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directo al corazón

"Le arreglaba relojes a Nicanor Piñole y él me acabó regalando tres cuadros"

"Hace 15 años me ofrecieron 45 millones de pesetas por la colección que tenía; hoy tal vez no interese a nadie"

Al entrar en su almacén se tiene la sensación de poner el pie en la cueva de Alí Baba. Un lugar lleno de tesoros, no de oro o piedras preciosas, sino de objetos enriquecidos por el paso del tiempo. Aquellos relojes de hace dos siglos, de todas las formas y todos los sistemas; las antiguas herramientas de los ebanistas; los primeros aparatos de radio que salieron al mercado hace más de cien años, cajas de música trabajadas primorosamente, pinturas, planchas de carbón, romanas... Entre todo ello se mueve Santiago Quintas con la complacencia de un coleccionista, enseñando curiosidades, aunque sin duda lo más importante del conjunto es la suma inacabable de relojes. A sus ochenta y seis años se mantiene ágil de cuerpo y de mente, sabe muy bien lo que tiene entre manos, y su conversación, aunque algo dispersa es amena.

-Por favor, defínase.

-Nací en Cuba, en la ciudad de Santa Clara, en 1929, mayor de dos hermanos. Mis padres eran gallegos que emigraron. Cuando estalló la Revolución de Fidel Castro huyeron a Miami y de ahí a Nueva Jersey. Mi hermano logró hacerse rico en los Estados Unidos, y mis padres están enterrados en Nueva Jersey.

-Pero usted volvió a España...

-Sí, cuando tenía dos años, en un viaje de la familia pero yo me quedé con los abuelos.

-¿Cómo fue su formación?

-No tuve. Fui un niño de la calle hasta que a los catorce años me coloqué en la fábrica de muebles de la empresa ALFA, en Zarauz. Hacíamos los armarios, las mesas y las cajas de las maquinas de coser. De Zarauz me fui a Eibar de encofrador aunque al mismo tiempo recibía lecciones como aprendiz de ebanistería. Con ese oficio volví a Galicia.

-¿Y se quedó?

-Un año. Me contrataron como ebanista en un taller de Zamora. El dueño era gallego, tío de Joseíto, el célebre jugador del Real Madrid.

-¿No tuvo que hacer la mili?

-No, porque era cubano. Así que no dejé de trabajar. Me tenían por el mejor ebanista de España. A los veinte años era capaz de hacer un armario de tres cuerpos con sus cajoneras, en diez horas.

-¿Cómo llegó a Asturias?

-De Zamora me trasladé a Sama de Langreo, contratado por la ebanistería Casa Cabal, y allí conocí a mi mujer, Sulita Camporro, prima del cura Dimas Camporro que fue el que nos casó. Tuvimos tres hijos, un chico que hoy tiene 57 años y las gemelas que cuentan 47.

-¿Cuándo se inició como coleccionista?

-A los 40 años dejé la ebanistería para dedicarme a las antigüedades. Iba por los pueblos comprando cosas y puse dos almacenes en Gijón. Me fue muy bien, entonces se vendía todo; ahora esta clase de comercio está parado.

-¿Por qué se inclinó por los relojes?

-Me gustaban, hacen compañía, andan, suenan... Fui adquiriéndolos poco a poco. Hoy tengo unos 200, la mayor parte de más de dos siglos. Entre ellos los hay muy valiosos, como uno de sobremesa de mármol, otro de péndola o uno que mueve los ojos de sus figuras con el tic-tac. El primer reloj que compré, hace cincuenta años me costó 160 pesetas, de aquéllas. Es francés, de máquina París y caja de música. Su marca es "Jerome Thibuiville-Lamy". Contiene seis canciones y su estuche es de palosanto. En su día estuvo premiado con veinte medallas que figuran en su tapa. Tengo otro cuajado de marfiles que es una pieza única.

-Pero una cosa es un reloj y otra ser relojero...

-Aprendí a base de moverme en ese mundo, con unos y con otros. Yo le arreglaba los relojes a Nicanor Piñole y él me regaló tres cuadros, pero los vendí. Tengo uno de Antonio Suárez de 1973, de la época que aún pintaba figurativo, antes de pasarse a la abstracción.

-¿Qué piensa hacer con este legado? A los 86 años hay que preverlo...

-Mis hijos no quieren seguir con ello, así que hagan lo que más les convenga, que será venderlo. No se lo puedo pasar a mis amigos anticuarios porque todos han fallecido. Tenía varios en Galicia, en León, en Salamanca, y ninguno está.

-¿Nunca ha pensado vender usted la colección?

-Hace quince años me ofrecieron 45 millones de pesetas por ella y los rechacé. Hoy tal vez no interese a nadie, tal como está las cosas...

-Dice que sigue siendo cubano, ¿no se ha nacionalizado español?

-Sí, y he sido muy feliz en España. He podido votar, siempre socialista. Los nacionales en su día se ensañaron con la familia de mi mujer. La derecha es muy mala, tiene malos sentimientos.

-¿Acude todos los días al almacén?

-Sí, es mi vida. Nunca he fumado, ni bebido un vaso de vino, y en el almacén siempre hay algo que hacer. Procuro que todos los relojes anden, y limpio, ordeno, engraso. El mayor reloj es el modelo Moré, de mueble, mide 1'80 metros. Los tengo de todos los tamaños, hasta de bolsillo. Son importantes los de péndulo, de cinco varillas, de dieciocho, de veinte... También los de ojo de buey con incrustaciones de marfil y nácar.

-¿Y las radios?

-Ahí está el primer modelo que se fabricó en el mundo. De forma de capilla, aún suena perfectamente como usted podrá escuchar. Pero prefiero los relojes, y las herramientas de ebanistería, la mayor parte son francesas.

-¿No tiene otra afición, más que cuidar su tesoro?

-No soporto ni el fútbol ni los toros. Que haya futbolistas que ganan treinta millones al mes, como el portugués, es una vergüenza. Y los toros es un asesinato. Tampoco juego a nada.

-Una última pregunta. ¿Si alguien viene a comprar, vende?

-Depende. Si me pagan bien, sí. Pero aquí no hay chollos.

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