Miembro del Partido Socialista suizo

C. JIMÉNEZ

Daniel Ordás Menéndez, asturiano con raíces en Cangas del Narcea, es miembro del Partido Socialdemócrata suizo y presidente de un prestigioso bufete de abogados en Suiza. Además, es el fundador de la Federación de Empresarios y Autónomos Españoles en el país alpino. Como firme defensor de las bondades de la democracia directa, esta tarde participa en un acto abierto al público en la Casa del Pueblo (calle Argandona, número 4), a las 19.00 horas, en el que se hablará sobre «Participación y democracia, el modelo suizo».

-¿Estamos preparados en España para dar el salto hacia la democracia directa?

-Yo creo que sí. A mí me fastidia mucho esta mezcla que hay en España entre fatalismo y pasotismo que en cuanto le hablas de cosas que pasan fuera la gente rápidamente dice que no va a funcionar. Me parece muy mal marketing. Probablemente, gracias a la crisis puede haber un cambio de mentalidad en la ciudadanía y en la clase política.

-¿Qué requisitos hacen falta?

-Es importante que la gente se sienta más cómplice, más involucrada y que pasemos de la visión de que el Estado son otros a considerarnos dueños de ese Estado, pero también responsables de él. De hecho, a los políticos españoles debería de encantarles porque hasta cierto punto tienes la responsabilidad compartida con el pueblo, mientras que ahora, cuando algo sale mal, todo el mundo se echa encima del Gobierno o de la oposición.

-¿Cómo se construye ese nuevo sistema?

-Un sistema democrático nuevo, al fin y al cabo, lo tiene que implantar el pueblo, pero dentro de las estructuras que hay y debe ser a través de una modificación constitucional, que debe partir, dentro de las reglas de juego que tenemos hoy, de los partidos políticos. Ahora que realmente la cosa está muy mal, la gente necesita soluciones prácticas y no lo que diga un partido.

-¿Someter a consulta todas las decisiones de un Gobierno complica mucho el sistema?

-Para nada. El mero hecho de la posibilidad de la consulta lleva a que las leyes que se elaboran en el Parlamento sean desde un principio tan equilibradas que nadie tenga necesidad de solicitar referéndum. El Parlamento suizo tramita entre 500 y mil leyes al año y sólo se votan una docena o dos. Al final sólo se votan las cosas donde los políticos no encuentran consenso. La espada de Damocles del referéndum ayuda a que estén obligados a negociar y luego, en un sistema de Gobierno colegiado como Suiza, con cinco partidos juntos y sólo siete ministerios, lleva a que se busquen siempre medidas más templadas y equilibradas.

-No todos lo comparten.

-Es que no es cierto lo que decía Álvarez-Cascos de que la democracia directa es un invento de la izquierda, todo lo contrario. Suiza es un país conservador, de centro derecha. El sistema de la democracia directa, de iniciativas y referendos, no está ni a favor ni en contra del aborto, del rescate, del matrimonio gay, o de la subida del IVA, porque en un país en el que no hay democracia directa el político de turno siempre se arroga el saber qué es lo mejor para la población y dice intuir cuál es la voluntad popular, pero no es así.

-Con una democracia directa, ¿triunfaría la propuesta independentista de Cataluña?

-Yo no sé cómo decidiría el pueblo. Esas situaciones que se están planteando responden a que la gente en España se encuentra muy decepcionada porque se está comiendo una crisis de la que, en parte, tiene una cierta responsabilidad individual, pero que no han visado ellos. El ejemplo más claro está en la subida del IVA. La mayor desgracia para un país son las mayorías absolutas, porque quitan la necesidad de negociar. No obstante, en un sistema como el español muchas veces es la única manera para poder gestionar situaciones de emergencia. Pero está claro que la democracia directa facilita que nadie haga disparates.

-¿Cómo se nos ve desde fuera?

-La gente sigue teniendo esperanzas de que España se pueda arreglar, pero ahora mismo hay una visión bastante negativa porque dicen que somos un pozo sin fondo. No obstante, en Europa todavía no se ha perdido la esperanza, cosa que en el caso de Grecia no ocurre igual. Incluso, en el momento que tenemos ahora, una reforma hacia una democracia participativa, responsable y respaldada por la población daría un enorme impulso de confianza a los mercados y a nuestros socios.

-¿Y qué me dice de las listas abiertas?

-En España se ve revolucionario que yo pueda elegir al que yo quiera, pero en Suiza como tenemos una democracia directa, donde no hay la disciplina de partido que hay en España, los propios partidos tienen un interés vital en tener candidatos disidentes, porque dan votos de gente de otras formaciones. Con las listas abiertas hay que aplicar también un sistema de políticos milicianos. Allí nadie vive a sueldo ni ejerce la política como profesión.

-Sin embargo, lo público está completamente devaluado.

-Ser político es una de las cosas más dignas que hay y la mayoría no se merece el desprestigio que está teniendo la clase política. El problema está en que el sistema ha llegado a su fin. No pido revoluciones ni tiros, ni siquiera manifestaciones, pero sí un cambio de mentalidad. La política y el Estado somos todos.

-¿Y Asturias?

-Es muy lamentable que se llegara a la situación de una región ingobernable como lo fue, independientemente de quién tuviera la culpa. A Asturias y a toda España hay que quitarles la crispación y el enfrentamiento, y eso sólo se consigue con democracia directa. Aquí se nos vende que, en política, las cosas tienen que ser blancas o negras, pero en el 90% de los casos no es así.

-¿Por dónde se puede tirar?

-Yo critico el sistema actual, pero no lo menosprecio porque ha sido un logro tremendo, teniendo en cuenta de dónde veníamos. Todo lo que hemos logrado ha sido fruto del esfuerzo de que gente como Carrillo o Fraga se hubieran podido mirar a la cara y construir una democracia que funcionara. Ahora hemos pasado a una democracia 2.0, pero desde el profundo agradecimiento a los que construyeron la democracia 1.0.