Gerardo González Alonso quería ver más allá de aquella loma que tenía enfrente de casa: las montañas del Sueve. De 82 años, natural de Lué (Colunga), y afincado en Gijón, el que hoy es el afilador de Cudillero soñaba de adolescente con viajar. "No concebía crecer en aquel entorno tan rural", dice. Renegar de la Asturias que le tocó en su infancia le brindó la oportunidad de cumplir el sueño de conocer otros lugares y aprender el oficio que hoy ejerce en la villa pixueta, el de afilador en la calle.

Se marchó de la "tierrina" con 18 años. El destino: Brasil. Alquiló su primera vivienda en Río de Janeiro. Él iba para labrador pero gracias a un contacto gallego -"un indiano de esos que hicieron tanta fortuna"-, pudo quedarse en la ciudad. Empezó su vida laboral en una panadería, primero de repartidor y después asumiendo otras tareas propias del negocio. La vida le deparó otros destinos en Sudamérica. En ellos aprendió a afilar cuchillos. Trabajó en Uruguay y Argentina.

En Buenos Aires un primo que tenía una "agencia de informaciones privadas" le contrató para hacer algunos servicios. Se camuflaba de "peón" y así observaba todo lo que estaba al margen de la legalidad en las empresas. Fue en este entorno donde empezó a afilar. "La gente se ganaba un dinero extra con este oficio", dice. Algunos afiliaban en sus horas libres y gracias a esta ayuda las cosas iban mejor en la economía familiar. Gerardo González tardó poco en empezar a interesarse por la tarea. "Un día salí con uno de ellos para ver cómo hacían, para aprender". Logró conocer los trucos de este trabajo, que se hacía a pie de calle meses después.

En América Latina "empecé a hacer chapuzas, máquinas para afilar", rememora. Hoy es el afilador de Cudillero y su labor, lejos de lo que se pueda pensar, no ha caído en desuso. En la villa pixueta demandan sus servicios negocios relacionados con al alimentación y también particulares. Afila una pieza por 2,5 euros. En quince minutos el cuchillo está "como nuevo, listo para cortar como el primer día". Dice Gerardo González que este oficio le da salud. "Me mantengo ágil porque viajo de un lado para otro; y tengo la mente sana porque no me queda otra que pensar en este invento", comenta señalando la bici desmontable donde hace los afilados.

El artilugio se transporta de su vivienda de Gijón a Cudillero en coche. Ha hecho "lo que no está escrito" para poder diseñar un medio de transporte con el que llevar todo lo que se necesita sin tener que cargar con mucho peso. La bicicleta se frena cuando empieza a afilar gracias a un mecanismo ideado por él mismo. Tiene instalado un motor que acciona la correa que, a su vez, hace girar la piedra de afilar. La bicicleta también incorpora una caja de herramientas y otros departamentos. En Cudillero, Gerardo González es muy conocido porque lleva años desplazándose a la capital del concejo. "No hace falta que cante aquello de 'está aquí el afilador...', ya le conocemos por la bicicleta", comentan los vecinos.

El hombre siempre acude a sus citas. En los últimos meses ha visitado varias veces Cudillero, pero ahora estará ausente por un tiempo. La próxima semana vuela a Brasil, donde nacieron, crecieron y están asentados sus tres hijos. "Ahora cruzo el charco muy de vez en cuando, pero siempre vuelvo", dice irónico. Se casó primero con una mujer brasileña, con la que tuvo a sus hijos. Se divorció de ella y conoció a una mujer asturiana y también emigrante que falleció después.