A. RUBIERA

A Llorián García Flórez (25 años) aún le resuenan los ecos de la «máxima calificación» con la que el tribunal de su tesina en la Universidad de Oviedo aplaudía el pasado viernes su novedosa investigación. La que durante más de año y medio llevó a este musicólogo gijonés, gaitero de profesión y devoción, a bucear en dos roles invertidos que se dan en el panorama musical asturiano: el del varón que toca la pandereta, instrumento tradicionalmente asociado a las mujeres, y el de la mujer que toca la gaita, que mayoritariamente ha estado ligada a los hombres.

«Gaiteres y pandereteros. Género, transgénero y poder en la música tradicional asturiana» ha supuesto para este gijonés algo más que un diez en su expediente. También le ha llevado a comprobar que la enorme incorporación de mujeres a las bandas de gaitas no ha supuesto, ni mucho menos, que estén en igualdad de condiciones que sus compañeros gaiteros; también certifica que ni los años ni la modernidad han quitado el estigma de afeminado y homosexual al varón con gusto musical por la pandereta. «De hecho, existe el término panderetu, que tiene que ver con ese desprestigio», explica Llorián García.

Ambas reflexiones, y otras aportaciones incluidas en las 150 páginas de su trabajo, envuelven una conclusión principal de por qué el imaginario social reprocha menos a la mujer gaitera -sólo en contadísimas ocasiones, según los relatos orales recogidos, se pone en duda la identidad sexual de esa mujer- que al panderetu. «La mujer que se incorpora a un rol de hombres, indirectamente y sin ser consciente de ello, está reforzando la norma de lo masculino como patrón de prestigio. Pero desde un punto patriarcal y teniendo en cuenta el estatus de poder masculino, el paisano que adopta un rol femenino, que es un rol inferior, está produciendo una erosión mucho mayor en la norma. Él deslegitima mucho más que ella el estatus de poder que se considera natural», explica Llorián García.

Fue durante su paso por el máster en «Música, comunicación e instituciones en la España contemporánea» cuando este gijonés, que estudió Magisterio y se licenció en Musicología, tuvo conocimiento del interés general que despiertan en la actualidad en los entornos académicos todos los temas relacionados con la identidad de género. «Como gaitero que soy, era consciente de lo mal vistos que están en nuestro mundillo los pandereteros, y me animé a tirar del hilo de esa historia, incorporando a las mujeres en el estudio. Pensé que igual pesaba algún lastre sobre ellas, aunque resultó que no era el que yo pensaba», razona. Y así entró a profundizar en una temática que «es muy novedosa. Todo lo que tiene que ver con estudios de género en música es desconocido, y más en España», asegura.

Se centró entonces en un trabajo etnográfico que basó, sobre todo, en entrevistas orales a unos cincuenta protagonistas asturianos, y que incluyó la revisión de algunos documentos históricos sobre música tradicional. «Me interesaba el pasado, pero, sobre todo, quise plasmar un mapa de lo que está sucediendo hoy día», cuenta. Y en ese mapa suyo se refleja que igual que en el mundo antiguo, hoy hay algunos hombres tocando la pandereta, pero «son minoritarios, y en general están mal vistos. Tampoco se ven demasiado, porque siendo como fue un instrumento eminentemente femenino, no se le ha dado protagonismo».

En el caso de la gaita, la presencia femenina antaño era casi un milagro. «De hecho, más allá de los años setenta sólo se conoce que hubiera una gaitera, Justina Castañón, que tiene ochenta y pico años, y su caso es excepcional porque era hija de gaitero».

Especialmente interesante le resultó a Llorián García el estudio sobre cuándo y cómo se produce el cambio, «que está, sobre todo, a raíz del surgimiento de las escuelas de Música Tradicional y las bandas de gaitas. Antes de los años ochenta, la forma en que los gaiteros mantenían el gremio y su poder era censurando la divulgación, no dejando a otros aprender con facilidad. Así, hay muchos testimonios de gaiteros que cuentan cómo cuando se fijaban en otro que tocaba bien, cuando éste se percataba empezaba a tocar mal, o paraba, o daba la espalda para que no le vieran... lo importante era censurar la enseñanza», cuenta.

Con la llegada de las escuelas todo el mundo puede empezar a tocar, también las mujeres, «pero eso no significa que el poder de los gaiteros se pierda, sino que se transforma. Aparece entonces la figura del gaiteru de banda, frente al gaiteru que podríamos llamar solista. El primero, algo que es absolutamente inédito en la historia asturiana, deja de cobrar por su música. Sólo eso ya establece una diferencia de poder con el resto de gaiteros, los solistas, los que acompañan tonada o grupos de baile. Y lo que ocurre es que las mujeres entran de forma casi paritaria en el mundo de las escuelas y las bandas, pero no llegan al escalafón de arriba. Las diferencias ahora pueden ser mas finas, pero la desigualdad es la misma». O sea, que el denominado «techo de cristal» también sabe de música tradicional.