"La villa de Gijón debe el mar a Dios, y cuanto es, al mar y a Jovellanos". Esa es la frase exacta que escribió Justiniano García Prado en la introducción de su obra "La villa de Gijón" (1955), aunque luego la vemos reproducida muchas veces con ligeras, y a veces no tan ligeras, variaciones.

En el año 2001 otro jovellanista de mérito, como es Agustín Guzmán Sancho, reflexionó en LA NUEVA ESPAÑA: "Todo lo que sabemos hoy de Jovellanos se lo debemos a Julio Somoza". Se acababa de publicar su "Biografía de don Julio Somoza y García-Sala" en una cuidada edición de la Fundación Foro Jovellanos. Si decimos que el libro es de lectura obligada estamos diciendo algo obvio.

El 25 de octubre de 1940, hace ahora setenta y cinco años, Julio Somoza moría en Gijón, su ciudad natal, a los 94 años y tras una larga carrera de gijonismo. Cronista Oficial de la Villa de Gijón durante treinta y dos años (desde 1908, cuando publicó "Gijón en la historia general de Asturias", hasta su muerte); Cronista Oficial del Principado de Asturias desde 1924? Se dedicó al estudio de la arqueología, por ejemplo contribuyendo al descubrimiento de las termas romanas del Campo Valdés; fue experto en numismática; en la llingua asturiana? De conocimientos amplísimos en muchas cosas. Era jovellanista, digamos desde la cuna. Porque Somoza era nieto de la pupila de Jovellanos, Manuela Blanco y Cirueño de Inguanzo, de apodo "Nolina" y también "La Millona". Pupila en el sentido de huérfana acogida por Jovellanos con alojamiento y manutención.

Cuando nació Julio Somoza, en el año 1848, ya hacía treinta y siete años de la muerte de Jovellanos pero su abuela Manuela, sus padres y el entrar en la casa de los Jovellanos como Pedro por su casa, le inculcaron desde niño ese jovellanismo militante. Ya de adulto tuvo acceso directo a la importante documentación del ilustrado Jovino.

Julio Somoza fue desde niño sordo del oído izquierdo, y de ahí, seguramente, vino su carácter aislado, absorto casi siempre, con fama de iracundo, de malhumorado? Como un tipo singular se le suele describir, de baja estatura, "de figura breve" dice eufemísticamente la necrológica del diario "Voluntad". Acomplejado quizás por todo ello, paseando por Gijón siempre atento a todo, y tan pronto jovial como cascarrabias.

Como falleció ya muy mayor, Julio Somoza vio morir a toda su familia. A su abuelo Victoriano García-Sala no porque falleció en 1844 y no lo conoció, pero vio morir a su abuela Manuela, "Nolina" para Jovellanos, en el año 1861; a su madre, María del Pilar García-Sala Blanco; a su padre, militar de profesión, de nombre José Somoza de Montsoriú y Castro; a Manuel su único hermano, militar también; a su esposa, Josefa Menéndez Sánchez, y en el año 1926 moría su única hija, Amparo Somoza Menéndez.

La boda de Julio Somoza con Josefa Menéndez fue en el año 1888, ya con cierta edad ambos. Él contaba con 40 años y Josefa con 42, y tenían esa hija en común, Amparo, que fue reconocida por Somoza nada más nacer. Nos imaginamos el "escándalo" que eso podía suponer en el Gijón de 1888 porque, además, Josefa Menéndez ya tenía otra hija de un anterior matrimonio, María de los Ángeles Melendreras Menéndez.

Hace tres cuartos de siglo que don Julio Somoza moría, en su domicilio gijonés de la calle de Casimiro Velasco, sin familia y muy afligido por la reciente pérdida de parte de su biblioteca durante la Guerra Civil. El 26 de octubre de 1940, en un Gijón todavía casi humeante y muy destruido, tuvo lugar su funeral. No en la iglesia de San Lorenzo (ya entonces en proceso de reconstrucción) sino donde se había trasladado la parroquia que era en los locales del Centro Asturiano de La Habana con entrada por la calle de Anselmo Cifuentes. Luego el traslado de su cadáver, en coche de caballos, al cementerio de Ceares.

Todavía en vida de Somoza, pero ya muy anciano, en junio de 1939 cuando tenía 93 años, el Ayuntamiento de Gijón había aprobado dar su nombre a una calle con vistas a la playa de San Lorenzo, la que une Cabrales con San Bernardo y que hasta entonces se llamaba travesía de La Playa. Seguramente no tuvo oportunidad Somoza de ver la placa con su nombre, él que había escrito en "Cosiquines de la mío quintana" (1884) un magnífico texto sobre la historia del callejero local.

Otro recuerdo somocista son las dos columnas que podemos ver desde 1956 en el parque de Isabel la Católica. Pertenecieron a la capilla de San Antonio, en Somió, en el barrio de Fuejo, en la quintana familiar de los Somoza. Sus abuelos sí la conocieron, pero don Julio no conoció la capilla. Si acaso, derruida y sin culto.

Habrá que honrar a don Julio leyendo algún libro suyo. Por ejemplo, además de los citados, "Las amarguras de Jovellanos", "El carácter asturiano" o "La esquirpia". Honor a don Julio Somoza y García-Sala, "natural y vecino de Gijón" como a veces firmaba, sin cuya labor, mucho menos sabríamos sobre nosotros mismos.