Llevamos a la mesa de la sala de lectura la pesada caja conteniendo el "Tumbo" del monasterio de Belmonte. Hacía poco que había llegado al Archivo Histórico de Asturias. Teníamos la esperanza de encontrar en él alguna referencia a la toma de hábito de Jovellanos como caballero de Alcántara. Lo cogimos con el mayor cuidado y reverencia, porque sobre aquellas pastas de cuero viejo, sobre aquellos ásperos folios de marquilla, por aquella tinta reseca de siglos pasó sus manos Jovellanos y ahora estaban en las nuestras.

Abrimos el "Tumbo y breve sumario y jurisdicción y fundación y otras cosas deste monasterio de Nuestra Señora de Belmonte de la orden de nuestro glorioso padre San Bernardo, el cual se hizo en el segundo trienio del padre abad fray Bernardo Escudero en el año del Señor de 1604", que tal es su largo título. En el prólogo, a la vuelta del segundo folio, al margen, con letra que nos pareció de Jovellanos está escrito: "¿Y qué se ha hecho del "Tumbo" viejo?". Nos sentimos animados a continuar por si hubiera otras anotaciones que pudieran ser de su puño y letra.

Y, en efecto, al hablar de la fundación por el cónsul y conde de Babia y de Tineo, don Pedro Alfonso, y su mujer, la condesa doña María Froilaz, se ven otras aclaraciones o correcciones relativas al año de la fundación, situándolo en el de 1127 de la era cristiana, enmendando la plana al cronista, y así, entre otras cosas, con letra al parecer de Jovellanos, se lee: "Engañose muy engañado porque no entendió la cifra de la X^ con esta virgulilla que vale 40".

Pero lo mejor fue la nota que aparece en el folio 4 (a partir del prólogo), la cual no ofrece ninguna duda de que es de puño y letra de Jovellanos, no ya por la caligrafía, sino porque además va firmada. Allí, en el centro, en un recuadro, aparece reproducido el letrero de la iglesia vieja de Belmonte, al tenor siguiente:

"Hoc in honore Dei templum, Santaeque / Mariae Virginis et matris Abbas Garcia / Peregit, Abbas insignis, prudens, discre / tus honestus extitit et in cunctis lar /ga prouitate modestus, Dedicat Ecclesiam / Rodericus Pastor Oveti; ad cuius veniunt / populi solennia laeti abates, clerus, / sexus vtriusque conueniunt, sacri cele / brantes guadia templi. Era ducentena / post mill. XX^V" (sigue una cruz "+" para remitir al lector a la aclaración).

En el margen interior de este folio se lee: "Hoy está puesta esta piedra en la pared del Atrio de la Iglesa. qe. mira pa. el río". Y a continuación aparece una cruz que se corresponde con la que aparece después de la fecha, y tras ella: "en el original está escrita así: XXQVINTA. Nótese por si algo quisiera comprobarlo como lo hize yo, hoy 23 de julio de 1792. Está exacta. Jovellanos".

Satisfechos del descubrimiento cuando ya esperábamos no encontrar nada más interesante, la curiosidad nos llevó a examinar la relación de los abades, y en el folio 682 aparece el abad octogésimo primero, Alberico Salazar, de quien Jovellanos habla en sus "Diarios", y tras la fecha de su nombramiento y confirmación leemos: "Este abad dio en 22 de julio de 92 la profesión al Sr. Dn. Gaspar Melchor de Jovellanos Cavallero Novicio de Alcántara". Al margen: "Profesó / año de 1792 / día de la Magdalena". El objetivo de nuestra investigación se había cumplido con creces.

Acudimos a viejos libros de caballería y, concretamente, de la Orden de Alcántara para intentar recrear la ceremonia de investidura de caballero, de la que Jovellanos hace un resumen muy escueto, y averiguamos que en aquel acto debió tener lugar un juramento conforme a unas viejas fórmulas de interrogatorio.

Fray Alberico de Salazar, teniendo arrodillado delante de él a Jovino, preguntó:

"Gaspar Melchor de Jovellanos, ¿qué demandáis?".

