claro y que es amigo de sus amigos. Siempre le estaré agradecido porque me introdujo en la selección, contra viento y marea».

La relación de Clemente con Ramiro Fernández es un ejemplo del carácter de un hombre que se mueve por impulsos. En condiciones normales, para el técnico vasco no habría nada más prescindible en un equipo de fútbol que un peluquero. En este caso se dejó llevar por la recomendación de dos de sus futbolistas de cabecera en su etapa en la selección, los asturianos Luis Enrique y Abelardo, a los que se unieron otros durante una concentración en Oviedo. «Yo me corto el pelo en Bilbao, a ver qué me haces», le advirtió en su primer encuentro. A partir de ahí, Ramiro Fernández fue uno más de la expedición.

El sentido de grupo siempre ha sido vital para Clemente. Cuando se compromete con alguien lo defiende como si fuese suyo. Eso, que le ha creado tantos adeptos como críticos, a veces le ha llevado a ser carne de hemeroteca. Por ejemplo, en octubre de 1989, cuando entrenaba al Atlético de Madrid se quejaba de la selección: «Los equipos grandes hacen un favor a la federación y resulta que salen perjudicados, ya que se favorece a los que no tienen internacionales. En la federación van a su aire». Justo cuatro años después, en octubre de 1993, había cambiado el disco: «La selección española tiene muchísimos problemas por culpa de los clubes».

Precisamente, su etapa de seleccionador (1992-98) fue la que le expuso al escrutinio público de todo un país. Mientras que en el aspecto deportivo hubo de todo, con fases de clasificación inmaculadas y sonoras caídas en los dos mundiales y la Eurocopa que le tocó vivir, su comportamiento llevó a declarar a Rafael Cortés Elvira, presidente del Consejo Superior de Deportes: «Clemente crispa su entorno y divide a la sociedad en dos».

Con Clemente o contra él. A favor tuvo al aparato federativo, a sus ayudantes y a los jugadores. Entre ellos, además de Abelardo y Luis Enrique, estaba Oli, el ex jugador del Oviedo que también coincidió con el técnico en el Betis. «A veces atraía sobre él las críticas para protegernos a nosotros», dice Oli, que expone la principal virtud de Clemente: «Es directo y claro, como somos los asturianos. El futbolista agradece un mensaje sencillo, sobre todo en situaciones comprometidas».

El fisioterapeuta Javier Gutiérrez, asentado en Oviedo, puede hablar de Javier Clemente con conocimiento de causa, ya que se conocen desde niños, de Baracaldo: «Como persona es una maravilla. Ayudó a muchísima gente. Por ejemplo, el chófer del Athletic se había comprado un autobús y tenía problemas para pagarlo. Javi le dijo que no se preocupase, que él le dejaba el dinero». Y cuando se le recuerda sus conflictos con periodistas, en algún caso próximos a la violencia, Gutiérrez habla de provocaciones de las que fue testigo en alguna concentración o viaje, como el que sufrió en una ocasión su ex mujer, María.

Clemente se ha peleado dialécticamente con dirigentes, entrenadores, futbolistas, árbitros e incluso aficionados. Pero nada ha dado más juego que sus guerras mediáticas. Especialmente enconada fue su relación con el grupo Prisa («El País», «As», Cadena SER), llegando a extremos inaceptables en el caso del narrador Manolo Lama. Clemente llegó a desear la muerte del periodista, ahora en la COPE, por un accidente de tráfico que le llevó durante quince días a la UVI en 1985. Más de veinte años después, cuando entrenaba al Murcia, Clemente soltó: «Personalmente, me hubiera venido bien que Lama hubiese palmado».

