Cuando el joven sacerdote José María Bardales llegó a Gijón, a la parroquia de Tremañes, se encontró con un territorio lleno de personas viviendo en chabolas: Villa Cajón, El Plano, La Picota... Mayores y niños habitaban en condiciones infrahumanas. Gijón, hace cuarenta años, tenía el más alto índice de chabolismo de España. Como párroco, José María se encontró con un problema muy difícil de solucionar. Pero tenía muy claro que aquello no podía seguir así. En la zona de El Arbeyal, José Luis Martínez, párroco de La Calzada, se enfrentaba al mismo problema aunque no tan numeroso. En la Kábila, de la parroquia del Buen Pastor, Eduardo Gordón tenía las chabolas más asentadas y antiguas. José María Díaz Bardales pensaba que la caridad cristiana debía dar preferencia y aunó esfuerzos. La Iglesia católica, con sus obispos Elías Yanes y Gabino Díaz Merchán, apoyó la creación de una asociación de personas comprometidas, «Gijón, una ciudad para todos». José María, en Tremañes, trabajó intensamente. El chabolismo fue erradicado.

José Luis Martínez era destinado de La Calzada a la parroquia de San José, y José María D. Bardales pasaba a sustituir a su gran amigo en una parroquia con una población más numerosa que algunas capitales españolas. Siempre preocupado y ocupado en la resolución de los problemas de los más pobres y necesitados. Muchos años de trabajo pastoral, siempre adelante, sin desfallecer... a pesar de las críticas de quienes siguen sin comprender el mensaje del Evangelio de Jesús de Nazaret.

Han pasado muchos años. José María hizo miles de amigos, de todas las ideologías y de todas las tendencias políticas y religiosas. Con José Luis Martínez, su predecesor en La Calzada, continuó su amistad hasta su fallecimiento, el pasado mes de mayo. Ambos se reunían con unos amigos los lunes y con otros compartían el pan y el vino en las comidas de los viernes. Reuniones que reforzaban los vínculos de la amistad contrastando ideas, sin enfrentamientos. Discrepando pero sin discutir.

Sí. Esa comida de los viernes, compartiendo pan y vino con esos amigos, nos sirvieron para conocer la clase de personas que eran esos sacerdotes, esos dos párrocos de Gijón que pasaron la vida haciendo el bien. Criticados, lo mismo que fue criticado Jesús de Nazaret, pero queridos por sus feligreses como lo demostraron en ambos funerales.

Vimos cómo José María Bardales luchó contra su enfermedad. Cómo perdía peso pero no perdía el ánimo, disimulando su dolor y animándonos con su sonrisa hasta última hora. Seguía hablándonos de nuestro Padre celestial, de su Amor. Seguía hablando de Bondad y de la Esperanza. (No le gustaba el Derecho canónico, pues no es cosa de Cristo).

Hoy, viernes, habrá otra silla vacía en torno a la mesa. Desde el pasado mes de mayo falta José Luis, después Miguel. Hace unos días Juanra y ahora José María. Seguiremos contando las semanas de viernes a viernes, celebrando el compartir el pan y el vino. -«Cada vez que dos o más se reúnen en mi nombre. allí estaré Yo hasta el final de los siglos»-. Nosotros nos reuniremos, temporalmente, en el nombre de ellos, mientras que ellos se reunirán ya siempre, en otro mundo, para interceder por los que seguimos su camino.

Hombres como éstos no debían morir, pero Dios los quiere a su lado.