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La OSPA y Asier Polo tuvieron su noche

La Orquesta Sinfónica del Principado y el violonchelista vasco ofrecieron un recital memorable ante un Jovellanos que disfrutó

La OSPA, dirigida por Corrado Rovaris, durante su recital en el Jovellanos. ÁNGEL GONZÁLEZ

El concierto ofrecido anoche por la OSPA en el teatro Jovellanos, bajo el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA, es de los que nos gustaría escuchar no todos los días, pero al menos una vez al mes. Por su belleza redonda de principio a fin, por la maestría de su ejecución y los momentos de suma brillantez que nos ofreció el violonchelista vasco Asier Polo. De otro modo el programa era bien atrayente, prueba de ello es que se consiguió una buena entrada; tres cuartos de patio de butacas en Gijón, y tratándose se música clásica, es para nota. Echamos de menos al concertino Alexander Vasilev; ocupó su lugar la esbeltísima Eva Meliskova.

Rossen Milanov cedió la batuta al italiano Corrado Rovaris, un señor muy elegante que no le hizo ascos al frac; no es de extrañar a la vista de lo bien que le sentaba. Dirigió con ese mismo estilo de elegancia; con suave seguridad y firmeza supo sacar de sus músicos un auténtico sobresaliente. Abrió la audición la Serena nº 6 en re mayor, de Mozart. Al escribirla, Mozart aún era un chaval y nunca dejará de sorprendernos la audacia de su planteamiento orquestal, nunca presentado hasta entonces. En realidad era una orquesta de cámara -cuerdas y timbales- en la que se incrustó un cuartero de cuerda. Y jugó con ambos a su antojo, ofreciendo una fiesta que ha servido de banda sonora a varias películas; su minué es el baile más característico de los salones galantes del siglo XVIII.

"Variaciones sobre un tema rococó para violonchelo y orquesta", de Chaikovski nos descubrió el talento insuperable de Asier Polo. La partitura era preciosa con instantes de un lirismo estremecedor, como en la variación Andante, pero este señor, ante el que hay que quitarse la chapela, lo bordó. Hizo un alarde de sensibilidad y técnica, es un mago de la música; él es la música, la respira, la bebe, la desprende de sí. Genial. Fue aplaudidísimo.

Y para completar el deleite, un regalo, la Sinfonía nº 40 en sol menor, de Mozart. Aquélla que en su día popularizó Waldo de los Ríos al darle un aire pop, con presencia de la batería. Mozart exhibe en ella sus estados de ánimo, de la alegría a la tristeza, a través de un derroche creativo. Gran noche musical.

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