«Ya que el precio de la energía tiene cada vez más peso en las economías familiares, no parece razonable seguir ignorando los aspectos energéticos de una vivienda antes de comprarla o alquilarla». Según Ana Primo de la Torre, una alta calificación en un certificado de eficiencia energética se traduce, a efectos prácticos, «en menores costes de mantenimiento, mayores niveles de confort, acceso a subvenciones públicas y menor impacto medioambiental».

En definitiva, «se trata de optimizar, de dejar de despilfarrar energía, de dejar de acometer obras de reforma sin una estrategia global que permita recuperar la inversión», asegura esta arquitecta gijonesa, que ya en la Universidad estaba muy sensibilizada con la sostenibilidad edificatoria. La etiqueta de eficiencia energética deberá incluirse en cualquier oferta, promoción o publicidad de venta o arrendamiento. En el caso de los edificios de más de 1.000 metros cuadrados, que presten servicios a un número importante de personas, tendrá que exhibirse en lugar destacado y claramente visible. Los expertos del sector inmobiliario advierten de que obviar este trámite podría acarrear la nulidad de un contrato de venta o alquiler.

El certificado se elabora partiendo de «la referencia catastral del inmueble, el año de construcción, la inspección visual del técnico y el análisis de la envolvente térmica y las instalaciones», resume Primo de la Torre. Se miran vidrios, cerramientos, carpintería, sistemas generales... Y, en base a esos datos, se trabaja con un programa informático que permite conocer el grado de eficiencia energética de un inmueble. «Incluso se pueden llegar a dar estimaciones económicas sobre lo que una persona se ahorra con unas determinadas características energéticas», afirma.