"La misericordia de Dios y del señor maestre, y vuestra en su nombre, y la de esta santa orden", contestó Jovellanos.

"Amigo, esta misericordia que demandáis es muy dulce y suave para el alma, aunque es muy áspera y fuerte para el cuerpo, por muchas cosas que habéis de guardar y cumplir".

Y tras exponerle los sinsabores de la caballería prosiguió:

"Os conviene ser obediente a todo y hacer lo que os mandaren y mandarán. Esto ved si lo podréis cumplir".

"Sí, señor, con la ayuda de Dios, y del gran maestre de la orden", contestó el novicio.

Siguieron nuevas advertencias sobre las obligaciones de la orden relativas a la obediencia al señor maestre y entre ellas:

"También conviene", dijo el abad, "que sepáis cómo en esta orden permaneciendo habéis de cumplir y guardar tres cosas: la primera, la que vos he dicho de ser obediente a su majestad, como administrador perpetuo, y a los dichos sus sucesores en la dignidad magistral en todo lo que vos mandare toda vuestra vida. La segunda, que habéis de ser casto y continente guardando castidad conyugal toda vuestra vida. La tercera, que habéis de ser pobre de espíritu y no habéis de tener cosa alguna sin licencia de su majestad y de los dichos sus sucesores. Ved si podéis guardar lo que os he dicho".

"Sí, señor, con la ayuda de Dios, de su majestad y de la orden", fue la respuesta.

Acercó el monaguillo un misal mientras fray Alberico decía:

"Pues conviene que juréis a Dios, a Santa María y a esta señal de la cruz do ponéis vuestra mano y a los Santos Evangelios que de aquí en adelante bien y fielmente a todo vuestro poder allegaréis el provecho y honra y bien que justamente podréis a su majestad, como administrador perpetuo de la dicha orden y a sus sucesores y a esta nuestra orden y caballería y les arredraréis todo daño, mal y deshonra con todas vuestras fuerzas. Esto, vos, ¿juraislo así?".

"Señor, sí, juro", contestó el caballero poniendo la mano sobre los Santos Evangelios.

"Dios vos lo deje cumplir a salvación de vuestra alma y honra de vuestro cuerpo".

"Amén", contestaron todos los presentes.

Luego Jovellanos besó el anillo al abad y le abrazó dándole la paz así como a los demás frailes, en señal de amor y hermandad.

Si alguien se pregunta si Jovellanos cumplió el juramento o, por el contrario, faltó de alguna manera a alguna o algunas de las tres obligaciones que juró cumplir toda su vida, la respuesta es que no faltó a ninguna de ellas. Fue fiel al rey y a la Monarquía en la dinastía borbónica, contra todo viento y marea. Guardó celibato, porque aunque se dice castidad conyugal, se sobreentiende que con más razón debía cumplirse este precepto no estando casado; los escarceos amorosos de Jovino que se conocen fueron en los años mozos, con anterioridad a su profesión. Y, finalmente, fue un hombre sobrio en sus gustos y en sus gastos; no le dominó la ambición de riqueza ni de poder, que despreció cada vez más a medida que iba cumpliendo años. ¿Explicaría este juramento su lealtad política, su reflexiva soltería y su probidad? Más bien nos parece que estas tres cualidades encajaban perfectamente en su modo de ser; que era caballero antes de su nombramiento e investidura.

Fue aquella festividad de la Magdalena de 1792 un día feliz, muy alegre para la comunidad de frailes, según dirá Jovellanos, y tan celebrada su memoria que aparece, como ya vimos, recogida en el "Tumbo" del monasterio. Si tenemos en cuenta que en toda la relación de abades no se consigna ningún acontecimiento fuera de las fechas de nombramiento y confirmación del cargo y el nombre del padre reformador, salvo el incendio del monasterio con ocasión de la Guerra de la Independencia, tendremos una idea de cuánto significó para los frailes y la historia del monasterio la profesión y toma de hábito del caballero don Baltasar Melchor Gaspar María, que con éste cuatro nombres le bautizaron el mismo día de su nacimiento en la víspera de los Reyes Magos, hace hoy 270 años.