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directo al corazón

"Espero tardar años en echar el ancla, la vida es un fluir mientras haya viento"

"La historia de los dientes resulta apasionante, es la historia de la lucha de la humanidad contra el dolor y contra las infecciones"

Tomás Solarana, con la iglesia de San Lorenzo detrás. ÁNGEL GONZÁLEZ

Está en ciernes su tercera publicación pero aún así Mario Solarana no se considera escritor, sino un simple divulgador; algo como la segunda o tercera división de las letras. Es un hombre peculiar, sencillo y buen conversador, pero hábil para eludir ciertos temas sin que se note. Serenamente apasionado, de ideas muy claras, y cercano, sus pacientes deben de sentirse relativamente bien en su sillón, o mejor dicho en el potro del tormento que va aparejado al torno. Que ya es mérito.

-Sé muy poco de usted...

-Nací en Puente Arce, Cantabria (1956), tercero de cuatro hermanos. Hice el Bachiller en el colegio de los Escolapios y la carrera de Medicina en la Universidad de Santander. Mi licenciatura coincidió con aquella crisis de exceso de médicos y decidí irme a París, donde me especialicé en Medicina Marítima y Endocrinología. Al volver a España hice el MIR y la especialidad de Estomatología en Oviedo. Y me quedé. Me considero un tío normal, apasionado de mis aficiones. Estoy divorciado sin hijos.

-¿Dónde vive?

-En Gijón, cerca del Puerto Deportivo. Vine en busca del mar, me gustan las ciudades marítimas.

-¿Había antecedentes médicos en su familia?

-No, soy hijo de campesinos, de manera que lo mío es puramente vocacional.

-¿En qué orden de interés coloca sus actividades?

-Las tres van parejas, la mar relaja y mi profesión gestiona dolor y situaciones de ansiedad, lo que conlleva un gasto energético importante. Por otra parte no me considero escritor, aunque durante la carrera participé en diversos concursos de cuentos e incluso gané algunos. Soy un gran lector y últimamente me interesa la novela cubana.

-¿Por qué navega?

-Por puro placer. En el barco llevo aparejos pero no pesco. Con "Patache II" un velero de 34 pies, compito en las regatas de Gijón, pero voy a dejarlo, no es un barco competitivo y no me gusta perder.

-¿Usted, de qué diente cojea?

-De muchos, la mayoría inconfesables. En cuanto a mi boca, no he perdido ninguna pieza.

-Sea sincero, ¿qué le pide el cuerpo con más ahínco?

-Son pasiones diferentes. Soy absolutamente feliz con mis pacientes. Mi oficio es el mejor del mundo y uno de los más antiguos. Es el arte dental, como dicen en Francia.

-Así que no añadiría nada a su personalidad...

-Sí, me gustaría saber pintar; me gusta mucho la pintura.

-¿Le queda algún sueño por realizar?

-Miles de sueños y espero tener alguno siempre. El más inmediato, terminar un par de libros y hacer una navegación por América del Sur; me han invitado pero no es seguro que se lleve a término.

-¿Por qué escribió el libro "Manual de dientes para la gente del mar"?

-Surgió la idea a raíz de la "Guía para no perderse en el dentista". El manual consta de dos partes. La primera permite identificar el problema bucal y su solución, y la otra trata de la prevención, de las cosas que uno no debe hacer cuando se embarca y los útiles que necesita llevar a bordo. Mi primer libro, "Guia para no perderse en el dentista" se la he de agradecer a Alfonso Villa Vigil, presidente del Consejo General de Dentistas que tuvo la gentileza de publicarlo.

-¿Y cabría un manual para los toreros, por ejemplo?

-Para el torero mejor un manual vital, en el sentido de tener las cosas muy claras. Son de una pasta aparte. Más que los toros me gusta la terminología taurina.

-En aquellos periplos de tres meses en el océano, ¿qué pasaba si alguien padecía un flemón o un dolor intenso?

-Con el flemón esperar a que drenara o pincharlo; solían llevar un cirujano a bordo. Con el dolor aguantar. De la boca se moría, principalmente por infecciones que llevaban a la septicemia. La historia de los dientes es apasionante porque es la historia de la lucha de la humanidad contra el dolor y las infecciones.

-¿En qué parte de su vida echaría el ancla?

-Espero no tener que hacerlo, o al menos tardar muchos años. La vida es un fluir y mientras haya viento...

-Si volviera a empezar...

-Probablemente cometería los mismos errores. He cometido los justos para ser feliz; de los errores se aprende y nos permiten avanzar.

-¿Es usted creyente?

-Sí, cada vez más. Creer o no creer es un proceso de crecimiento. Antonio Machado decía: "Quien habla solo, espera hablar a Dios un día". Intento ser fiel a mí mismo, a mis amigos, pocos, pero buenos.

-¿A quién expulsaría del campo de juego?

-A todos los que juegan sucio, a los deshonestos, y aferrándome a la Biblia, a los fariseos.

-Sé que ha partido de usted la idea de crear una clínica dental solidaria, ¿cómo funciona?

-El mérito hay que atribuirlo al Colegio de Dentistas y a Cáritas. Y el apoyo al presidente del Colegio, Javier Tuñón y a la Consejería de Sanidad. Lo cierto es que dicha clínica recibe un montón de pacientes atendidos por los mejores odontólogos.

-Respecto a la literatura, ¿cuál será su próxima obra?

-Un manual de padres para cuidar los dientes de sus hijos, y aparte, una guía para odontólogos. He de agradecer a Alberto Vizcaíno, director general de Pesca, la publicación del "Manual de dientes para la gente del mar", y también a Indalecio, director de la Escuela Náutico Pesquera de Gijón. Y mi reconocimiento a Pedro Alonso, autor de la maqueta, y a la colaboración de Jaime Alberti Nieto.

-¿Cuál es para usted el mejor momento del día?

-Después de una jornada de trabajo, cuando llego a casa y me siento en el balcón desde donde contemplo el mar, con mi libro, mi copa de vino... Es agradable como cierre de un día duro.

-¿Quién ha sido su maestro?

-A escala vital, mi abuelo, Miguel Herrería y mis padres. Y en el aspecto profesional los doctores Tomás Lombardía y César Bobes.

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