Pablo TUÑÓN

Podría ser el último «macrobotellón» si la ordenanza de convivencia ciudadana finalmente prohibiese tajantemente beber en la calle y no se decidiese conceder permisos especiales para encuentros como el que ayer inundó el parque Hermanos Castro de miles de jóvenes. La espicha de Ingenieros tuvo un éxito rotundo, llevando la algarabía y la música a la explanada situada junto a la ribera del Piles, que albergó una reunión masiva con protagonismo de alcohol y estudiantes, que confían en que en un futuro, al menos, les dejen beber en espacios públicos en circunstancias como las de ayer.

«Aunque se prohíba, la gente va a seguir haciendo "botellón". Además creo que darían permisos para espichas como ésta», señalaba Luis Neira con un cachi de calimocho en la mano. Junto a él, una decena de compañeros del centro de formación Revillagigedo, que, según terminaron las clases al mediodía, se dirigieron al parque Hermanos Castro con todo un arsenal: unos tres cartones de vino por barba. «Mientras seamos estudiantes hay que seguir viniendo a las espichas», comentaba David Cayarga, de 23 años, que opina que «van a prohibir el "botellón" fijo, pero deberían hacer excepciones para acontecimientos como éste».

Una vez más, el encuentro organizado por los alumnos de último curso de las carreras de Ingeniería fue un éxito. Esperaban sacar entre 15.000 y 20.000 euros para costearse el viaje fin de carrera. En su barraca se vendía sidra, calimocho, cerveza y copas a granel, además de bocadillos. A pesar de ello, la mayoría de asistentes entraban al recinto con bolsas de supermercado cargadas de bebida. La seguridad privada impedía que se accediese con recipientes de cristal.

También había quien acudió a la multitudinaria cita desde fuera de Gijón. «Hacía mucho que no venía, pero me insistieron mis amigas. Hay mucho ambiente, pensé que iba a haber menos gente», decía Sara Serrano, una avilesina diplomada en Turismo. Su opinión sobre el «botellón», similar a la de los demás. «En determinados sitios lo deberían prohibir, pero no en lugares alejados como éste», proclamaba.

Entre los pocos que no acudieron con su propio cargamento de provisiones y consumieron en la barraca estaban Adrián Valledor y Miguel López, ambos de 25 años. «No tenemos mucho tiempo para salir y aprovechamos estas ocasiones», señalaba Valledor. Una situación similar vive su amigo. «Trabajo fuera y vine de fin de semana, así que no me lo quise perder», contaba López. Ciertamente, pocos acontecimientos tienen tanto tirón en Gijón como la espicha de Ingenieros.