Cirujano brillante donde los haya e hijo de un asturiano de Luces (Colunga), a Raúl Álvarez Obregón no le tiembla el pulso a la hora de defender la sanidad pública, ni su profesión, ni su Sporting o su Barça, según los derroteros que tome la conversación. Cuando pisó tierra española por primera vez tenía 13 años. Llegó en barco al puerto de Santander, procedente de La Habana, adonde habían emigrado varios años antes sus padres a causa «de la fame», cuentan sus allegados. Él descubrió las húmedas tierras cantábricas en plena adolescencia. Tampoco conocía a la familia asturiana que le acogió como a un hijo más. En la dársena cántabra, recuerda Obregón que fue la primera vez que exhaló vaho por su boca. Atrás quedaba la cálida isla caribeña donde los ánimos se encontraban más caldeados que nunca en aquel momento, en pleno proceso revolucionario. En España le recibiría con los brazos abiertos la familia de Luces, que se convirtió en su máximo apoyo pues no volvería a ver a sus padres hasta siete años después, cuando se encontraba ya en la Universidad.

Estudió en los Jesuitas de Gijón, adonde llegaba en el curso de 1960 un chavalín con acento cubano y complexión menuda, que lucía pantalones cortos y una mirada tímida que pronto se tornó en un profundo entusiasmo por conocer todo. Impetuoso, con enormes ganas de trabajar y una entrega, dedicación y eficacia en todo lo que hace como nadie, en 1971 iniciaba en la Universidad de Salamanca, para sorpresa de buena parte de la familia, los estudios de Medicina, pues todos esperan de él que se forjara un futuro en el mundo de la ingeniería, como su hermano, que se quedó en Estados Unidos mientras Raúl viajaba a Asturias.

Estudió gracias a su tío Segis y en Salamanca conoció a su esposa, Pilar Laso, enfermera de profesión, con quien se casaría y prácticamente de inmediato se trasladarían a Nueva Jersey, en los Estados Unidos, donde completaría su residencia. Tal fue el «shock» en la familia por semejante mudanza que en Salamanca la familia de su esposa celebraba misas en su memoria como si la pareja hubiera fallecido.

Tres años después Raúl y Pilar renunciarían a su particular «sueño americano» para criar a su primer hijo, Carlos, en Asturias. Gijón volvería a ser, de nuevo, su casa. Finalizar la carrera con un expediente brillante le abrió puertas en los mejores equipos médicos, pero él mismo, disciplinado y con un fuerte nivel de autoexigencia, se fue ganando, poco a poco, el prestigio dentro de la profesión. Sus compañeros en el Hospital Universitario Central de Asturias, a su regreso al Principado desde Estados Unidos, le consideraban «una eminencia» pues el cirujano Obregón venía curtido de una residencia en uno de los centros hospitalarios más prestigiosos en América.

Entonces era, y aún hoy lo continúa siendo, un consumado nadador. Quizá tuvieran algo que ver las vacaciones en Gandía, todos los agostos, junto a su esposa y sus hijos, Carlos y Elena. Las escapadas a Luces para compartir con los Álvarez alguna romería o celebración especial, siempre regada con sidra, han marcado su recorrido a lo largo de los últimos años.

Tras finalizar la residencia en el HUCA, comenzó a ayudar a José del Río en el Sanatorio del Carmen. Y no pasaría mucho tiempo hasta que su esposa, Pilar, le recomendara al jefe de cirugía del Hospital de Cabueñes (por aquel entonces residencia Gómez Sabugo), Carlos Tinturé. Aquella época la recuerda hoy Álvarez Obregón con el cariño de haber visto «crecer el hospital casi como a un hijo». El suyo, Carlos, seguiría años después su misma trayectoria como cirujano. De la mano del doctor Obregón recibirían en el impulso definitivo proyectos como las unidades de mama y colon que hoy permiten un mejor manejo de los procesos oncológicos pero también gran cantidad de alumnos «de una calidad humana extraordinaria» que fueron residentes en su servicio. Durante diez años, entre 1981 y 1991, fue profesor de la vecina Escuela de Enfermería. El salto definitivo en la gestión le llegaría en 1997, cuando gracias a la confianza que en él depositó el entonces gerente de Cabueñes, Mario González, le nombraron responsable de cirugía general. Junto a su primer jefe, Carlos Tinturé, Obregón recuerda también las horas de trabajo compartidas con los cirujanos Javier Pelletán, Antón Magarzo y José Galindo.

«Llegaste muy joven, con mucho pelo y ganas de aprender y trabajar», recordaba esta semana su sucesor en la jefatura del servicio de cirugía general en el Hospital de Cabueñes, Pablo San Miguel, durante el homenaje que le tributaron en su jubilación, «pero te vas mucho más sabio». Doctor, padre y ahora desde su faceta como abuelo de cinco nietos, Raúl Álvarez Obregón ha dejado huella en la vida de miles de gijoneses a lo largo de los últimos 36 años de desempeño profesional. Se jubila de la sanidad pública, por obligación, dicen sus colegas, al haber cumplido 65 años el pasado 25 de diciembre, pero el doctor Obregón seguirá operando, sin temblarle el pulso. «Me encuentro físicamente bien y me gusta lo que hago», afirma con rotundidad.

Carmen Moriyón, también cirujana y actual regidora gijonesa, dice que de él recibió «la mayor batería de consejos coherentes» en su salto a la gestión pública, pues el interés por el devenir de la vida política también formaba parte de sus conversaciones diarias en el hospital. A las 7.45 horas, el doctor Obregón ojeaba la prensa mientras desayunaba en la cafetería del hospital. Al primer compañero que se le acercaba le daba tres titulares: nacional, autonómico y local. Y del Sporting, claro, como un gijonés más.