Está en ciernes su tercera publicación pero aún así Mario Solarana no se considera escritor, sino un simple divulgador; algo como la segunda o tercera división de las letras. Es un hombre peculiar, sencillo y buen conversador, pero hábil para eludir ciertos temas sin que se note. Serenamente apasionado, de ideas muy claras, y cercano, sus pacientes deben de sentirse relativamente bien en su sillón, o mejor dicho en el potro del tormento que va aparejado al torno. Que ya es mérito.
-Sé muy poco de usted...
-Nací en Puente Arce, Cantabria (1956), tercero de cuatro hermanos. Hice el Bachiller en el colegio de los Escolapios y la carrera de Medicina en la Universidad de Santander. Mi licenciatura coincidió con aquella crisis de exceso de médicos y decidí irme a París, donde me especialicé en Medicina Marítima y Endocrinología. Al volver a España hice el MIR y la especialidad de Estomatología en Oviedo. Y me quedé. Me considero un tío normal, apasionado de mis aficiones. Estoy divorciado sin hijos.
-¿Dónde vive?
-En Gijón, cerca del Puerto Deportivo. Vine en busca del mar, me gustan las ciudades marítimas.
-¿Había antecedentes médicos en su familia?
-No, soy hijo de campesinos, de manera que lo mío es puramente vocacional.
-¿En qué orden de interés coloca sus actividades?
-Las tres van parejas, la mar relaja y mi profesión gestiona dolor y situaciones de ansiedad, lo que conlleva un gasto energético importante. Por otra parte no me considero escritor, aunque durante la carrera participé en diversos concursos de cuentos e incluso gané algunos. Soy un gran lector y últimamente me interesa la novela cubana.
-¿Por qué navega?
-Por puro placer. En el barco llevo aparejos pero no pesco. Con "Patache II" un velero de 34 pies, compito en las regatas de Gijón, pero voy a dejarlo, no es un barco competitivo y no me gusta perder.
-¿Usted, de qué diente cojea?
-De muchos, la mayoría inconfesables. En cuanto a mi boca, no he perdido ninguna pieza.
-Sea sincero, ¿qué le pide el cuerpo con más ahínco?
-Son pasiones diferentes. Soy absolutamente feliz con mis pacientes. Mi oficio es el mejor del mundo y uno de los más antiguos. Es el arte dental, como dicen en Francia.
-Así que no añadiría nada a su personalidad...
-Sí, me gustaría saber pintar; me gusta mucho la pintura.
-¿Le queda algún sueño por realizar?
-Miles de sueños y espero tener alguno siempre. El más inmediato, terminar un par de libros y hacer una navegación por América del Sur; me han invitado pero no es seguro que se lleve a término.
-¿Por qué escribió el libro "Manual de dientes para la gente del mar"?
-Surgió la idea a raíz de la "Guía para no perderse en el dentista". El manual consta de dos partes. La primera permite identificar el problema bucal y su solución, y la otra trata de la prevención, de las cosas que uno no debe hacer cuando se embarca y los útiles que necesita llevar a bordo. Mi primer libro, "Guia para no perderse en el dentista" se la he de agradecer a Alfonso Villa Vigil, presidente del Consejo General de Dentistas que tuvo la gentileza de publicarlo.
-¿Y cabría un manual para los toreros, por ejemplo?
-Para el torero mejor un manual vital, en el sentido de tener las cosas muy claras. Son de una pasta aparte. Más que los toros me gusta la terminología taurina.
-En aquellos periplos de tres meses en el océano, ¿qué pasaba si alguien padecía un flemón o un dolor intenso?
-Con el flemón esperar a que drenara o pincharlo; solían llevar un cirujano a bordo. Con el dolor aguantar. De la boca se moría, principalmente por infecciones que llevaban a la septicemia. La historia de los dientes es apasionante porque es la historia de la lucha de la humanidad contra el dolor y las infecciones.
-¿En qué parte de su vida echaría el ancla?
-Espero no tener que hacerlo, o al menos tardar muchos años. La vida es un fluir y mientras haya viento...
-Si volviera a empezar...
-Probablemente cometería los mismos errores. He cometido los justos para ser feliz; de los errores se aprende y nos permiten avanzar.
-¿Es usted creyente?
-Sí, cada vez más. Creer o no creer es un proceso de crecimiento. Antonio Machado decía: "Quien habla solo, espera hablar a Dios un día". Intento ser fiel a mí mismo, a mis amigos, pocos, pero buenos.
-¿A quién expulsaría del campo de juego?
-A todos los que juegan sucio, a los deshonestos, y aferrándome a la Biblia, a los fariseos.
-Sé que ha partido de usted la idea de crear una clínica dental solidaria, ¿cómo funciona?
-El mérito hay que atribuirlo al Colegio de Dentistas y a Cáritas. Y el apoyo al presidente del Colegio, Javier Tuñón y a la Consejería de Sanidad. Lo cierto es que dicha clínica recibe un montón de pacientes atendidos por los mejores odontólogos.
-Respecto a la literatura, ¿cuál será su próxima obra?
-Un manual de padres para cuidar los dientes de sus hijos, y aparte, una guía para odontólogos. He de agradecer a Alberto Vizcaíno, director general de Pesca, la publicación del "Manual de dientes para la gente del mar", y también a Indalecio, director de la Escuela Náutico Pesquera de Gijón. Y mi reconocimiento a Pedro Alonso, autor de la maqueta, y a la colaboración de Jaime Alberti Nieto.
-¿Cuál es para usted el mejor momento del día?
-Después de una jornada de trabajo, cuando llego a casa y me siento en el balcón desde donde contemplo el mar, con mi libro, mi copa de vino... Es agradable como cierre de un día duro.
-¿Quién ha sido su maestro?
-A escala vital, mi abuelo, Miguel Herrería y mis padres. Y en el aspecto profesional los doctores Tomás Lombardía y César Bobes.