Se cumplen estos días setenta y cinco años de la recuperación de las procesiones de Semana Santa tras la Guerra incivil. Queda ya lejos aquel año de 1938, en el que Gijón tuvo que improvisar sus procesiones. Digo Gijón porque no eran las procesiones de las cofradías, ni de la parroquia de San Pedro, ni del régimen. Eran las procesiones de todos los gijoneses. Colaboraba toda la ciudad: desde un longevo arcipreste don Ramón Piquero, hasta multitud de niños con matracas; desde el alcalde hasta los maceros; desde el cura párroco de San Pedro, hasta cualquier predicador gijonés o dominico capitalino; desde el filántropo playu más comprometido, hasta el sencillo feligrés de cualquier parroquia gijonesa; desde el más fervoroso creyente, hasta el menos temeroso de Dios; desde la organización católica más activa, hasta grupos de obreros de muchas fábricas; desde las exaltaciones en «La Voluntad» de Fermín Yzurdiaga Lorca y Joaquín Sotura Tuya, hasta los artículos del gijonés Mario de la Viña desde su diáspora argentina. -¿No han de perdurar unas procesiones que se divulgan allende los mares?

También en el diario leonés «Proa» el 13 de abril de 1938 se publicó un artículo titulado: «Camino de tierras astures van los santos leoneses». Y es que en aquella Cuaresma de 1938, todavía con más olor a pólvora que a incienso, viéndose los gijoneses huérfanos de sus imágenes tradicionales, el teniente de alcalde, Manuel García Rodríguez, y el secretario municipal, Fernando Díez Blanco, pidieron auxilio a la ciudad de León.

Respondió a la llamada la Real Cofradía del Santísimo Sacramento de Minerva y Santa Vera Cruz cediendo las imágenes de la Piedad, la Urna y la Soledad, que fueron traídas en ambulancia. Gracias a esta ayuda, Gijón pudo organizar con éxito y gran expectación al menos dos procesiones: la del Santo Entierro y la de la Soledad de María, con salida y entrada en el templo accidental de la Colegiata. El Ayuntamiento de Gijón nombró a la delegación leonesa que acompañó a las imágenes «huéspedes de honor», y un mes después, el Pleno municipal del 18 de mayo da cuenta agradeciendo las facilidades dadas por dicha cofradía. Este agradecimiento se culmina en 1945 cuando el Ayuntamiento de Gijón acuerda otorgar el nombre de León a una de sus calles, nombre que conserva en la actualidad una céntrica calle peatonal situada entre Munuza y Tomás Zarracina.

La Cofradía del Santísimo Sacramento de Minerva tuvo también actividad en la parroquia gijonesa de San Pedro Apóstol desde finales del siglo XVI hasta mitad del siglo XX, pero no como institución penitencial, sino de culto. Como así lo indican sus estatutos desde su fundación, se reunían sus congregantes el tercer domingo de mes para celebrar sus rezos.

Tuvo su origen esta cofradía en la Compañía del Santísimo Sacramento, fundada en Roma en la iglesia de Sancta María sopra Minerva, hermandad devocional a la eucaristía y los sacramentos, promovida por el padre dominico Tomás Stella desde 1530, y difundida por el Papa Paulo III con la bula «Dominus noster Jesus Christus» en 1539, por la que otorgaba indulgencias y beneficios espirituales a todas las personas que se reuniesen en hermandades bajo este nombre en todo el mundo cristiano.

El término se debe a que esta iglesia Sancta María sopra Minerva es un templo cristiano, pero levantado sobre otro pagano, dedicado a Minerva, la diosa romana de la sabiduría.