C. JIMÉNEZ

Hace ochenta años desaparecieron los últimos maestros de obra en Asturias. Ese hecho fue el que llevó al historiador mierense afincado en Gijón desde 1988 Héctor Blanco a averiguar el origen de una profesión hasta entonces bastante desconocida. «La aparición de referencias sobre maestros de obra en muchos proyectos arquitectónicos era constante», recuerda Blanco sobre una temática que ha sido el motivo de su tesis doctoral, bajo el título «La labor arquitectónica de los maestros de obras en Asturias: los casos de Gijón y Oviedo (1841-1932)». El trabajo acaba de recibir la calificación de apto cum laude, siendo propuesto para la mención de premio extraordinario.

Esta investigación, recuerda Blanco, está vinculada a la localización de proyectos firmados por maestros de obras en las dos principales ciudades asturianas. Hasta 1840 no se exigía la presentación de planos para la construcción corriente en Asturias. Por eso la investigación arranca en esta fecha. La falta de arquitectos en la región obligaba a acudir a los maestros de obra para sacar adelante esos proyectos. «Solventaban mucho, tuvieran competencia legal o no», subraya Blanco, quien resalta asimismo que existe un catálogo «amplísimo» de obras asociadas a estos profesionales y que todos ellos jugaron «un papel muy importante» en la arquitectura de finales del siglo XIX y principios del XX.

La tesis, dirigida por la catedrática Mari Cruz Morales Saro, analiza las biografías y trayectorias de 17 personas que trabajaron en Gijón y Oviedo, y son: Melchor de Arrieta, Francesc Berenguer, Juan de Bolado, Pedro Cabal, Manuel Casuso Hoyo, Pedro Cuesta, Mariano Esbrí, Tomás Fábrega, Lope Fernández Rúa, Miguel García Coterón/Miguel Coterón, Cándido González, Josep Graner i Prat, Manuel Junquera Huergo, Ulpiano Muñoz Zapata, Manuel Nozaleda, Francisco Pruneda y Benigno Rodríguez. Además de éstos, también se hace una reseña amplia en el trabajo de otros maestros que ejercían fuera de estas ciudades, como Manuel Posada Noriega, Armando Fernández Cueto y la familia Méndez Martínez, más la que corresponde a Claudio Alsina, el único que cumplió exclusivamente una función de aparejador.

Un maestro de obras sería el equivalente, en una profesión actual, a un arquitecto con titulación media. Y con el fallecimiento, a mediados de 1932, del último de los maestros de obra titulados en Asturias se pone fin a este grupo profesional. Lo que revela el trabajo de Héctor Blanco son «carreras y perfiles profesionales muy destacados». Todos ellos tuvieron presencia en Asturias, pero, sobre todo, «tuvieron un papel fundamental para el desarrollo urbano de Oviedo y Gijón».

El resto son técnicos autónomos con capacidad para proyectar edificios. «También los había sin titulación que aprendieron el oficio por la práctica y que eran útiles para el diseño arquitectónico. Se granjearon un gran respeto y reconocimiento profesional. Uno de los casos más llamativos es el de Cándido González, maestro de obra municipal, «que desarrolló una labor importantísima en Gijón y también trabajó en Oviedo». González fue el autor de los primeros mercados asturianos en hierro, como el mercado de Jovellanos, en Gijón. En las mismas tareas se empleó Armando Fernández Cueto, a quien nombraron Caballero de la Orden de Carlos III por la decoración de las calles de Avilés en una visita real, pues entonces formaba parte de las tareas de los maestros de obra «dar empaque» a las visitas de la realeza. En la villa del Adelantado fueron idea de Fernández Cueto la creación de arcos de triunfo, un embarcadero y nuevos andenes para recibir al cortejo real. «Su tarea no era algo marginal, sino que tenían la consideración de técnicos de primera categoría, puesto que resolvían necesidades de la sociedad del momento», subraya Blanco.

El desarrollo de este trabajo obligó a profundizar en los archivos de los ayuntamientos de toda Asturias para ver si tenían información de esa época, llegando a localizar unos 2.500 proyectos firmados por maestros de obras. «Hasta ahora sólo había referencias puntuales de ellos», sostiene. Algunos de esos profesionales se formaron en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundada en el siglo XVIII para fijar un control sobre la producción artística del país; también los hubo que aprendieron el oficio en la Academia Provincial de Valladolid o, más recientemente, en la Escuela de Arquitectura de Madrid. La búsqueda de los planos y los expedientes académicos ocupó buena parte de la tarea de documentación de Héctor Blanco, que comenzó este trabajo hace diez años, aunque lo ha ido compaginando con otras labores de investigación. Esa tarea de la búsqueda de fuentes de información fue especialmente alabada por tribunal académico, integrado por José Ramón Alonso Pereira, Luis Sazatornil y Soledad Álvarez Martínez.

Cuenta Blanco en la parte final de la investigación que la desaparición de los últimos maestros de obras, en el primer tercio del siglo XX, coincide con la creación de los colegios oficiales de arquitectos, que implantaron un control definitivo sobre quienes firmaban los planos de los proyectos. Fue el final de los que podrían considerarse los primeros titulados medios en Arquitectura.