C. JIMÉNEZ

Un jueves de octubre de 1982 se inauguraba la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Gijón. El rector entonces de la Universidad de Oviedo, Teodoro López-Cuesta, y el secretario de Estado de Universidades, Saturnino de la Plaza Pérez, que excusó la no asistencia del ministro de Educación, Mayor Zaragoza, cortaban la cinta del primero y nuevo edificio del campus local. Junto a ellos, en un discreto segundo plano, el primer director de la escuela y principal impulsor de este distrito universitario, el catedrático Luis Ortiz Berrocal, que veía así cumplido el sueño de abrir en Gijón la fábrica de talentos en la que hoy se ha convertido la Politécnica.

La primera piedra del edificio se colocaba cuatro años antes. Fue un momento trascendental, no tanto por la aportación de los primeros estudios superiores a la ciudad más poblada de Asturias, sino por el triunfo que suponía contra años de obstáculos, incomprensión y luchas de poder dentro y fuera de la Universidad de Oviedo para lograr la implantación de estos estudios en el campus gijonés que acababa de nacer.

A la inauguración de aquel edificio (que años después albergaría la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial y que hoy es una de las sedes de la Politécnica gijonesa, tras la fusión con el resto de centros de enseñanzas técnicas) llegaba el rector Teodoro López-Cuesta con otra «importante noticia» para Gijón al anunciar que estaba a punto de crearse la Escuela Universitaria de Informática.

«Los trescientos mil metros cuadrados de este campus no han costado ni un solo céntimo por el esfuerzo de todos», subrayó el máximo responsable de la institución académica en aquel acto.

Ya entonces se destacaba la importancia de la labor investigadora en la Universidad y se animaba a profesorado y alumnos que estrenaban unas «excelentes» instalaciones, en palabras de Teodoro López-Cuesta, a mantener viva la trayectoria de éxitos que avalaban a la institución docente.

Cuando salió la primera promoción de la Escuela de Ingenieros de Gijón, hace 25 años, acababa de inventarse el disco compacto (CD). El primer ordenador personal que tenían para las prácticas llegó en el segundo curso, en 1979, e incluía cintas de casetes para guardar los programas. Apenas contaban con medios materiales y humanos, pero llegaban todos «muy ilusionados». Tenían la sensación de que arrancaba un «gran proyecto». Comenzaron sus estudios en la vieja Escuela Técnica Superior de Ingeniería Industrial, situada en la tercera planta de Peritos, en Manuel Llaneza. Tres años después se trasladaron a «un edificio perdido en medio de la nada», en el primitivo campus gijonés, adonde sólo llegaba una línea de autobús privada que salía de la plaza de Europa. El primer curso fue sin calefacción, estrenando «unos inmensos talleres, pero con poco material».

«Asturias les debe a los ingenieros industriales su desarrollo industrial y económico», sostienen muchos de los que salieron de las aulas del campus gijonés. Y de sus profesores, dicen, fueron «brillantes» profesionales «que tuvieron que ingeniárselas con pocos medios para ayudar a lograr todo lo que hoy somos». Hoy es uno de los centros con mayor número de alumnos de la Universidad que ha logrado evitar el descenso de matrículas que sufre la institución académica. Forman parte también de la lista de centros que más alumnos envía al exterior y en el que más recalan las empresas, porque sus titulados son muy golosos para un mercado laboral que adolece de profesionales de máximo nivel.

C. J.

Luis Ortiz Berrocal, quien nació en la localidad malagueña de Villanueva de Algaidas, encabezó el equipo que puso en marcha la escuela gijonesa, y se mantuvo al frente del centro desde el 1 de octubre de 1978 hasta el 20 de abril de 1983. En el equipo fundador figuraba el también catedrático Gerónimo Lozano Apolo, quien meses antes de su fallecimiento ya promovía junto a otros compañeros en las labores docentes en aquella época que una de las calles del campus gijonés llevara el nombre de Ortiz Berrocal. «Tuvo que luchar mucho para lograr que el centro se instalara en esta ciudad», recuerdan los compañeros del primer director de la Escuela, quienes recalcan su empeño en fundar «un centro muy serio». Ortiz Berrocal, hermano del escultor Miguel Ortiz Berrocal, se licenció en Ciencias Exactas y fue catedrático de Medios Continuos y Teoría de las Estructuras de la Universidad Politécnica de Madrid. Además del centro gijonés fue el promotor de la puesta en marcha de otras dos escuelas españolas, la de Valencia y la de Ferrol.

Próximamente, el campus gijonés contará de manera oficial con una calle con su nombre (la más cercana al edificio polivalente de la Politécnica) y el centro albergará, además, un busto suyo, obra de la escultora Cristina Carreño. La escultura es una donación de la familia y se colocará en el «hall» del edificio polivalente, a la derecha del mural «La lección» de Marola, justo debajo del Aula Magna.