Profesor, crítico y autor de «Antonio Oteiza en Gijón»

J. L. ARGÜELLES

Un libro necesario y largamente soñado. El próximo viernes se presenta en el salón de actos de la iglesia de los Capuchinos (20:00 horas) «Antonio Oteiza en Gijón», en el que el profesor José Antonio Samaniego, crítico de arte de «LA NUEVA ESPAÑA», realiza un minucioso seguimiento de la obra que el artista y sacerdote vasco creó en sus estancias gijonesas. La publicación del volumen coincide con la gran exposición que la Laboral dedica, a partir del próximo sábado al creador y cura capuchino.

-¿Cómo surge este libro?

-Su origen está en el veinticinco aniversario de Cerámica Laguía, que es donde ha trabajado Antonio Oteiza. Entre las actividades programadas por Alberto Estrada para está este libro, del que se hablaba desde hace tiempo pero sin que, hasta ahora, se ha podido concretar.

-Es un volumen en el que hace un trabajo que estaba pendiente, que es la catalogación de la obra gijonesa de Oteiza.

-Hay un catálogo, en efecto, pero de la escultura de Antonio. Y lo divido en dos partes: la primera está dedicada a las piezas que hizo en la fábrica de loza del Natahoyo y en otros lugares, por ejemplo en el Instituto Mata-Jove, en La Calzada, del que fui director; la otra, la obra que salíó de La Guía. Pero hay más cosas: dibujos y su pintura para cinco exposiciones. Incluyo, también, otro capítulo que dedico al escritor, porque los títulos de Antonio son importantes para entender al artista. Ha viajado por América, por el Amazonas, y recorrido los ríos americanos de Norte a Sur, siguiendo los pasos de López de Aguirre.

-Estamos ante un artista con muchas facetas. ¿Qué es lo que a usted le ha llamado la atención?

-Su facilidad para la creación y cómo plantea su trabajo. Tomemos las escenas sobre San Juan de la Cruz, donde muestra una habilidad muy especial al entender que la escultura es un arte espacial, que debe escoger un momento determinado para plasmar. Está, además, su expresionismo, su capacidad para hacer figuras universales. Vemos una Anunciación de Antonio y nos damos cuenta de que cualquier persona, en cualquier parte del mundo, puede identificarse con esa obra.

-¿Cómo ha influido la formación y dedicación religiosa de Antonio Oteiza en su vocación artística? ¿Ha sido determinante?

-Sí, él se considera un cura capuchino, un predicador. En ese sentido, por esa dedicación artística, le han sometido a pruebas muy duras.

-¿Le ha resultado difícil conjugar ambas vocaciones?

-No, porque el decidió andar por el mundo como un viajero sin equipaje. Hizo exposiciones allí donde estaba, y así fue financiándose sus viajes. Aquí tenía un taller y allí, otro; sus obras están dispersas por España y América. No olvidemos que empezó a hacer escultura para ayudar a las comunidades cristianas donde estuvo destinado. En el libro hago un resumen de su vida. Su dedicación es muy seria y siempre ha cuestionado esas reticencias de la Iglesia a abrir los templos al arte del siglo XX, en el que hay también artistas religiosos.

-¿La continuidad de su obra se ha visto perjudicada por esa manera de trabajar?

-Sólo hay que analizar sus primeros y sus últimos trabajos para ver la continuidad y la coherencia de su obra, que se ha hecho cada vez más sencilla y más expresionista. Ha ganado también en el sentido de «aggiornamento» (actualización), tal y como se definió en el Concilio Vaticano II. Ha hecho muy atractivas, por ejemplo, las vidas de los santos, caso de San Juan de la Cruz. Yo veo una coherencia y una continuidad en su obra.

-¿En qué medida la obra de su hermano Jorge ha dejado un poco en la sombra la de Antonio?

-Es muy consciente de esa situación. Él defiende a su hermano y tiene claro que es el «padre» de toda la generación de artistas vascos, como Chillida. Al principio de la carrera de Jorge hay una línea , que coincide con la de Antonio, pero la abandonó luego; Antonio, por su parte, nunca entró en la abstracción o en los desarrollos del cubo o del cilindro. Jorge le llevaba dieciocho años a Antonio, pero éste trabajó con su hermano, cuando se retomó la obra en el santuario de Aránzazu. Sólo estaban acabados dos de los doce apóstoles, y quien se subía al andamio y daba las instrucciones a los canteros era Antonio, que siempre fue sumamente fiel a su hermano. Jorge Oteiza murió teniendo en sus manos uno de los Cristos esculpidos por Antonio.

-¿Qué encontraremos en la exposición de la Laboral?

-Pues lo mejor y más granado de la obra hecha por Antonio Oteiza en Gijón. Son unas ciento cincuenta piezas, relieves y otras, además de cuadros y una vitrina con los libros que escribió. Lo que no hemos incluido son sus dibujos.