Si su música es como su conversación siempre será un placer escucharle. Antonio Ribera Soler, actual director de la Orquesta Filarmónica de Asturias, es un hombre apasionado y al mismo tiempo sereno. Mira de frente, hay honradez en su expresión y responde a todas las preguntas con la naturalidad de una persona de bien. Lleva dieciséis años viviendo en Gijón y confiesa que la ciudad le ha atrapado para siempre. "Y él a nosotros", es probable que digan sus amigos. Alto, delgado, seguro que el frac le sienta estupendamente. Tocaba un músico en el paseo de Begoña, "¿lo incorporaría a su orquesta", pregunté. "Creo que no".

-¿Dígame, usted quién es?

-Un músico nacido (1971) en Agullent, Valencia. Me considero trabajador y disciplinado. Paciente para algunas cosas, como enseñar; para otras impaciente. Soy introvertido y poco sociable, algo que me gustaría corregir. Tengo pocos amigos y mucho sentido del humor.

-¿Hay antecedentes musicales en su familia?

-No, ninguno. A uno de mis abuelos le gustaba mucho la música, pero nunca pasó de ahí.

-¿Así que en su infancia a qué jugaba?

-Al fútbol, con la bicicleta y cuando fui un poco mayor al baloncesto.

-¿Cómo se produjo su encuentro con la música?

-Mi madre dice que de muy pequeño cantaba y que hacía percusión con cualquier cacharro que cayera en mis manos. De manera que me inscribieron en la banda del pueblo, donde me dieron un clarinete y empecé a soplar. Recibí las primeras clases de un saxofonista y posteriormente de un profesor, pero a los nueve años ya tocaba en la banda.

-¿Dónde hizo sus estudios?

-Alterné la educación normal con los estudios en el Conservatorio Elemental de Onteniente, de donde pasé al Conservatorio Profesional de Carcagente y después al Superior de Madrid. El título de Director de Orquesta lo obtuve en el Conservatorio Superior de Valencia y la tesis doctoral la hice en la Universidad de Oviedo, sobre la obra de Odón Alonso. Me dieron sobresaliente cum laude.

-Al fin hemos llegado a Asturias y con buen pie...

-Ya lo creo. Hice oposiciones para ingresar en el Conservatorio de Gijón y las aprobé. Era el año 1999 y hoy me siento absolutamente identificado con Asturias, donde la tierra y la gente son tan acogedoras. Soy casi asturiano, me casé con una gijonesa y aquí nació mi hijo Andrés, casualmente un 8 de septiembre, fiesta de la Virgen de Covadonga.

-¿Su carrera ha sido dura o un camino de rosas?

-Estoy satisfecho y feliz de haberme dedicado a la música a pesar de los tropiezos que he encontrado; supongo que los mismos de cualquier profesión.

-Dicen que no se debe conducir un Mercedes sin pasar antes por un Seiscientos. ¿La orquesta del Conservatorio es su Seiscientos?

-Sí, en esta orquesta he aprendido mucho, es un trabajo intenso; al estar formada por alumnos, además de dirigir debes enseñar. La Filarmónica es otra cosa.

-¿Qué piensa de la OSPA?

-Me parece una formación estupenda, de primer nivel.

-¿Qué estilo musical prefiere?

-Yo me identifico más con el Romanticismo.

-¿Y dentro del Romanticismo?

-Me gusta mucho Brahms, es profundo, refinado y, a la vez, tiene pasión. También Mozart, Mahler, Ravel...

-¿Le interesa la música del siglo XX?

-Hay cosas que sí, otras no. En general, no soy apasionado ni defensor de ella. Hay grandes maestros y también obras maestras, pero a su lado mucha morralla.

-¿Sueña con dirigir la Sinfónica de Filadelfia, por ejemplo?

-No, vivo en la realidad y mi sueño es ser feliz con mi familia. Estoy en el camino y a ver dónde me lleva.

-¿A qué director admira?

-Mi referencia es el venezolano Gustavo Dudamel, que vive volcado en la Orquesta Simón Bolívar que es un prodigio, tal vez una de las mejores formaciones del mundo en estos momentos. Sus chicos viven la música, la respiran, están como jugando, es impresionante verlos tocar. En otro orden me gustaba mucho el alemán Carlos Kleiber; murió en 2004. Fui alumno de Max Valdés, un hombre todo elegancia como músico y como persona.

-¿Qué habría que hacer para que el pueblo se implicara en la música clásica?

-Esa es la pregunta del millón. Creo que es importante educar a los más pequeños. Al principio, en el Conservatorio de Gijón había más ofertas que plazas, y en consecuencia se desarrolló un programa de difusión musical en los colegios y hoy no nos caben los alumnos, necesitaríamos el doble de espacio. Cuidar a los jóvenes es imprescindible.

-¿Qué no puede soportar?

-El ruido estridente y con relación a las personas, la arrogancia.

-¿Disfruta dirigiendo o le angustia la responsabilidad?

-Con la Orquesta Filarmónica de Asturias soy feliz; en el concierto que ofrecimos el pasado domingo disfruté como nunca. En la Orquesta de Conservatorio he de estar más pendiente para que todo funcione bien.

-¿Es tan trascendente la figura del director en una orquesta?

-Otra pregunta de millón. Creo que los directores servimos para muy poco, lo importante son los músicos. Si no cuentas con una buena orquesta no hay nada que hacer, y al contrario todo es perfecto. Soy de los que piensan que un director ha de molestar lo menos posible.

-¿A quién admira, aparte de la música?

-A los médicos y a los cocineros; eso de dar de comer a la gente es lo más importante del mundo.

-¿Qué hace en su tiempo libre?

-Tenis, bicicleta, cine, lectura... Actualmente leo un libro de Javier Cercas estupendo.

-¿Gijón para siempre?

-Sí, estoy enamorado de Gijón, una ciudad de tamaño ideal, maravillosa. Necesitaría más oportunidades musicales, pero todo se andará.