Pasará a la corta historia de la Semana Santa gijonesa, esta de 2013, en que la lluvia no permitió la salida de las procesiones que con tanto cariño y esmero habían sido planificadas. El Viernes Santo volvió a repetirse la renuncia, y el ansiado desfile del Santo Entierro de Cristo, junto a las preciosas imágenes de La Piedad y la Dolorosa, quedaron atechadas en el atrio de la iglesia de San Pedro, donde los escasos fieles que tuvieron el valor de arrostrar las inclemencias pudieron admirar el primor de sus ornamentos. Así, La Piedad lucía a sus pies un admirable tapiz de flores, ochocientos tallos de crisantemos blancos, colocados por Pilar García de la Cruz Mújica, directora de Casa Mújica y a su vez cofrade honoraria de la Santa Vera Cruz.

Sonaron los clarines y los tambores de la Banda de Jesús Cautivo de Oviedo, emitiendo la «Llamada de oración», puesto que se iba a rezar el santo rosario. Un numeroso grupo de manolas, varios militares en la reserva, autoridades y los hermanos mayores de las tres cofradías penitenciarias presidían la ceremonia. Ante el sagrario vacío, un gran crucifijo se erigía en el altar mayor. La Banda de Música «Villa de Jovellanos» entonó la marcha «Santo sepulcro», obra del gran compositor gijonés Vicente Cueva, y Juan Luis García Barcarán, cofrade del Santo Sepulcro, dirigió el rosario. Al final se oró por las intenciones del Papa Francisco y por los difuntos de cada familia y cofradía, más una salve dirigida a la Dolorosa. Puso punto final de nuevo la banda, esta vez con la pieza «Azahar de San Gonzalo», de Jorge Cadaval.

El sacerdote Constantino Hevia ofició la despedida recordando a la mística francesa Madeleine Delbrêl, que dejó escrito: «Si tuviera que elegir una reliquia de la Pasión tomaría aquella jofaina de agua sucia para dar con ella la vuelta al mundo y ante cada pie ceñirme la toalla y lavar los pies del vagabundo, del ateo, del drogadicto, del encarcelado, del homicida, de quien ya no me saluda... En silencio... Hasta que todos comprendan». Sin duda, Constantino Hevia está en firme sintonía con su Santidad, Francisco. Con su bendición y no sin pena por el fracaso, nos fuimos a esperar a mañana, hoy, el gran día de la cristiandad, Domingo de Resurrección.