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Víctor Alperi, in memóriam

Recuerdo último del generoso amigo escritor

Víctor Alperi, in memóriam

Nos dejó Víctor. El Víctor amigo. Nos dejó Víctor, el Víctor escritor. Nos dejó Víctor, el Víctor generoso. Nos dejó Víctor Alperi: el generoso amigo escritor...

¡Qué suave su recuerdo! En el café del Instituto. Lo recuerdo allí, en la mesa de nuestro último encuentro, cuando el verano ya estaba entre nosotros. Como siempre, me había llamado para entregarme un libro. Siempre era o un libro suyo, o un libro sobre Dolores Medio. Dolores Medio, ¿su otro yo? Quizá. No la conocí a ella. Pero él, en buena parte vivía para ella, para conservar su recuerdo, para que no se perdiera. Entré en la obra de la novelista de tu mano, amigo Víctor.

Y también en la vida de Mariana da Costa Alcoforado, la otra dama de la vida de Víctor Alperi. También vivió para conservar el recuerdo de la monja lusa, que nació el 22 de un abril remoto, en vísperas de siglos de la Revolución Portuguesa del 25 de abril. La de los Claveles. Son recuerdos. En los fusiles portugueses no hubo muertes, sino claveles.

¿Qué fue Mariana Alcoforado? Para Víctor, allá en 1987, fue la demostración de que el amor es la luz que domina el espíritu de los hombres y mujeres portuguesas... El amor triste de un fado.

Víctor. La vida de Víctor. La obra de Víctor, quizá fue la letra de un fado. Portugal, la gente portuguesa, tan educada, tan elegante, tan suave. Así fue Víctor. Y también el novelista y el escritor: un hombre en el camino de todas las letras: educado, elegante, suave e inteligente.

Víctor sabía escribir. Lo hacía maravillosamente. Y sabía de cocina. Y sabía de amistad. Y ponía, justo al lado del nombre de su libro, en la página de "etiqueta" unas dedicatorias verdaderamente tiernas. Ternura. Víctor fue tierno, pero no Alcalde.

El amigo nos deja una obra larga de ficción, de reflexiones, de viajes. Una obra que comenzó en 1956, y que acabó cuando la vista comenzó lamentablemente a flaquearle.

Víctor deja, además de su obra, su recuerdo. Para mí, el recuerdo de una amistad entre palabras y cafés. Te prometo, amigo, que no volveré a tomar a media mañana una café en el Instituto hasta que tú vuelvas a llamarme para vernos allí con la disculpa de dejarme tu último libro. Adiós, amigo. Seguro que en adelante todo te será leve.

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