La gaita nunca faltó, ni puede faltar, en las romerías asturianas. Es el elemento más identificativo. El que dice que la fiesta es un sentimiento y una expresión de la tierra en que pisamos, del aire que respiramos y el paisaje que admiramos. En mi tierra del oriente asturiano, cuando los indianos venían de América cada tres o cuatro años y, espléndidos siempre, sufragaban los festejos populares y patronales y podían contratarse orquestas con vocalista, el gaitero tenía su papel y su sitio. Si había ofrecimiento del ramo, acompañaba «tirilando» en la gaita un pasacalles, con el tamborilero que marcaba el paso, al grupo de chicas ataviadas con los típicos trajes (los de llanisca son obras de arte que pueden compararse a los tapices flamencos) y tocando la pandereta. Cuatro chavales gayasperos con traje porruano llevan con salero el ramo florido rebosante de roscos de pan blanco, hasta que lo posan en el cabildo de la iglesia o delante de la puerta de la ermita. Son escenas que no debieran de desaparecer. Luego, en la celebración de la misa, en el momento de la consagración, a pleno fuelle, con preludio de roncón, tocará el himno nacional, al que ahora, para no ser menos que otros, añaden el «Asturias, patria querida», que, aunque la letra no dice nada, la música tan popular y universal emociona y ayuda a unir lo humano con lo divino. Al final, finalizada la misa, la gaita abrirá paso en la procesión. Lo acabo de vivir, disfrutar y sentir en la romería de San Roque de mi pueblo de Panes.

Hoy, principalmente los que viven fuera de estos lares y han ido lejos a buscar trabajo, cuando vienen a casarse, alguno elige para la boda música de gaita y darle así a la ceremonia un mayor sabor y tono de su tierra. Hay que reconocer que no se ha cultivado mucho, en la recuperación de lo autóctono, la música religiosa de gaita, que con las modificaciones que acertadamente van introduciendo en el instrumento, para dulcificarlo y hacerlo compatible con otros y con el órgano, podría interpretarse música adecuada para estas celebraciones religiosas.

Durante años y siglos fue instrumento religioso. Es más, el único instrumento que acompañaba los cantos en las liturgias solemnes populares. No había órganos, ni armonios. Conviene que lo reconozcamos, que lo apreciemos y que ahuyentemos temores y miedos de herejías litúrgicas. Hace un tiempo me llamó el entusiasta e incansable Joaquín Pixán, que tenía entre manos una nueva versión de «La misa asturiana de gaita», con la colaboración del gaitero José Ángel Hevia y el Coro Universitario. Un acierto que hay que aplaudir. Fue la misa solemne cantada en Asturias durante años y siglos. Sobre todo, el XVIII y el XIX. Con ella alababa a Dios, festejaba a la Virgen María y veneraba a los santos el pueblo. Es una «misa de ángelus» (ésa, sin duda, su raíz) atopada y curtida en los valles asturianos, que entonaban los mejores cantores y sacristanes, introduciendo variantes y cadencias personales como consecuencia del aprendizaje oral y compitiendo con los silbos de la gaita con los que el gaitero adornaba la melodía llana. Recibió un duro golpe en la reforma sinodal del arzobispo Martínez Vigil, en 1886, que trató de «desterrar esas funciones de gaita» y sustituirlas por el armonio y el coro de niños. Eran los tiempos del purismo del canto litúrgico de San Pío X y la abadía de Solesmes. No lo consiguió del todo. Se siguió cantando y conservando en algunos lugares por curas entusiastas que vieron en ella una auténtica expresión religiosa popular. Salas, Aller y Llanes tienen ese privilegio. Yo la canté de chaval con Chucho Sanromán, Genaro, Pepe Rivas, José Benito, José Luis Canal... Nos la enseñó Isaac Canal, secretario del Ayuntamiento, tocando la gaita Pancho el de Llonín (Francisco Galán), malabarista y genio de este instrumento, siempre abierto a iniciativas y que animó con entusiasmo todas las romerías del oriente asturiano.

El musicólogo Ángel Médica, catedrático de la Universidad, habla de esta misa como monumento artístico, tesoro popular, maravilla de la música litúrgica... suficiente para que se le preste atención y se le dé el valor que debe tener. Si interesa a etnomusicólogos y folcloristas, también debe interesar a la Iglesia diocesana. Fue una manera de cantar del pueblo.