"¿Tuviste cerezas?". "Yo no logré ni una". Puede ser la frase más repetida en los últimos años en el Gijón rural más "cerecero". Porque de ser antaño un concejo de abastecimiento, con algunas parroquias especialmente plagadas de árboles que daban kilos y kilos de este jugoso alimento, se ha pasado casi a la nada.

Ya fuera para comerciar con ellas o para consumo propio, los vecinos de Lavandera, Caldones, Baldornón y San Martín de Huerces esperaban con impaciencia la llegada de la recogida de la cereza. Eso ocurría en el siglo pasado. La realidad actual es que en las casas de Gijón sigue abundando la fruta roja, a la que se tiene especial aprecio, pero las cestas ya no viene de huertos y fincas asturianas. Huesca, el Jerte, la Rioja e incluso países extranjeros como Chile son los principales exportadores que ponen ahora esta fruta en los puestos y mercados.

Desde siempre, Lavandera ha sido la parroquia gijonesa más dotada de cerezales. Ya a finales del siglo XVIII, los vecinos pagaban los impuestos al Ayuntamiento con cerezas. Árboles de ocho o nueve metros de diámetro de copa se erigían en las fincas, que podían llegar a dar hasta quinientos kilos de fruto. "Hace treinta años, salían toneladas de cerezas del pueblo. Del huerto a la plaza del mercado, las mujeres tenían que hacer dos viajes para cargar la cosecha", señala Josefina Corujo, de la asociación de vecinos de Lavandera, que añade que "no hay parroquia en Gijón que tenga tantos árboles que den este producto".

No era de extrañar que lo mismo en Lavandera que en otros múltiples puntos del concejo los propietarios echaran mano de sus conocidos para la recogida de las cerezas, que, dado el volumen de las cosechas, era tarea difícil para ser llevada a cabo por una sola persona. "Esta zona nuestra es de mucho resguardo, mucho calor y mucha caliza; ideal para el cultivo del fruto rojo", indica Pepe Carrió, experto en frutales y que lleva años proporcionado árboles nuevos a vecinos de Lavandera, Vega o Caldones.

Samuel Trabanco, de Casa Trabanco, cuenta con cariño que cuando él era un crío, en los años setenta, su familia pudo sacar adelante el negocio sidrero gracias a la venta de cerezas. "Financiamos una máquina para lavar botellas, que costaba unas noventa mil pesetas, con la cosecha de cerezas. No fue gracias a la sidra que vendíamos. Mi abuelo bajaba a Gijón 400 o 500 kilos para venderlas. Siempre hemos estado muy agradecidos a estos árboles", explica el llagarero, que recuerda que "a los lados de la carretera de La Camocha a Lavandera, todo estaba lleno de árboles; hoy en día, quedan solo algunos y dan casi cereza silvestre". Josefina Corujo reconoce que hoy en día la gente solo quiere producto de fuera. "Cuando llegó la picota dejamos de vender lo de casa", señala esta gijonesa.

No hay un solo factor que explique el fracaso en la producción de cerezas en Gijón, lo mismo que pasa en otras zonas de Asturias. Los cambios sustanciales ocurridos en los pueblos, como el descenso en el número de agricultores, han tenido gran impacto en el cultivo de la cereza. "Hay mucha menos gente que trabaje en el campo", explica José Antonio Piñera, presidente de la Asociación de Vecinos de Lavandera. A esta circunstancia hay que añadirle la tala de muchos árboles, que ha dejado a municipios como el de Lavandera con tres cuartas partes menos de los que había hace treinta años.

Pero el principal problema, según los gijoneses consultados, son las bandadas de pájaros. "Las aves son rapidísimas, no dejan ni que madure el fruto" señala Carrió, que comercializa más de catorce tipos de cerezales. Carrió achaca que haya tan poco fruto a los picotazos de las palomas torcaces y las pegas (urracas).

"Este año se han comido todo, han roto hasta las cañas de los árboles", explica José Luis Pérez, presidente de la Asociación de Vecinos de Santurio. Y esa invasión de aves no parece tener remedio inmediato y se agrava, sostienen algunos agricultores, por el hecho de que no está permitido instalar redes en los árboles que alejen a los pájaros. "Al igual que con los jabalíes, nadie toma medidas", señala Piñera, que se queja de que las torcaces "acaban con todo".

Añadiendo causas a la ínfima producción de cerezas gijonesas en los últimos años, también está el hecho, como explica Carrió, de que los cerezales son un árbol muy delicado en el proceso de polinización. Mientras que otros frutales, como algunos manzanos, son autofértiles, los cerezales necesitan estar cerca de otros árboles para poder dar fruto. "Esta primavera fue muy atípica, a un día de sol le sucedían varios de lluvia, y las abejas no trabajaron", comenta Carrió, que señala a la climatología como un factor decisivo en los cultivos de frutas.

La opinión de los vecinos coincide con la de los comerciantes, que llevan años sin ver un fruto rojo asturiano entre sus existencias. "En Asturias las cerezas son muy ácidas", comenta Cristina Blanco, con puesto en el Mercado del Sur de Gijón, que apunta que el Jerte, la Rioja o Zaragoza son los principales surtidores de este alimento en España. "Llevo veinte años aquí y solo he visto poner a la venta algún cestín pequeño. Los pájaros lo comen todo. Ya no es rentable vender cereza local", señala. Su compañera Flor Jorcana, también con frutería en la plaza del Sur, explica que este tipo de fruta es "importada" sobre todo de Huesca, de donde viene "grande, dura y rica".

Así que a los amantes del producto autóctono y los consumos "kilómetro 0", tan de moda, solo les queda esperar a que vengan primaveras mejores, se recupere el número de árboles en el concejo y los pájaros den algo de tregua.