Faustino R. Arbesú, guionista, investigador, crítico, profesor, coleccionista de tebeos y un erudito de todos los capítulos de la historia del cómic, no quiso despedir ayer el Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias sin un regalo: la segunda entrega del libro "La historieta asturiana".

"Me toca hablar de lo más alegre", dijo Javier Cuervo, redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA y prologuista con hilo biográfico de un volumen en el que Arbesú repasa la historia y la intrahistoria cultural del cómic en el Principado en los últimos años. Pocas cosas se le escapan.

Javier Cuervo recordó el año 1977 (tenía dieciséis años y era lector ávido de tebeos que quería sacar un fanzine) y cuando, tras viajar en autoestop de Oviedo a Gijón, se presentó en la casa de Faustino R. Arbesú, en la calle Cangas de Onís: "Nos recibió las veces que hizo falta". El periodista cuenta en ese prólogo: "Yo había aprendido a leer con los cómics. Arbesú me enseñó a leer cómics".

Si Gijón, allá en las postrimerías del franquismo y en los primeros años de la Transición, era una de las pocas referencias españolas para los aficionados al cómic se debía en gran medida a la presencia en la ciudad de Faustino R. Arbesú, explicó Javier Cuervo: "Cuando estoy cerca de él me sale tratarlo de tú, pero, en cuanto me alejó, pienso en el usted".

Para el presentador y prologuista de "La historieta asturiana II", aquel piso de la calle Cangas de Onís era algo así como una "universidad del cómic" en la que Arbesú, rodeado de su familia (incluida una perra), "desmontaba muchos lugares comunes". "He aprendido mucho con Tino; fue un maestro en muchos sentidos", añadió Javier Cuervo, para quien Arbesú es "tenaz, dobla mál y hay que tragalu".