Poeta, acaba de publicar «La flor azul»

J. L. ARGÜELLES

Poeta, ensayista y traductor, Ángel Pariente (en realidad, Ángel Manuel Aragón Pariente) acaba de publicar nuevo libro, de título novalino: «La flor azul». Gijonés de 1937, se marchó a los 26 años a Madrid con los ojos llenos de literatura, buscando horizontes. Fue responsable de la añorada colección «Los poetas» y estudioso fiel del surrealismo y del culteranismo. Aquí habla de la pasión de toda una vida: su larga y fructífera relación con la poesía.

-Este nuevo libro reúne textos escritos a lo largo de casi un cuarto de siglo, hasta 2012. ¿Por qué ha decidido publicarlos ahora?

-Son poemas que he ido escribiendo esporádicamente, textos para los que sirve esa palabra un poco cursi de metapoesía. Y a rebufo del «Enrique de Ofterdigen», el libro de Novalis, pues ha ido saliendo. Hay seis poemas escritos en los últimos años que son inéditos. Está en marcha la publicación de mi poesía reunida, por temas, y he agrupado ya estos poemas y otros, con el asunto de la provincia; sin ser estrictamente geográficos, hay referencias a Asturias, aunque me fui de Gijón muy joven.

-¿Hay nostalgia del Gijón de su juventud?

-Hay de todo, porque en aquellos primeros años sesenta era todo muy duro. En Madrid había más posibilidades. En Gijón estábamos metidos en el Ateneo, con el cine-club; después, la sociedad Gesto, que fundamos entre cuatro amigos. Se notaba mucho el ambiente hostil, sobre todo para personas como yo, con pocos medios y que provenía de una familia humilde; mi padre murió cuando yo tenía veinte años.

-¿La flor azul es aquí, como en el caso de Novalis, un símbolo de búsqueda?

-Sí. La flor azul es, si no me equivoco, la del aciano. En el libro equivale a la vida consagrada a una especie de misterio, a la vida más allá de la vida diaria. Es lo que te hace soportar un poco la vida cotidiana, algo que no ha cambiado y que parece, más bien, que empeora. Abro el libro con una cita de Novalis que es tremenda: «Nos educan sólo para fingir».

-¿Qué es la poesía?

-No lo sé. Hay un verso de Góngora, de las «Soledades», que dice «¡Oh bienaventurado/ albergue a cualquier hora!». Es eso, un albergue, un refugio. Pierre Reverdy dijo que es más apropiado referirse a las «circunstancias de la poesía» que hablar de poesía de las circunstancias. La poesía no cambia el mundo.

-Pero cambia a sus lectores.

-Sí , cambia a las personas. Es lo de Rimbaud, que pedía cambiar la vida. Los surrealistas afirmaban, en esa línea, que era tan importante cambiar la vida como cambiar el mundo. Y, desde luego, no más fácil.

-Usted es poeta que se ha prodigado poco, ¿por qué?

-Soy, primero, un lector. Estudié Comercio y nunca tuve una asignatura de Literatura. Recuerdo la biblioteca del Instituto Jovellanos, en Gijón, que era inmensa y tenía fondos procedentes de la del Ateneo Obrero. Pues bien, leía un libro al día, todo. Y así, por ejemplo, leí a los autores de la Generación del 27.

-¿Esa voracidad lectora explica su reticencia a la hora de escribir o publicar?

-He escrito mucho y he roto mucho. Y con mi poesía he quitado mucho, desde luego.

-¿Temor, prudencia?

-Porque no era bueno. Gil de Biedma, que era muy socarrón, decía una cosa muy curiosa: los poetas somos como las amas de casa, con lo que no aprovechamos hoy hacemos las croquetas de mañana. De un poema largo igual aprovechas dos versos. Reverdy señaló, por ejemplo, que para un poeta es menos peligroso beber demasiado que escribir demasiado. Y, también, que la primera palabra necesita un esfuerzo, pero que la última puede ser un desastre.

-¿Convive con ese temor a fracasar?

-No, es temor a estropear.

-Como estudioso le han interesado el surrealismo y la poesía culterana.

-Este año saldrá, supongo, «Repertorio de ideas del surrealismo». Sí, es cierto que le he dedicado varios libros al surrealismo y al culteranismo, sin que tengan nada que ver. Y es curioso, porque a la poesía culterana no se le había consagrado ninguna antología en un país, como España, en el que se editan muchas. Esa mía tengo que revisarla, con calma.

-¿Le gusta más la poesía de imagen alambicada que la de construcción sencilla?

-Me gusta la imagen abstracta, sorprendente, pero tengo también poesía de otro tipo. La escritura automática que postulaban los surrealistas no existe, y hasta André Breton lo ha dicho. Hay siempre una puesta a punto posterior. Ahora que ha aparecido el manuscrito de «Los campos magnéticos», el libro que hicieron Breton y Soupault, se ha visto que corregían lo que escribían. Tengo un libro, que saldrá en mis poesías completas y se titula «El tiempo de las cerezas», según una famosa canción de 1870, de la Comuna parisina, y es poesía social o comprometida, no sé cómo llamarla. Bueno, lo primero es que sea poesía y lo demás viene por añadidura.

-Dirigió durante muchos años la añorada colección «Los poetas». ¿Sería posible un proyecto así ahora?

-Debería serlo. Salieron setenta y cinco libros, creo; faltan muchos, pero no se pudo, a veces por problemas con los herederos de los autores. El que ponía el dinero era el editor Silverio Cañada, cuyos negocios particulares, no la editorial, quebraron. Por eso no pudimos seguir. Silverio y yo éramos muy amigos desde jovencitos. A punto de cerrar la editorial, aún saqué algún libro, como el de Claudio Rodríguez, que es uno de nuestros grandes poetas del último siglo. Bueno, los volúmenes siguen por ahí, se encuentran de segunda mano. También hay algunos títulos de compromiso, que impidieron sacar otros. Las colecciones empiezan bien y, después, ya surgen los compromisos. Es una forma de perder amigos. Yo he perdido amigos. Por ejemplo Ángel Crespo, al que no le saqué su libro; me retiró la palabra. Son cosas que duelen.

-El «Diccionario biográfico de la poesía española del siglo XX» cumple una década. ¿Habrá una revisión?

-Lo he ampliado, pero es que no hay dinero para otra edición. Quiero añadir una entrada con los poetas españoles traductores de poesía.

-¿Ha dejado de seguir la nueva poesía española?

-Ahora, más que poesía, leo otras cosas. Hay buenos poetas, pero también mucha gente que escribe exactamente igual. Ahora estoy leyendo a Alberto Savinio.