Aunque parezca paradójico, la coyuntura presente tiene un aspecto positivo más allá de la crisis estructural que afecta al conjunto de nuestra sociedad. Durante los últimos años de relativa paz social y estabilidad política resultaba más que evidente, cuando no preocupante, el desinterés de una amplia mayoría de la juventud por los asuntos públicos. Los datos de la baja participación juvenil en los sindicatos y en los partidos políticos eran innegables. Y no es que ahora las masas juveniles hayan ido corriendo a afiliarse a estas organizaciones (ni a las mayoritarias ni a las minoritarias), de la misma manera que por lo menos hasta el momento no se han desenterrado referencias ideológicas y metodologías políticas que en otros tiempos tuvieron una enorme difusión, pero si que se aprecia un cambio importante en la actitud que algunos sectores de la juventud tienen hacía la «política» en el sentido más amplio de la palabra.

El primer síntoma de ese cambio, posiblemente, empezó a darse hace unos años en la Universidad de Uviéu con motivo de las movilizaciones contra la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior (que supone la transición del viejo corporativismo universitario a un modelo de gestión empresarial que concibe la enseñanza como una mercancía). Teniendo como punto de partida un escenario en el que la representación institucional de los estudiantes se encontraba vaciada de contenido real, pues existía una desconexión total con unos representados que parecía que solamente se reunían para organizar espichas, fue floreciendo en diferentes facultades un movimiento estudiantil de base asamblearia que tras sacar a las calles a miles de alumnos no se quedó ahí sino que dio con éxito el salto al ámbito institucional, desplazando de manera aplastante a las organizaciones vinculadas a los partidos mayoritarios.

Esta dinámica de movilización por unos objetivos sectoriales sirvió para generar un espacio de socialización política anteriormente inexistente. De ahí salieron muchos de los jóvenes que en la primavera del 2011 cuestionaron el actual estado de las cosas, que más tarde rescataron de la especulación urbanística un edificio público en pleno centro de Uviéu y crearon un Centro Social (La Madreña) que tiene una autenticidad popular que sería inimaginable en los Consejos de la Juventud, que después se movilizaron solidariamente contra el escándalo de los desahucios, y que en los últimos meses iniciaron un proceso de confluencias que tuvo como fruto la manifestación multitudinaria del pasado 23 de febrero, en la que reclamaron su mayoría de edad como ciudadanos y ciudadanas, como sujetos activos de la comunidad política y social.

La generación que parecía perdida, resulta que no solamente sabe que, de no modificarse la deriva de los acontecimientos, va a vivir en unas condiciones sociales mucho peores que las de sus padres, sino que también ha redescubierto tanto la dignidad como la necesidad de la acción colectiva, reocupando así el ágora abandonada en los tiempos en que el espejismo de la sociedad de consumo simulaba credibilidad, mientras se cerraban empresas a cambio de prejubilaciones o el grifo de las subvenciones funcionaba con criterios muy discutibles. Frente a las necesidades de los mercados, se ha proclamado la necesidad de la Democracia, reivindicándose valores olvidados de la polis ateniense como la isocracia, la isonomía y la isegoría, es decir la igualdad de derechos en el proceso de toma de decisiones, ante la ley y para intervenir en los debates públicos.