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Un cuarto de siglo al pie de las bolsas

Ana Menéndez, secretaria de la Hermandad de Donantes de Sangre, se prejubila con la convicción de que vivir de cerca el voluntariado "me cambió como persona"

Ana Menéndez, ayer, en la sede de la Hermandad de Donantes de Sangre de Gijón. JUAN PLAZA

"Estar en la Hermandad de Donantes me ha permitido conocer a muchos voluntarios. Ni sé a cuántos. Sólo sé que a veces me cruzo con alguien por la calle y aunque no sepa su nombre me digo: 'este es 0 Negativo'". Para la gijonesa Ana Menéndez Álvarez, auxiliar administrativa del centro de Donantes de Sangre de Gijón desde hace 25 años y secretaria de la Hermandad de Donantes, es momento de hacer balance. Se acaba de prejubilar y aunque eso no suponga que vaya a poner mucha distancia entre la que fue su actividad diaria durante un cuarto de siglo y la que tendrá a partir de ahora, sí que asume que las cosas han cambiado. Como bien dice el presidente de la entidad, Faustino Valdés, "se jubila de la obligación pero le queda la devoción".

Y tanto. "Este trabajo ha supuesto para mí un compromiso muy grande. Me involucré mucho pero nunca me importó porque comprendí la importancia de la donación de sangre. Cuando llegué lo desconocía todo, pero cuando vi lo que se hacía creí que debía estar a la altura. Esto no es un trabajo de oficina. Aquí hay que implicarse", sostiene Ana Menéndez.

Paradojas de la vida, ella que tanto valor le da a la donación no puede ejercer ese gesto altruista "porque tengo unas venas muy finas, que casi no se me ven. Me dan problemas hasta para las analíticas". Las dos veces que intentó donar acabó estropeando el kit de donación " y eso cuesta dinero. Es una bolsa entera que se va a la basura y me da cargo de conciencia", así que lo dejó. A cambio Ana Menéndez se convirtió en estos años en la animadora más entusiasta que podían soñar los responsables de la Asociación de Donantes y los miles de gijoneses que llevan pasando por la sede de la hermandad, ahora en el centro de salud Puerta la Villa, antes en el edificio de la plaza del Carmen y mucho antes en un piso de Marqués de San Esteban. Para todos ha tenido Menéndez una palabra elogiosa, un buen recibimiento y una enorme sonrisa. Y mucha memoria para preguntarle a uno por la operación de su esposa, a otra por sus hijos y los estudios, y a algunos respetarles sus silencios.

"Este trabajo me ha dado mucho. Creo que hasta cambié como persona. Me acercó al mundo del voluntariado y me hizo reflexionar", reconoce Menéndez que considera que Gijón está lleno de "gente muy buena. Personas de toda condición y formación que llevan muchas donaciones a sus espaldas y que se disgustan cuando les dices que ya cumplieron con el cupo máximo de cuatro extracciones al año, porque por ellos seguirían". O que, como bien recuerda que le pasó a una mujer en su primera sesión, "pese a caer redonda en el suelo -por lo que yo pensé que la vería más por aquí- volvió como si nada".

Y ese corazón general se nota siempre en las tragedias. "Pasa algo grave y las colas se forman solas. No hace falta ni hacer llamamiento", sostiene. Y también en las circunstancias extraordinarias, como la caída de reservas que obligó a una alerta en Asturias hace unos meses. "La cola esos días llegaba por los pasillos del centro de salud. Y pese a que hubo un momento en que avisé de que la espera podía ser de más de una hora, ni uno de los que estaban en la fila se marchó", relata. Ana Menéndez es de las que opina que esa caída de reservas "hasta nos vino bien". Su teoría es que "llevábamos años auto suficientes, de tal forma que la gente de a pie deja de pensar en la donación. Nos acostumbramos a que es un recurso disponible siempre en los hospitales. Cada uno vive el día a día inmerso en sus actividades y sus preocupaciones y se perdió de vista la necesidad de la donación. Así que con la llamada se volvió a poner el tema en el candelero y volvimos a ver a gente que hacía años que no venía por la sede".

Y para nadie hubo un reproche. "Qué va. Yo siempre digo que nunca es tarde para venir. Al donante nunca hay que echarle nada en cara. Faltaría más. Sólo hay que darle facilidades". Ana Menéndez llena sus recuerdos de agradecimientos. "A la Cámara, a la Feria, a la gente del Campus, a las asociaciones vecinales, a muchas empresas que siempre están ahí...". Porque para ella cada bolsa que se llena es una ilusión.

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