J. L. ARGÜELLES

Antonio Oteiza llega con el paso ágil y el genio verbal más vivo que nunca. Mantiene intacta la capacidad de indignación que atribuimos a otros vascos notables: San Ignacio, Unamuno o, por no salirnos de la familia Oteiza, su hermano Jorge, de quien nació buena parte de la moderna escultura española. Sus palabras -argumentos claros y contundentes- claman contra quienes han hecho de la capilla de La Guía un templo más bien recóndito: «Es un lugar sagrado pero está también para ofrecer testimonio del hoy en el que vivimos, por lo que no puede estar oculto de la gente». La frase encierra, en realidad, la gema del pensamiento de un artista completo (esculpe, pinta, escribe...) que ha buscado con su obra la belleza, por supuesto, aunque siempre como un don de Dios (el Dios al que reza y al que sirve como sacerdote capuchino), una mediación con la humanidad anhelante y sufriente. «No hay contradicción entre mi vida religiosa y mi dedicación artística», afirma con seguridad. Y, por si le quedara alguna duda a su interlocutor, remacha: «Dios es Uno; bondad, verdad y belleza, pero la bondad y la verdad precisan de la belleza».

Habla uno de los renovadores importantes del arte sacro español: «No al lenguaje artístico religioso viejo». Antonio Oteiza (San Sebastián, 1926) volvió ayer por las veredas de La Guía para acercarse hasta el taller de cerámica que regenta Alberto Estrada. Es un espacio amado y ese sentimiento se transparenta en la mirada del artista, que repasa con avidez esquinas y piezas, anaqueles y horno. Aquí, junto al Piles, ha pasado muchas horas con las manos en el barro y ha vuelto ahora, pendiente de la exposición que se inaugurará el próximo sábado en las antiguas cocinas de Laboral Ciudad de la Cultura; una muestra que reunirá unas 150 obras, todas hechas a este lado del Cantábrico durante los dos períodos que pasó en la ciudad. Son años (de 1966 a 1968 y de 1998 en adelante) que José Antonio Samaniego, crítico de arte de este diario, ha estudiado minuciosamente en el libro «Antonio Oteiza en Gijón», que se presenta mañana en el salón de actos de los Capuchinos.

Antonio Oteiza no descansa: «Estoy comprometido con la creación de un arte sacro que tenga actualidad, porque no se trata ya de hacer santos para el siglo XIX, pero también quiero estar al servicio de la comunidad en la que vivo». Lo dice alguien que se fue como misionero a las montañas pobres del Perú, que ha recorrido el curso de los grandes ríos americanos y que subraya, en estos tiempos de crisis, la necesidad de volver a la letra del Evangelio: «Es el código económico que necesitamos; esos libros sagrados nos dicen que no había hambre entre los primeros cristianos, cuando el que tenía más repartía con todos». Y recurre a algún ejemplo franciscano: «Los gorriones tienen para el día».

Así que al artista le gusta también la creación artística enraizada con la comunidad en la que vive en cada momento; picotea en los lugares por los que pasa, como esas aves que ahora mira y de las que habla. En estos días, aprovechando su regreso al taller de Estrada en La Guía, se ha puesto con una serie de relieves sobre la vida y la obra de Jovellanos. «Se habla mucho de él, pero ¿se le conoce realmente? Lo que yo quiero es acercar al personaje a través de ciertos asuntos clave: la Ilustración, su idea de la justicia, la religión...», adelanta, mientras repasa el papelito con sus apuntes sobre el ilustrado.

No ha debido ser fácil para Antonio Oteiza hacer sonar su voz en un mundo artístico en el que su fallecido hermano Jorge, dieciocho años mayor que él, se convirtió en un fundador. Habla de él con respeto. Juntos trabajaron en los apóstoles del santuario de Nuestra Señora de Aránzazu, cuando Jorge ya había abandonado la figuración. «Cada uno tiene su temperamento y, a partir de ahí, un camino distinto», señala. Y el itinerario de Antonio ha estado marcado por un expresionismo que él justifica sin demasiadas vueltas o teorizaciones: «Ha sido mi manera de decir las cosas con rapidez y desde el compromiso; es más vital». ¿No le ha interesado la abstracción? «Sí, sí, claro; ocurre que lo despachaba en un par de días y ya pasaba a otra cosa». Y por si quedan dudas, precisa: «Cuando un artista trata de explicar su obra resulta absurdo; la explicación tiene que darla la misma obra».

Va de un asunto a otro (pestes contra los precios que se han pagado en las últimas semanas por algunos cuadros) con la agilidad de quien cree que todo es hermoso, «a condición de que esté vivo». «La fe ayuda a ver al ser humano de otra manera». Y ahora sí, sonríe.