R. V.

Se llamaba Fredesvinda Sánchez González pero siempre fue «La Tarabica». Así lo imponía su pertenencia a una de las familias de pescaderas, por parte de madre, y pescadores, por parte de padre, con más arraigo en el barrio de Cimadevilla. «La Tara» falleció esta semana en su Gijón natal con 85 años. En su adiós dejó dos hijos, Florentino y Manuel Luis (Maneli), y un nieto, Jonatan. Su muerte ha llevado el luto a su familia pero también a todo el Barrio Alto, del que nunca dejó de sentirse residente como vecina en el número 8 de la plaza de La Corrada aunque el devenir de la vida la llevó por algún tiempo hasta El Llano, y al recuerdo de muchos gijoneses.

La hija de Julia «La Tarabica y Luis «El Tarabicu» empezó a vender pescado cuando tenía sólo 12 años siguiendo la estela de su madre, sus tías y sus hermanas. Una ocupación a la que dedicó más de medio siglo de su vida. «Yo iba desde la rula hasta El Cerillero con una caja en la cabeza cantando "sardineeees". La gente se asomaba por las ventanas, regateaba con el precio y bajaba con un plato para que se las echase en él. Me gustaba la calle, no quería estar encerrada en la antigua pescadería ni parada en la rula», confesaba en una entrevista a LA NUEVA ESPAÑA hace unos años.

Ya jubilada, Fredesvinda ejerció de memoria viva de la historia de Cimadevilla. Una historia donde su familia tenía un peso importante pero donde también escribían sus propios capítulos «Ojitos, Ángel Lete, Pepe el Cotu, Peñes Pardes, Los Sotinos, Los Gargansones...», a los que «La Tara» recordó en el pregón de las fiestas de la Virgen de la Soledad en septiembre de 2007. Una historia en la que el Barrio Alto miraba con intensidad un mar que le daba de comer y acogía una Fábrica de Tabacos llena de mujeres.