La Semana Santa de este año ha sido distinta. No sólo porque la lluvia ha impedido procesiones y ha dejado a las cofradías sin poder manifestar su devoción y piedad popular. En un número importante de canales de televisión han pasado filmes de carácter religioso o histórico que tienen relación con la vida de Jesús de Nazaret. Son películas extraordinarias, que por lo que cuentan y la belleza artística con que lo cuentan son de siempre. Las ves con gusto de pequeño y de mayor. Y te dicen algo que te hace pensar. Ha sido distinta, también, por el nuevo Papa Francisco y la sobriedad de las celebraciones vaticanas, que han perdido barroquismo pero han ganado en ambiente de oración y agilidad. Cada Papa le da un sesgo a la Iglesia y subraya y da más relieve a actitudes y capacidades que pudieron estar en segundo plano, un poco dormidas y que la personalidad acusada del pastor nuevo hace que recuperen la primera línea y describan mejor la imagen de la Iglesia. Son como semillas que vuelven a florecer. Estaban en el sustrato de la tierra de la viña y el nuevo trabajador las va a cultivar con mayor esmero. Esas son las esperanzas que muchos tienen en el asombrante Papa Francisco. Los más críticos, que le recibieron con cierta suspicacia, incluidos algunos correligionarios jesuitas, están a la expectativa, y no les disgustan los primeros gestos con que ha comenzado su Pontificado. Y apuntan a continuación a los toros bravos y de trapío como son la curia y el IOR, además de algún otro que tendrá que lidiar. Entre estos «otros» está, ¡cómo no!, el papel o el estatus de la mujer en la Iglesia. ¿Se enfrentará a esta cuestión que viene rodando y dando tumbos desde el Concilio Vaticano II? Recuerdo haber visto en Bruselas, en el año 1972, la primera manifestación de mujeres pidiendo igualdad de trato y reconocimiento para poder recibir el ministerio sacerdotal. Eran grupos de diversos países europeos (no había españolas), porque en aquella ciudad estaba el cardenal Suenens, de tanto prestigio reconocido y que había tenido un papel decisivo en la marcha del Concilio Vaticano II. Han transcurrido cuarenta años.

Me hago esta pregunta, porque al preparar la liturgia de la Pascua uno se vuelve a encontrar con el dato evangélico de que fueron las mujeres los primeros testigos de la resurrección del Señor, evento crucial y decisivo para la fe. Algo sorprendente para aquel tiempo si no fuera verdad. A lo que hay que añadir que ningún libro de la antigüedad de los Evangelios habla y trata a las mujeres con la dignidad y respeto que se reflejan en los diversos y numerosos relatos evangélicos.

Una de las entrevistas que más me han gustado, respecto a cómo es el nuevo Papa Bergoglio y cuál es su pensamiento eclesial y pastoral, la leí en «Vida Nueva». Es de uno de sus obispos auxiliares, Enrique Eguía. Lleva quince años con él. Además de decirnos que puede llevar a la Iglesia a «pensarse desde la calle», es decir, una Iglesia que escucha y observa y siente como algo suyo lo que les pasa a las personas, no una Iglesia de despacho y gabinete desde donde se dicta hasta el detalle más nimio, afirma también que para conocer su pensamiento, el lugar más indicado es el Documento de Aparecida, donde, por ser presidente de la comisión redactora, fue su principal mentor y conductor en el contenido y en el estilo.

Este escrito conclusivo de la V Conferencia del Celam pretende, como todos los posconciliares, la renovación de la Iglesia y que todos se sientan en ella discípulos y misioneros de Jesucristo, para que los pueblos tengan vida en Él. Sigue el método clásico de ver, juzgar y actuar. Dedica un apartado amplio, ocho números, a «La dignidad y participación de las mujeres». Y dice cosas que podían encontrase en libros o artículos de teólogos y pastoralistas, pero inéditas en un documento de este tenor e importancia, porque -no sin algunos quiebros de manos ocultas- fue aprobado por el Papa Benedicto XVI. Partiendo de una antropología cristiana «que resalta la igual dignidad de hombre y mujer en razón de ser creados a imagen y semejanza de Dios», en el número 458, se proponen algunas acciones para impulsar una organización pastoral que ayude a descubrir y desarrollar «el genio femenino» y su protagonismo y que «garantice la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son confiados a los laicos... y en las instancias de planificación y decisión». Sugerente. Abre perspectivas.

En Pascua la vida brota con nueva energía. Hay todavía semillas que darán flores y frutos nuevos.