Las costumbres sociales en cuanto al ocio de los gijoneses de las clases populares entre el Desastre (1898) y el estallido de la Gran Guerra (1914) fue ayer el objeto de la conferencia que pronunció el gijonés Jorge Uría, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, en el Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón, en un acto que contó con la colaboración de la Sociedad Cultural Gijonesa, entidad fundada en 1968.

Fruto de un estudio realizado por Jorge Uría para su tesis doctoral, la cultura popular en Gijón en los primeros catorce años del siglo XX se explica, relató el catedrático, en una primera idea: que a finales del siglo XIX una sociedad que parecía industrial no lo era tanto y muchos gijoneses "vivían a caballo entre la ciudad y el mundo rural", donde se conservaban las tradiciones y "las posibilidades de contacto eran tremendamente limitadas".

La situación comienza a cambiar hacia 1914, subrayó Uría, con la mejora de las carreteras y del ferrocarril. Son también los años en los que llega la luz eléctrica a las romerías tradicionales y "se acaban mercantilizando, como las fiestas de Begoña", que, resaltó el catedrático, nunca tuvieron tradición alguna en Gijón y fueron fruto de la iniciativa de los comerciantes.

Ya en la zona urbana, el ocio que se consumía era esencialmente "de pago", recalcó Uría, especialmente el cine y los bailes, aunque también existían, aunque en menor proporción, los espacios de ocio gratuitos, es decir, fundamentalmente los parques, en los que las clases populares consiguen, explicó Uría, que los conciertos de las bandas se conviertan en bailes, para disgusto de las clases más pudientes.

Hasta el despegue del cine, hacia el año 1909, será el teatro el espectáculo de pago más solicitado, y en aquel Gijón de principios de siglo eran los coros quienes representaban los emblemas de la ciudad, una situación que a partir de los años veinte cambiará y serán los equipos de fútbol quienes pasen a desempeñar ese papel. Se refirió también Uría al asociacionismo popular y a las entidades culturales como el Ateneo Obrero, con su biblioteca circulante. Así como a las tabernas "como espacios de sociabilidad". Por aquellos años es cuando en Somió floceren muchos merenderos, gracias a que las bebidas eran más baratas, ya que estaban fuera del ámbito de los fielatos: de los impuestos municipales.