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Miserias frente al horizonte

El Cerro de Santa Catalina es todo un referente de Gijón sumido en el abandono

Miserias frente al horizonte

El parque del Cerro de Santa Catalina apenas ha cambiado de aspecto desde que se levantó en él, hace ya un cuarto de siglo, el Elogio del Horizonte. En sí esto no es un factor negativo, por su ubicación y topografía este espacio cuenta con personalidad suficiente para mantener los rasgos esenciales con los que se abrió al público en la década de 1980, sobre todo por la neutralidad con la que en aquel momento fue intervenido y que fue un total acierto. Lo que sí resulta anómalo es que desde entonces su mantenimiento y mejora hayan sido tan de mínimos y tan limitados que ya hace tiempo que rayan lo insuficiente, hasta el punto de facilitar un proceso de degradación que resulta difícilmente comprensible atendiendo a que hablamos de uno de los lugares más visitados y representativos de la ciudad.

La configuración actual que presenta el Cerro se inició hace poco más de un siglo. La construcción de las defensas militares en su cumbre a partir de 1898 cambiaron la fisonomía milenaria del lugar, incluyendo la desaparición de la que posiblemente era la construcción local más antigua, la capilla de Santa Catalina -entonces habilitada como vivienda de farero-, ya que se la cita como el único edificio que quedó en pie tras la destrucción de la población en 1395.

Pero si estas modificaciones supusieron cambios irreversibles, lo que resultó más traumático fue la pérdida del acceso a estos terrenos al convertirse en un recinto militar. Durante la II República y mediante las gestiones del entonces alcalde Gil Fernández Barcia se consiguió su recuperación, si bien los acontecimientos bélicos de la década terminaron pronto con este logro. No obstante este lastre será en parte beneficioso, ya que preservó al promontorio de la especulación inmobiliaria desarrollista que, de haber podido y de hecho así se proyectó en 1968, se los hubiese comido en su mayor parte. Finalmente el Ayuntamiento de Gijón, siendo alcalde José Manuel Palacio, adquirió en 1982 el Cerro para uso ciudadano, procediéndose a su adecuación como parque y a la construcción del Elogio del Horizonte como hito. Este lugar común fue, por tanto, fruto de reivindicación, constancia y esfuerzo, aunque en nuestro presente se haya ya olvidado.

Y en La Atalaya, como se conoció siempre en Cimavilla, o en el Cerro, como se identifica de forma más genérica, desde la intervención escultórica de Eduardo Chillida en 1990 hasta ahora pocas novedades más se han materializado. La única aportación sustancial a reseñar fue la instalación en 2010 de paneles identificativos relativos a las fortificaciones existentes. El resto ha sido un mantenimiento básico, que progresivamente se ha ido quedando rácano en presupuesto y muy corto de miras en cuanto a su mejora.

Porque, a día de hoy, quien da un paseo por esta zona se da de bruces continuamente con los efectos de la dejadez mas rotunda. Si comenzamos la ruta desde la subida del Club de Regatas lo primero que nos encontramos es con la mole de ladrillos que recrea volumétricamente la muralla romana. Ningún panel la identifica dándole un mínimo contexto, como tampoco cuenta con ninguna identificación el recorrido que tuvo la cerca romana entre la plazuela de Jovellanos y este punto. La mayor parte del año esta estructura queda cubierta por la maleza y su aspecto cada vez empeora más según se acumulan sucesivas costras de mugre. Todo ello hace que este elemento, falto de mantenimiento, de señalización y convertido en un tapón visual que limita la vista de la bahía en esa zona, carezca hoy de sentido hasta el punto de hacer deseable su desaparición.

Siguiente parada, La Fontica, sumida en un abandono total incluyendo el embadurnamiento de parte de su cantería centenaria con pintura blanca y sin que exista reseña alguna a que se trata de la fuente urbana más antigua que permanece en activo en la ciudad.

Continuando la subida, tenemos un sendero asfaltado plagado de baches y parches convertido en un creciente peligro para el paseante expuesto a torceduras y tropezones. Ese camino precario se convierte en la cumbre del Cerro en una pista irregular, fangosa y plagada de charcos a poco que llueva, incluyendo uno ya perenne emplazado justo entre las patas del Elogio. La pregunta es inmediata: ¿qué impide instalar en este tramo un pavimento de celosía con césped para solventar esta situación?

Comenzando la bajada, la vista de las casamatas y del exterior de los antiguos búnkeres militares no deja de resultar chocante, tanto por su aspecto descuidado como por tratarse de un espacio infrautilizado que podría dar cabida a equipamientos complementarios esenciales -aseos, por ejemplo, o un equipamiento hostelero- que son una evidente necesidad.

Avanzando ya el descenso por el flanco occidental, la vista se encuentra con la antigua batería baja de Santa Catalina, igualmente falta de mantenimiento y rodeada por una plantación de farolas, varias de ellas carentes de fanal o torcidas, que dan al lugar un extraño aspecto de alfiletero que podría haberse suprimido buscando una mejor solución técnica y estética según las necesidades de la zona.

Como colofón, el recorrido termina ante la escultura Nordeste, plagada de pintadas desde hace largo tiempo, como remate bochornoso.

Si ya cerramos el círculo y seguimos caminando hacia el este, cabe citar otros dos elementos que en su momento representaron la profunda reforma efectuada hace un cuarto de siglo para la recuperación del Barrio Alto. Ambos muestran ya evidentes señales de degradación: la torre de la capilla de San Juan Bautista, desconchada y plagada de matas, y la Torre del Reloj, en total abandono, con el revoco de su fachada oeste prácticamente desintegrado.

En general la vista ensimismada en el paisaje que propicia el paseo, anestesia en gran medida la percepción de este conjunto de abandonos, pero esto no evita que sea una realidad inaceptable y que no cuenta con la más mínima justificación. Abandono y menosprecio por un patrimonio público que se traducen en su progresivo deterioro, dando una negativa imagen de la ciudad que a cualquiera deja perplejo, pero que sin embargo parece que no resulta perceptible desde hace años para nuestras autoridades municipales quizás ensimismadas en otros horizontes ajenos a las necesidades reales de Gijón.

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