La noticia más sorprendente que se ha prodigado este noviembre ha sido la compra del equipo más birria del mundo por el hombre más rico del planeta Tierra. Me da que pensar que esto haya ocurrido, pues confieso no ser partidario de que los equipos de fútbol tengan propietarios que no sean aficionados, abonados, que deciden en asamblea y nombran presidente y junta directiva. Esto de las sociedades anónimas deportivas fue un invento de Gómez Navarro y dio como resultado que haya en España tantos clubes que van manga por hombro. Revisen la lista y verán que los equipos «fetén» no son de nadie, sino de todo quisque.

Ignoro cómo el mexicano Carlos Slim (nacido en el Líbano) ha hecho su espectacular fortuna. Con toda seguridad sí lo sabe Felipe González, asesor del acaudalado dueño del Real Oviedo.

Yo, como asturiano, le estaría mucho más agradecido si la inversión del señor Slim hubiese sido en una de las empresas asturianas que, como la pebeta del tango, andan fanés y descangalladas.

Han creado once puestos de trabajo para un equipo de futbolistas. Nos hubiese venido mejor que la Renault creara, como en la «industrial» Palencia, una planta fabricante de automóviles. Estoy que me corroe la envidia.

Pero, ¡Viva el Slim club de fútbol! No hay más cera que la que arde.