Emma PRIETO

A Emilio Robles Martínez, más conocido por el seudónimo de «Pachín de Melás», se le recuerda en Gijón y en toda Asturias por ser un autor popular de la literatura asturiana. Un hombre hecho a sí mismo, que se cultivó y se convirtió en un referente regional siendo, como fue inicialmente, un operario que tuvo por primer oficio el de maestro de ajuste en la Escuela de Industrias. Más tarde, cuando ya las inquietudes de Robles eran un hecho conocido, regentó un quiosco en la plaza del Seis de Agosto, el popular quiosco Jovellanos-La Farola, desde el que mantuvo hasta su muerte una pujante labor cultural. De la importancia de ese quiosco, que hasta en su diseño mostraba la dignidad con la que quería investir aquel punto de cita su titular, y por ende de la importancia de Pachín de Melás, se dejará constancia en unos días. Coincidiendo este año con el 75.º aniversario de su muerte, y dentro de un plan de reivindicación de su figura y su obra que ha emprendido la Academia de la Llingua, Kiasa (Asociación de Kioskeros Asturianos), se han sumado a ese clamor de revisión popular. Y en la «Semana negra» recién inaugurada se va nombrar a título póstumo «Miembro de honor» de Kiasa a Emilio Robles, «Pachín de Melás».

«Era un hombre recto, seguía a pies juntillas lo que marcaba la ley, pero era muy guasón y socarrón». Lo cuenta Pilar Robles, la única hija viva de Pachín de Melás, que por más que sepa de la referencia que es su padre para muchos asturianos, pone por delante en el relato de su recuerdo su faceta más humana. «Tenía sus manías, como todo el mundo, pero en casa nunca decía una palabra más alta que otra. No se podía beber vino porque era un vicio y nunca nos dejaba jugar con dinero», cuenta Pilar.

Pachín de Melás era, como recuerda su hija, un hombre de costumbres y rutina. Su enfermedad pulmonar le obligaba a estar la mayor parte del día en la cama, pero desde allí escribía y pensaba sus obras. «Mi padre salía cada día a trabajar a la Escuela de Industrias. Yo era la encargada de prepararle el desayuno todas las mañanas cuando regresaba del trabajo. Después siempre volvía a la cama», rememora.

Episodios importantes en la vida de Emilio Robles puede haber muchos, pero alguno ha marcado historia y es el que está vinculado a Jovellanos, ilustrado por el que profesó una gran admiración el escritor. Y de esa admiración da testimonio un hecho muy significativo ocurrido durante la Guerra Civil. Uno de los primeros días de la contienda, Emilio Robles se vio obligado a interrumpir su diaria rutina a causa de un incendio promovido en la iglesia de San Pedro, donde reposaban los restos de Jovellanos, por un grupo de incontrolados. Gracias a la intervención de Pachín de Melás, que contó con el apoyo del alcalde anarquista de la ciudad, Avelino González Mallada, el propio escritor y varios compañeros pudieron rescatar el osario. «Los llevaron a la escuela de Industrias y los dejaron en las escaleras, por lo menos allí estaban seguros. Después mi hermano Germán Horacio pudo traer unos cortinones de la Escuela de Arte de Madrid y le hicieron una especie de mausoleo» cuenta Pilar. Actualmente los restos del artista asturiano reposan en la capilla de los Remedios, anexa a la actual Casa Natal de Jovellanos.

Un año después, con la entrada en Gijón de las tropas sublevadas, el quiosco de la familia Robles fue quemado por un grupo de falangistas. «Quemaban los quioscos porque estorbaban», dice su hija. Aquella jornada cuando se asomó a la ventana vio junto al quiosco de su padre un hombre vestido con un traje oscuro. «Bajé corriendo y no me dio tiempo a nada más. Sostenía en su mano una botella encendida que coló rápidamente al interior del kiosco a través del cristal que antes había roto. El puesto ardió y comprendí que, desde ese momento, mi vida iba a cambiar irremediablemente». Meses después de aquello, el escritor pasó a ocupar una celda junto a muchos otros republicanos en la prisión de El Coto, donde falleció a causa de una infección pulmonar.

Setenta y cinco años después de su muerte y coincidiendo con la XIII Jornada nacional de vendedores de prensa que celebrará Kiasa en la «Semana negra», se entregará el reconocimiento como «Kioskero de honor» a Pilar Robles en representación de su padre. Se sumarán en los próximos meses, con la ayuda del Ayuntamiento de Gijón y el Principado, y promovidas por la Academia, más actividades de difusión de las creaciones del autor asturiano a través de publicaciones que se entregarán con la prensa diaria. Y aunque sea el sueño de algunos idealistas, también se quiere trabajar en la recuperación del quiosco de Pachín. Su hija lo ve «difícil», pero sabe que detrás está el entusiasmo de algunos integrantes de la Academia de la Llingua como Urbano Rodríguez y Ramón Cuevas. Y si se pudo recuperar, 75 años después de su muerte, el honor de Pachín de Melás como quiosquero, quién dice que no se pueda poner en pie el que fue un gran centro cultural de la ciudad.