Sobre el cielo de Gijón, nublado, estalló a la medianoche una tonelada de pólvora, envuelta en 10.000 unidades de disparo dispuestas ordenadamente en el Cerro de Santa Catalina por los operarios de Pirotecnia Pablo, de Cangas del Narcea.

Fue una descarga olímpica, como corresponde a un agosto de Olimpiada, aunque con escasa visibilidad y muchos ciudadanos abandonaron el emplazamiento desde el que contemplaban el espectáculo al no poder disfrutar del espectáculo en su máxima expresión. Eso sí, fueron fuegos olímpicos con guiños, por tanto, en los colores desplegados, a los principales clubs deportivos de la ciudad, con especial relevancia a los que comparten el Sporting y el escudo de Gijón: el rojo y el blanco.

Pudo haber sido la noche, sin embargo, una olímpica decepción, por culpa de la niebla, una convidada inesperada a las vísperas del cierre festivo de Begoña, que no impidió el espectáculo pero consiguió deslucirlo.