Clemente, que llegó a ser nombrado «farolín» de las fiestas de Bilbao, nunca ha rehuido el debate ni la bronca. Pero en la época de la selección sus conflictos se multiplicaron. Oviedo y el antiguo Carlos Tartiere fueron testigos de uno de sus célebres pulsos con la prensa. Decidió dirigir un entrenamiento a puerta cerrada, una quimera por las torres que rodeaban el campo. Al darse cuenta de que redactores y fotógrafos observaban desde un piso empezó a hacer gestos junto a algunos jugadores. Los periodistas respondieron tarareando el himno español y Clemente cerró el «debate» a su manera: se puso de espalda a los fisgones y levantó el chándal como si fuese a hacerles un «calvo», aunque en ningún momento bajó el pantalón.

Javier Clemente siempre ha sido un luchador. Así consiguió superar la frustración de su precipitada retirada del fútbol, sólo un año después de que muchos coches de Bilbao lucieran en su luna trasera la pegatina con el lema «Clemente, el 10 del Athletic». Iba para figura, pero un 23 de noviembre de 1969, en la Cruz Alta, una violenta entrada de Marañón, un malencarado defensa del Sabadell, le destrozó la pierna. Tenía 19 años y todo el tiempo del mundo para recuperarse, pero las cosas se complicaron y, después de cinco operaciones, en 1975 arrojó la toalla.

El Athletic perdió a su gran esperanza rubia, un futbolista de gran clase y con facilidad para el gol, para años después ganar al entrenador que le llevó a festejar dos ligas consecutivas y una Copa del Rey. Como si fuera su sino, el ascenso fue casi tan vertiginoso como la caída, provocada por su enfrentamiento con Sarabia, el jugador preferido por la afición. Ese conflicto, como el que tuvo posteriormente con Lauridsen en el Espanyol o Baltazar en el Atlético, sirvió de excusa para que un sector de la prensa buscase un paralelismo a sus relaciones con la «Quinta del Buitre» en la selección.

Otro asturiano, José María García, fue su principal valedor en la selección española, hasta que una derrota frente a Chipre, añadida a la decepción del Mundial de Francia-98, le dejó solo. Desde entonces, Clemente ha deambulado por innumerables clubes, pero pasó de aspirar a títulos a buscar salvaciones tan complicadas como la del Sporting. Tuvo otras dos experiencias como seleccionador, con Serbia y recientemente Camerún, marcadas por los malos resultados y los problemas ante una exigencia difícil de asumir por los dirigentes de las federaciones: su residencia debería seguir estando en España.

Porque Clemente necesita vivir en Zarautz, cerca de su hijo Xabier, preparador físico del Athletic, y de sus tres hijas. Con tiempo para jugar al golf y rodearse de sus amigos en una de las típicas sociedades gastronómicas vascas. Como destaca su amigo Javier Gutiérrez, para él venir a Gijón es como estar en Bilbao. Incluso tiene su restaurante de cabecera, Casa Gerardo, que conoce desde los años 80, el único al que acompañaba a los directivos del Athletic en la comida oficial de los desplazamientos.

Fiel a su personalidad, a diferencia de otros personajes públicos, Clemente nunca se ha privado de opinar sobre temas políticos, sociales y económicos. En su momento, quizá esa exposición le costó el cargo de seleccionador, cuando alguien que le quería mal filtró un dossier falso que le situaba cercano a ETA. Sí que abundan, ya en aquella época, declaraciones en las que se muestra favorable a una negociación con la banda armada. El 26 de junio de 1995, en una entrevista a Radio Nacional, hablaba de «hacer algo diferente, cambiar algo, ya que haciendo lo que hemos hecho hasta ahora vemos que esto no acaba».

Esta cita aparece en el libro «Clemente, la discordia nacional», que el periodista asturiano Rafael José Álvarez y su compañero de «El Mundo» Jesús Alcaide publicaron en 1996. Los periodistas cierran el capítulo titulado «Un militante del RH», en el que Clemente se define como «nacionalista vasco», con un episodio de su etapa en el Atlético de Madrid en 1989: durante una concentración en Segovia ordenó retirar de las mesas donde iban a cenar los jugadores una pequeña bandera de España.