Se dan cuenta de esas series de muertos? No de esas de zombis medio descompuestos. Me refiero a esas otras, esas más de sesión de tarde en la que los muertos todavía siguen enteros pero no han cruzado al otro lado porque hay algo que les retiene. Son fantasmas a los que nadie puede oír, nadie puede ver, excepto la protagonista de la serie. Protagonista en femenino, sí, porque casi siempre es una chica la que tiene estos superpoderes. Una capacidad extrasensorial telepática y no sé cuántas cosas más, heredada (también siempre) de la rama materna. Y bueno, ella, que normalmente tiene una profesión más bien intrascendente, se dedica en sus horas libres y capítulo a capítulo a arreglar conflictos personales de señores y señoras muertos a los que se les quedaron por resolver cuentas pendientes. Y las resuelve.

El caso es que a mí, aun estando totalmente predispuesta a sumergirme en este tipo de ficción frente a la tele, siempre me ha costado mucho ver estas series sin tomármelas a cachondeo. Supongo que porque me resulta imposible no pensar en lo absurdo que debe ser para los actores rodar esas escenas en las que todo el reparto finge que no ve al probe que interpreta al fantasma en cuestión. Sin embargo, hace más de año y medio viví una experiencia que me ha hecho ver las series de muertos con algo más de respeto.

Verán: cuando me quedé embarazada recuerdo que me sorprendió de manera superlativa el lugar tan segundón, tan prescindible, tan poco importante que la mayoría de las personas con las que me tuve que relacionar en esos nueve meses le confirieron a mi pareja. Empezando por los ginecólogos, pasando por la matrona, no digamos ya las enfermeras, y terminando -con mucho, muchísimo énfasis- por las dependientas de la mayoría de tiendas de puericultura a las que nos tuvimos que acercar en esos meses. Era, sencillamente, como si no existiera. Como si el hombre que estaba a mi lado, con el que yo consensuaba si ese modelo de chupete o esa cuna sería la más idónea, no estuviera allí presente.

No lo miraron a la cara cuando elegimos el carrito. No lo miraron cuando encargamos la bañera. Ni cuando compramos la cuna, el cambiador o los biberones? nada de nada. Sencillamente, todas esas mujeres, también algún hombre, sólo tenían ojos para mí en esas conversaciones. ¿Por qué? Pues, según mi matrona y muchas compañeras de preparto, lugar en el que yo planteé esta pregunta tras compartir con ellas mi experiencia, los hombres, más que ayudar estorban, de ahí que su presencia sea superflua y, en la mayoría de las ocasiones, una incomodidad para la futura parturienta. Y llámenme ingenua, pero de verdad que yo no me esperaba que el embarazo, y por extensión la maternidad, fuera concebido por tanta gente como un fenómeno exclusivo de la mujer. Y claro que en la gestación hay aspectos en los que sólo puede intervenir, sufrir o disfrutar la madre; sin embargo, la elección de lo que rodeará al bebé, la información de lo qué nos está pasando durante el embarazo -y sobre todo de lo que nos pasará después- es algo en lo que el hombre tendría que poder participar plenamente. Eso tiene un nombre: corresponsabilidad. Y empieza y termina con la participación, único camino hacia la implicación y, desde luego, hacia la igualdad.

Por eso, ahora que está tan reciente la celebración del «día del padre», me gustaría felicitar a todos los padres, pero sobre todo a todos esos hombres valientes que se niegan a ser el fantasma de la serie, que se niegan a ser meros espectadores de su paternidad.