Desde 1973, una avenida de Gijón que va a parar a El Molinón lleva el nombre del hijo ilustre de esta villa Torcuato Fernández-Miranda y Hevia. El día de la inauguración de ese vial, el homenajeado dijo, sin poder ocultar la emoción, que "ahora, de pronto, es como si mi nombre dejara de ser mío y se hiciera parte de la ciudad, de esta villa de Gijón, precisamente la ciudad que para mí es sin género de dudas la más hermosa del mundo, por el mero hecho de haber nacido en ella". Y se despidió, de nuevo emocionado, con estas palabras: "Yo quisiera para esta avenida toda suerte de felicidad, porque me siento un poco responsable de lo que en ella ocurra. Por eso deseo para esta calle un futuro luminoso en el que brille la esperanza y donde la alegría sea una costumbre" .
Los que le conocieron señalan que bajo su aspecto circunspecto había un hombre de fino sentido del humor. Pero esa imagen de hombre de hielo lo acompañó a lo largo de su extensa andadura política. Como él mismo reconoció en su discurso durante la toma de posesión de Carlos Arias Navarro como presidente del Gobierno en 1973, en un alegato de asturianía. "Se ha dicho que soy un hombre sin corazón, frío y sin nervios. No es verdad, lo que sucede es que soy asturiano, y los asturianos tenemos cierto miedo al corazón? y al sol. Sí, al corazón y al sol. En las tardes abiertas de cielo raso, cuando el sol luce con toda su fuerza, los asturianos sabemos que a la caída de la tarde las nieblas y las nubes surgirán de las entrañas de la tierra o desde la invasión del mar. En esos atardeceres, los valles, las montañas y senderos se hacen peligrosos. Sólo los altos picachos cubiertos de nieve, erguidos, logran librarse de las nieblas, y no siempre. Los asturianos sabemos también que de la olla hirviente del corazón vivo pueden surgir nieblas que turben la cabeza, por eso se nos enseña a tener embridado el corazón, sujeto y en su sitio".
