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FERNANDO FUEYO | Párroco de San Nicolás, en El Coto, y capellán del Sporting

"Mientras tenga fuerza apoyaré al pueblo de Burundi; aún queda mucho por hacer"

"El recibimiento fue muy especial, la misa fue apoteósica, más de dos horas cantando y bailando; me emocioné y se me saltaron las lágrimas"

Fernando Fueyo, en el hospital de Ntitta, con el microscopio y material sanitario donado por Asturias. LNE

"Tenía ganas de regresar. Estoy algo cansado, pero volvería mañana mismo a Burundi sin pensarlo; ha merecido la pena". Fernando Fueyo cumplió su sueño. Dos décadas después de su última visita, el párroco de San Nicolás, en El Coto, y capellán del Sporting, pudo volver a su Burundi, el país africano en el que participó como misionero hace ya treinta años. Recuerdos, anécdotas, reencuentros con viejos amigos, apreciación de cambios y la satisfacción de poder ayudar resumen las casi tres semanas de un viaje inolvidable junto a otros tres gijoneses. "Siempre hablo en plural porque esto no hubiera sido posible sin Javi Montes, Juanín Menéndez y Armando Menéndez. Han hecho un trabajo excepcional", reconoce Fueyo.

-¿Qué Burundi se ha encontrado tres décadas después de su primer viaje?

-Mejorado. Tanto el país como el trabajo que hace la Iglesia. Había pisos, varios hoteles, gran movimiento de coches y a veces hasta un poco de caos. Todo lo que eran bicis ahora son motos que sirven de taxi. Se ve vida e ilusión. Se están fraguando las elecciones de mayo y se ve propaganda electoral. La impresión fue muy buena, de mejora, de más luz y hasta gente con móvil. Me parecía muy llamativo, las tabletas, la tecnología...

-¿Cumplió el viaje las expectativas?

-Son veinte años desde mi última visita, porque había vuelto en 1994. Me prestó mucho. Reviví viejos recuerdos. Había algunos que me decían: "¡Qué viejo estás!", y yo respondía lo mismo. Iba un poco dubitativo al viaje. Tenía algo de gana de volver a Asturias, pero se cumplieron las expectativas. El viaje surgió hace un año, porque siempre había dicho que no quería morirme sin volver a Burundi.

-¿Cómo fue el recibimiento?

-Es una zona muy deprimida, que fue maltratada durante la guerra. Han tenido que empezar de cero. En la parroquia el recibimiento fue muy especial. La misa fue apoteósica. Más de dos horas y media cantando y bailando con una alegría inmensa. Me emocioné y se me saltaron las lágrimas. Les dije que era la última vez que iba y que ya nos veríamos todos arriba. Me decían que no pusiera trágico, pero soy realista y me daba cuenta de que era mi último viaje a Burundi.

-Hubo hasta un partido con camisetas del Sporting y de la Federación Asturiana.

-Fue impresionante. Había 5.000 personas en el partido. Y fue muy simpático. Había cuatro comentaristas que se pasaban el micro, en inglés, francés, suajili y español. Yo le picaba a uno de ellos y el español decía por el micro, sobre Juanín, "el gordo número 18 no se desenvuelve".

-¿Cuáles son las necesidades actuales del país?

-Se cumplió perfectamente el objetivo, pero por mucho que se haga quedan todavía muchas cosas por hacer. Mientras me queden fuerzas seguiré apoyando a ese pueblo. En la mayoría de las parroquias ha crecido mucho el número de escuelas y todo lo que habíamos hecho de servicio ha quedado desfasado. En aquel momento teníamos 400 críos y ahora hay 3.000. Además hay cosas que ves, como en el viejo HUCA, done hay centenares de camas que no sabes que van a hacer con ellas. Y en Burundi están por el suelo, no tienen mesas de partos...

-¿Se ha reencontrado con algún viejo amigo?

-Me encontré con un catequista que ya le creía muerto, que tiene 88 años, y eso en Burundi esa edad es totalmente inusual. Sigue dando la comunión. Volví a ver a los que nos hacían las comidas, que ya pasan de los cincuenta años y uno me dijo: "Sólo he tenido siete hijos". Y encontrar a esa gente me emocionó.

-¿Alguna anécdota?

-Por poco venimos desnudos. Te piden todo. Vas por la calle y te piden el jersey y lo que llevas. Lo de pedir es algo tan consustancial para ellos, que te hacen un favor y te demuestran que puedes ayudar. Cuando les das algo te dicen: "Gracias, padre. Y que sigas teniendo mucho para poder darme más". La gente es encantadora. Te reciben con un cariño y una alegría, dentro de su pobreza. En el aeropuerto se nos pasó el visado, porque fuimos más tarde de lo que se esperaba. Pero hicieron la vista gorda, además de que traíamos más kilos de la cuenta. Se agradecen esos detalles.

-¿Aún recuerda el "kirundi", la lengua de Burundi?

-Sí, y se extrañaban de que lo recordase, pese a que llevaba treinta años sin hablarlo. Me defiendo. Tengo el Evangelio en ese idioma y de vez en cuando lo leo a modo de entrenamiento.

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