Teté F. BALSEIRO

Se ve que la ordenanza municipal va haciendo estragos en Cimadevilla, ya que la fiesta de despedida del verano promovida por la Asociación de Hostelería del barrio, poco tuvo que ver con las de años anteriores, en lo que a público se refiere. Poco ambiente en un entorno, la plaza de Arturo Arias, que hizo correr ríos de tinta durante los fines de semana del mes de agosto pasado.

La intervención de la policía el 31 de agosto en el «lavaderu» y el vallado de la plaza para impedir el botellón, han dejado una huella profunda en los hosteleros de la zona, que todavía ayer consideraban la medida «desproporcionada» en una tarde-noche «que pareció el desembarco de Normandía», según palabras de uno de los empresarios afectados.

«Esperamos recuperar pronto la normalidad de la plaza», comentaba Juan Menéndez, propietario de uno de los locales. «Celebrar el fin del verano con alegría, de la misma manera que hacíamos otros años», continuó diciendo, «será difícil porque como sigamos así, con tan poco público, terminaremos cerrando todos», apostilló.

Cristina Sosa, que ayer participó en la fiesta, defendió la actividad en la plaza: «la ciudad vive de esto, y el barrio es el punto de referencia para el turismo». Su amiga Lucía Blanco apostillaba y añadía que «lo que hacíamos antes, por lo menos los jóvenes de veintipico en adelante, no era botellón. Los que nos sentábamos en las escaleras de la plaza, entrábamos a comprar nuestras bebidas y luego a devolver el vaso», señaló Blanco.

Ayer escanciar sidra volvió a estar permitido -había preparados mil litros- aunque la afluencia de púbico fue menor de la esperada. «Creo que con poner contenedores y vigilancia en la plaza, no a la entrada de Cimadevilla, hubiera sido suficiente», afirma con contundencia Daniel González. «La presencia policial no tiene que asustar, simplemente mantener el orden», prosiguió diciendo, al tiempo que paladeaba el último culín.